22.7.05

patología de la normalidad

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LA DAMA DE HONOR

Claude Chabrol tiene un modo particular de contar historias que vale la pena destacar. Para el espectador apurado, Chabrol es un especialista en contar policiales lentos y sin sorpresas. Error. A Chabrol lo que menos le interesa es la historia policial que cuenta en primer plano. Es casi un detalle accesorio, una anécdota. Chabrol es un especialista en contar lo que está en el borde, el fondo, el entorno en segundo plano. Esfuma el conflicto latente, lo que se esconde, lo que se esfuerza en ser ocultado, aquello que asoma en una frase inconclusa, un diálogo incoherente, un gesto o una mirada. Si ese estilo puede resultar agobiador o hasta incluso aburrido, es porque exige una sutileza de percepción del espectador que no es frecuente en estas épocas de mensajes masificados y precodificados.

Chabrol parece repetirse en su estilo. ¿Pero qué otra cosa es si no el estilo de un director, su matiz peculiar, su toque característico? Sin rasgarse las vestiduras, sin arrojarse por la ventana en un éxtasis místico de cinematografía, vale rescatar el trabajo artesanal de este director francés, ese estilo de sugerir, de presentar trozos incompletos de una historia, que perfilan algo más horroroso detrás, en el subsuelo de lo que se está contando.

"La dama de honor" tiene todos esos rasgos del estilo Chabrol. La historia que está en la superficie es la de Philippe, un joven responsable, buen hijo y buen hermano, que se enamora de una mujer fatal con un par de chapas sueltas, que le propone cuatro cosas para cimentar su amor: plantar un árbol, escribir un poema, acostarse con alguien de su mismo sexo y matar a una persona. Como sospecharán, Senta, la mujer fatal, no tardará en poner su teoría en práctica, para sorpresa de su incondicional amado.

Así, en esta aproximación primera, el filme es un policial de corte psicológico, la descripción de una psicopatía. Pero rascando esa historia contada linealmente, sin demasiadas novedades, está la otra historia, la del pasado que se vislumbra en el protagonista. Philippe ha reemplazado al padre en el hogar netamente femenino. Se ha convertido en el sostén económico y en la guía moral de sus hermanas. Atrás se adivina el incesto, la relación vampírica de una madre que asume actitudes de amante, más que de progenitora.

Lo peculiar del estilo de Chabrol es que esto se sugiere en miradas, gestos, palabras incompletas que, por sí solas, no explican nada. Yuxtapuestas, amontonando los pedacitos de información que el director ha desperdigado en la trama banal, se completa el cuadro y adivinamos que lo que se quiere ocultar es más fuerte que el crimen que ocupa el primer plano. Todos tenemos cadáveres en el placard. Todos tenemos un lado oculto que escondemos bajo la máscara de la normalidad. Esa es la especialidad de Chabrol: describir la patología de la normalidad.

Al vampiro maternal que esclaviza a Philippe se le opone otro vampiro, la mujer fatal, Senta, que lo manipula con la misma precisión que su madre. Pero no es todo un juego de mujeres fatales, si no que Philippe participa de ese juego, mueve los hilos, anhela que el lado oscuro que despliega Senta lo cubra. Su alternativa es una normalidad, tan gris, tan mediocre, tan estandarizada y previsible que toda alteración de esa certidumbre es ideal. Esa normalidad es tan siniestra como el juego mortal que le ofrece Senta.

Para montar este mecanismo de sugeridos, Chabrol se apoya en la puesta en escena, en la interpretación de sus actores y en los ambientes. La inestabilidad de los personajes se observa en las respectivas casas. En la de Philippe, la decoración casi kitsch, lo ubica socialmente, pero también psicológicamente. La norma de la mediocridad. El apunte fetichista del busto (¿la mujer ideal? ¿el sueño de libertad?), con la decisión castradora de la madre, al regalarlo, es todo un hallazgo para identificar que hay algo que no cierra en la aparente serenidad de Philippe.

El ambiente de Senta no es menos importante. El caserón degradado, la residencia de ella en un sótano húmedo, la madre (no madre, si no tía) que vampiriza a otro hombre, más joven, en un piso superior, la degradación y las capas de humedad que se adivinan, proyecta la inestabilidad psíquica del personaje y el curso de colisión que lleva.

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En un elenco muy parejo se destacan las mujeres: Aurore Clément (la madre de Philippe) y Laura Smet (Senta). Lo de Smet es para señalar, por la sensualidad tosca que impone el personaje. A veces débil, en otras brutal, camina por la cuerda floja sin perder esa dimensión dual y perversa. El chimento social: Laura Smet es la hija de Nathalie Baye, la muy buena actriz de "Una relación particular", y de Johnny Hallyday, actor y rockero francés.

CONSEJO: puede esperarse al video, sin mengua. Para seguidores de Chabrol, ir a verla.

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