11.10.12

borges, xul, fader y marinetti

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Solía ver también a Jorge Luis Borges en su casa de la Avenida Quintana, pero sobre todo conversaba con su madre, doña Leonor, un encanto de persona.

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Con Xul nos veíamos prácticamente todos los días; su exotismo arraigaba perfectamente en el país y seguia inventando cosas que decía prácticas, pero que no funcionaban sin adicionales embarazosos. Me compuso un horóscopo con un nuevo sistema, tan embrollado que le resultó después ilegible.

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Una tarde que pasé por los locales de mi exposición a hora temprana, me dijeron que adentro, desde hacía largo rato, se encontraba el pintor Fernando Fader. (…) Después de un rato de conversación sumamente amena, hizo una reflexión que sin duda lo preocupaba: “Usted no pinta directamente del natural”. Le respondí lógicamente que no, que yo hacía del natural los estudios y luego componía el cuadro en mi taller, a lo que me contestó que él pensaba que el paisaje debía hacerse frente a la Naturaleza. Tanto lo estimaba así que, para pintar sin fatiga y en todo momento, se había hecho construir un camión-estudio en el que marchaba al campo al encuentro del paisaje. Le argüí que los venecianos, Claude Lorrain, Magnasco y tantos otros grandes paisajistas no pintaron sus paisajes al natural, porque los largos preparativos y las grandes telas no se prestan para el aire libre. Como no se diera por satisfecho, agregué: “¿Usted cree, maestro, que Benozzo Gozzoli, para hacer los paisajes que adornan sus frescos transportaba a pleno campo el palacio que debía decorar y luego lo emplazaba de nuevo en su sitio?”

Sin decirme hasta luego, Fernando Fader dio media vuelta y se fue.
Quedé muy apenado por mi impertinencia, y como supe casi enseguida que estaba enfermo, aquella noche no pude dormir.

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Un día (Marinetti) me preguntó cuándo pensaba conducirlo a los talleres de mis amigos pintores; había notado que eran, sin excepcion, literatos. Su pregunta me cortó; no me quedó más remedio que decirle que nuestro país difería de Europa en el sentido de la inquietud de los jóvenes plásticos, enterándolo, en resumen, de que la juventud artística, lejos de estar con mi arte, estaba decididamente contra él. Marinetti me escuchaba pasmado.

Todos fueron agasajos en su honor y sería muy largo de contar; dejaron el país muy contentos. Yo, en cambio, me quedé muy triste, sintiendo que ellos partían hacía el universo de constelaciones vivas del que un día formé parte, al que no iría quien sabe hasta cuándo...

EMILIO PETTORUTI
“Un pintor ante el espejo”

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