26.6.05

la trompeta

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-La trompeta... Aquella tarde tenían que llegar los tíos, no tenían hijos y yo era el sobrino preferido. Me ven llorar por aquel fantasma de trompeta y dicen que se encargan de todo, al día siguiente iríamos a unos grandes almacenes, donde había todo un mostrador de juguetes, una maravilla, allí encontraría la trompeta que quería. Pasé la noche en vela y toda la mañana siguiente estuve excitadísimo. Por la tarde fuimos a los grandes almacenes, había al menos tres tipos de trompetas, serían cositas de hojalata, pero a mí me parecían bronces de orquesta de ópera. Había una corneta militar, un trombón de varas y una pseudo trompeta, porque tenía boquilla y era de oro, pero las llaves eran de saxofón. No sabía cual elegir y quizá tardé demasiado. Las quería todas y debió de parecer que no quería ninguna. Creo que entretanto los tíos habían echado una ojeada a los precios. No eran tacaños, pero tuve la impresión de que les pareció menos caro un clarín de baquelita, todo negro, con las llaves de plata. “¿Y qué tal éste?”, me preguntaron. Lo probé, balaba bastante bien, traté de convencerme de que era bellísimo, pero en verdad razonaba, y me decía que los tíos querían que me quedase con el clarín porque era más barato: la trompeta debía de costar una fortuna y no podía imponer ese sacrificio a los tíos. Siempre me habían enseñado que cuando te ofrecen algo que te gusta tienes que decir en seguida no gracias, y no una sola vez, no decir no gracias y después tender la mano, sino esperar que el otro insista, que te diga por favor. Sólo entonces el niño educado puede ceder.

De manera que dije que quizá no quería la trompeta, que quizá también podía irme bien el clarín, si ellos lo preferían. Y no les quitaba el ojo de encima esperando que insistieran. No insistieron, que Dios los tenga en su gloria. Estuvieron muy contentos de comprarme el clarín, puesto que, como dijeron, ése era mi deseo. Ya no podía dar marcha atrás. Salí de allí con el clarín. -Me echó una mirada de sospecha-. ¿Quiere saber si volví a soñar con la trompeta?

-No, quiero saber cuál era el objeto de deseo.

-Ah -exclamó volviendo a coger el manuscrito-, también usted tiene la obsesión del objeto de deseo. Con estas cuestiones se puede hacer lo que se quiera. Quién sabe. ¿Y si hubiera cogido la trompeta? ¿Habría sido realmente feliz? ¿Usted qué piensa, Casaubon?

-Quizá habría soñado con el clarín.

-No -concluyó con tono seco-. El clarín sólo lo tuve. Creo que nunca llegué a hacerlo sonar.

-¿Sonar o soñar?

-Sonar --dijo marcando bien las sílabas y, no sé por qué, me sentí como un bufón.

UMBERTO ECO
El péndulo de Foucault

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