Cuando a fines de noviembre de 1983 Cortázar sintió que la leucemia se lo llevaba, retornó por ocho días a la Argentina. En Ezeiza nadie lo esperaba. A metros suyo, el periodismo se abalanzaba sobre Casildo Herreras, aquel sindicalista del "Yo me borré", que también volvía del exilio. Lúdico, apasionado, tímido y modesto, pasó y paseó inadvertido por el puerto, se sentó en Plaza San Martín, visitó a la madre y a la hermana.
Mientras caminaba por Corrientes, una joven le acercó un ramo de flores. Minutos más tarde, sentado en un bar junto a Carlos Gabetta y el periodista de Le Monde Jacques Deprés, les exigió al borde de las lágrimas: "Huelan esto, jazmines del país. Con esta fragancia, no existen en ninguna parte".
(la razón, 12.02.04)
12.2.04
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