En Medellín y azul estaba la mañana
¿Por qué, por qué este golpe brutal, antes del vuelo?
A veces el destino se equivoca de trampa
¡Ni un cardo crecerá, jamás, sobre este suelo!
Y se hizo pedazos una hermosa aventura,
callaron los zorzales y murió la armonía.
En todas latitudes estremeció el suceso
provocando una pena tan alta como el día.
Cuando muere un cantor suele nacer un sueño
y en algún mar distante se desploma un albatros.
De un loco azar, autor de esta ruina increíble,
nació el más perdurable de los mitos porteños.
... y un día las banderas de los barcos anclados
saludaron solemnes la vuelta de Gardel.
Las milongas pusieron silenciador el fueye.
Las palomas del puerto volaron sobre él.
En la urbe gigante subieron los rumores.
Convocó el Luna Park en su vasto recinto
el rostro innumerable de ansiosas multitudes,
la marea de llanto y la lluvia de flores.
Siguió una noche llena de silencio con música
que puso alas al luto e inauguró el recuerdo.
Afuera y hacia el alba la calle estaba triste
como un niño que encuentra un pajarito muerto.
La masa, como un denso, incontenible río,
seguía la carroza por las rutas queridas.
Un pueblo lo lloraba y cuando el pueblo llora
que nadie diga nada, porque todo está dicho.
Por Corrientes angosta -¡no hubo calle como ésa!-
allá va el coche fúnebre… Si parece mentira
saber que yace allí, polvo, ceniza, nada,
quien tanto amó al amor, a la gente, a la vida.
El Abasto famoso dijo adiós a su hijo
volcando su Mercado en las veredas grises.
Líricos italianos y criollos altivos,
colocaron crespones negros en los boliches.
Aquí anduvo Carlitos, soñador, de pequeño;
su infancia fue un baldío de ainenti y barrilete,
la música dulzona de acordones lejanos
y cantos aprendidos de viejos verduleros.
Y fue por Triunvirato –tenduchos y cantinas,
La vieja Librería de Gleizer... Los Lacroze
luciendo todavía su perfil melancólico
derramaron chispazos del troley en la esquina.
La insigne Chacarita del largo trajinar
guarda ahora el secreto del canto y la guitarra.
Dos colegas lo escoltan: el grillo y la cigarra,
con un telón de fono de verde popular.
Y nadie ha superado la voz inconmovible
en la luna del disco y en la rosa del aire.
Quizás cuando otra vez vuelva a caer la nieve
-sobre nuestra ciudad- otra voz se le iguale.
Ahora está con Arolas, con Celedonio Flores
Discepolín, Paquita y el Malevo Muñoz
divagando, en la calle Carabelas del cielo,
donde, entre copa y tango, lo tutean a Dios...
RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN
24.6.05
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