Después de la guerra, el capitalismo restablecido tuvo treinta años de crecimiento porque se respetaron tres grandes regulaciones. La de Keynes: aprovechar las finanzas públicas para amortiguar las oscilaciones del sistema en lugar de respetar los equilibrios formales. La de Beveridge: contar con una buena protección social no sólo porque es más humano, sino porque eso estabilizará el sistema según un nivel de demanda social que será, por lo tanto, irreductible y resistente a toda crisis. Y la de Henry Ford: pagar salarios altos si se quiere que la gente consuma.
Fue entonces cuando tuvo lugar un acontecimiento intelectual inaudito. Un grupo de profesores de Chicago que dirigía Milton Friedman elaboró una nueva doctrina que, en líneas generales, establecía: vivimos una etapa extraordinaria. Después de milenios de pobreza, el mundo es rico. Esto es porque creamos un motor eficaz, el capitalismo y la libre empresa, y un combustible superpoderoso, la ganancia. Si logramos una ganancia aún mayor, el sistema será aún más eficiente. Tenemos que deshacernos de los impuestos, de trabas para el mercado como los servicios públicos y la seguridad social, así como de las múltiples reglas que limitan la ganancia que pueden acumular las empresas. El equilibrio que consigue el mercado es el mejor posible y toda intervención pública lo deteriora.
Esa filosofía simplista y errónea, que predica la avidez por la ganancia, la reducción de impuestos y la disminución de la influencia del Estado, conquistó la adhesión de los poderosos de la economía y las finanzas en un tiempo récord.
Treinta años después, las grandes regulaciones desaparecieron, los ricos se enriquecieron, la desigualdad se agravó —tanto entre el Norte y el Sur como en el inte rior de todos nuestros países—, la pobreza generalizada hizo su reaparición en los países desarrollados, la protección social se desploma en todas partes, los servicios públicos están amenazados, el sistema pasó a ser inestable y experimentó seis grandes crisis financieras en los últimos quince años —contenidas hasta ahora en un marco regional—, el agotamiento de los recursos y la contaminación continúan, dado que se rechazan las reglas que les pondrían límite. La humanidad va camino a la crisis.
MICHEL ROCARD, ex primer ministro socialista francés
(clarín, 26.09.04)
27.9.04
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