1.6.05
poesía zen
Al hablar de las relaciones del Zen con la poesía es inevitable traer a colación el nombre del monje y ermitaño zen soto Ryokan (1758-1831). A menudo se piensa que un santo es alguien cuya sinceridad le acarrea la enemistad de la gente, pero Ryokan tiene la distinción de haber sido alguien a quien todo el mundo amaba, quizá porque era natural como un niño, más bien que bueno. Es fácil tener la impresión de que el amor a la naturaleza japonés es predominantemente sentimental, y que hace hincapié sobre todo en los aspectos "lindos" y "bonitos" de la naturaleza: mariposas, flores de cerezo, la luna otoñal, crisantemos y viejos pinos. Pero Ryokan es también el poeta de los piojos, las pulgas y está completamente empapado de lluvia fría:
En días de lluvia
el monje Ryokan
se apiada de sí.
Y su concepción de la "naturaleza" forma un solo conjunto:
El sonido del fregado
de la cacerola se mezcla
con la voz de las ratitas en los árboles.
En cierto sentido Ryokan es un San Francisco japonés, aunque mucho menos evidentemente religioso. Fue un tonto errante, que jugaba con los niños sin avergonzarse, vivía en una choza solitaria del bosque bajo un techo con goteras y con una pared llena de poemas escritos en su letra maravillosamente ilegible, como patas de araña, tan apreciada por los calígrafos japoneses. Compara los piojos de su pecho con bichos en el pasto, y expresa los sentimientos humanos más naturales —tristeza, soledad, azoramiento, o compasión— sin el menor rastro de vergüenza u orgullo. Aun cuando le roban sigue siendo rico, porque
Al ladrón
se le olvidó
la luna en la ventana.
Y cuando no hay dinero
El viento trae
suficientes hojas caídas
para hacer el fuego.
Cuando la vida está vacía con respecto al pasado y sin propósito con respecto al futuro, la vacuidad se llena con el presente, normalmente reducido a una línea capilar, una fracción de segundo en la que no hay tiempo para que algo suceda. La sensación de un presente que se dilata infinitamente en ninguna parte es más fuerte que en cha-no-yu, el arte del té. Estrictamente el término significa algo así como "té con agua caliente" y a través de este arte el Zen ha ejercido incalculable influencia en la vida japonesa, porque el chajin, el "hombre del té" es un arbitro del gusto en muchas artes auxiliares implícitas en el cha-no-yu: arquitectura, jardinería, cerámica, orfebrería, objetos de laca, y el arreglo de las flores (ikebana).
ALAN WATTS
El camino del Zen
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