31.8.04

panqueque

16 de agosto:

Es un buen momento para decirlo: el seleccionado de básquetbol no está bien. Se encuentra lejos del alto nivel mostrado en el Mundial de Indianápolis. Tiene apetito, pero no un hambre voraz como en 2002. Sueña con una medalla y puede conseguirla, pero no luce adecuadamente concentrado y dispuesto al extremo sacrificio. Intenta desplegar el armonioso juego de antes, pero sólo lo logra de a ratos. Propone una defensa asfixiante, pero se sale de cauce rápidamente cuando se suceden frustraciones ofensivas por ansiedad o individualismo.

No es aburguesamiento, displicencia ni soberbia. Sí una especie de estatismo inconsciente, provocado por el mar de halagos en el que navega. La mayoría de los jugadores acaba de cosechar galardones en las mejores ligas del mundo, firmar grandes contratos y lograr traspasos a equipos de la NBA. Son hombres cotizados, reconocidos, que extrañan unas buenas vacaciones; suponen que tanto desgaste físico es peligroso y añoran pasar más horas con sus seres queridos.

Miguel Romano
(la nación, 16.08.04)

dos semanas y una medalla dorada después

Para luchar contra gigantes más fuertes hubo que trabajar muy duro en el aspecto físico. Doble turno de entrenamiento diario y sesiones de pesas casi todos los días. Puede imaginarse que, con tanta carga de trabajo e información táctica, a cualquier equipo puede costarle mucho empezar a tomar vuelo en el arranque de un torneo. Más si cuenta con jugadores cotizados, estrellas en sus ligas, de buen pasar económico, que deben resignar vacaciones y horas de convivencia familiar. ¡Un sacrificio! Deben existir un voraz apetito y un sueño muy grande para encarar y tener éxito en semejante emprendimiento.

Miguel Romano
(la nación, 30.08.04)

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