13.7.05

Montecristo

Triste historia la de un zapatero de París, François Picaud. En vísperas de su casamiento con la bella Margarite Vigoroux, en 1807, fue conducido a prisión, falsamente acusado de ser un espía inglés. El acusador se llamaba Mathieu Loupian, ex novio de Margarite, que formuló tan infame denuncia acuciado por los celos. Napoleón Bonaparte llevaba por entonces tres años en el trono de Francia y sus jueces, sin investigar demasiado, condenaron a Picaud a siete años de prisión. En la cárcel, el desdichado zapatero hizo amistad con un anciano sacerdote, ya enfermo de gravedad, que poco antes de morir le confió el sitio en que había escondido, secretamente, un cofre que contenía una inmensa fortuna en oro y joyas. Liberado en 1814, Picaud dio con el tesoro, volvió a París bajo la apariencia de rico aristócrata y emprendió una sangrienta venganza: mató a Loupian y a cuantos habían prestado testimonio en su contra, pero en uno de esos enfrentamientos también él resultó muerto.

Las verdaderas circunstancias que derivaron en tan feroz escarmiento fueron conocidas en 1838 e inspiraron al escritor francés Alexandre Dumas (1802-1870) para producir su novela El conde de Montecristo, que publicó en 1845, un año después de Los tres mosqueteros. Dumas alteró sustancialmente los hechos verdaderos: el protagonista del libro se las ingenia para ocupar, en reemplazo del cuerpo del sacerdote, el saco que los carceleros echarían al mar, para luego desprenderse de él, alcanzar a nado la costa y así consumar la fuga. Unos 45 kilómetros al sur de la isla de Elba, en el mar Tirreno, hay minúsculo islote, Montecristo, y es allí donde el autor imaginó la ubicación del tesoro.

NORBERTO FIRPO
(la nacion, 10.07.05)

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