3.10.05

epifanía

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EL AURA

Si alguien necesitaba demostrar que ante Fabián Bielinsky estamos frente a un director y guionista excepcional para el cine argentino, “El aura” es la comprobación que buscaba. Justamente con una película que, estamos seguro, va a decepcionar a más de uno que vaya al cine buscando otra “Nueve reinas”.
Esa es, precisamente, la fortaleza que demuestra Bielinsky como artista: haberse podido sacar de encima un gran éxito, un guión excepcional, un estilo seguro y ganador. Si “Nueve reinas” era una comedia de brillantes diálogos, ciento por ciento porteña, “El aura” parece un filme de Claude Chabrol, donde no parece pasar nada y pasa todo, donde se cuenta un policial, pero el hecho criminal es lo de menos.


“El aura” es un filme profundo, un estudio de personaje, hermético por momentos, con sutiles trazos, gradaciones tan leves como las gamas de verdes de la fotografía de Checco Varese. No es una historia para espectadores distraídos, porque “El aura” parece contar una cosa que, dramáticamente, no es central; la clave es el personaje, Esteban Espinosa, un hombre definido por un instante, por un momento, por un revelador segundo de conciencia. Esa es su búsqueda, su destino, su alfa y su omega. Antes y después, no hay nada más para él.

De Esteban Espinosa sabemos que es taxidermista, epiléptico y que su esposa lo ha dejado. También, en una primera hora meticulosa, nos enteramos que es un hombre que anhela el control, en exceso razonador, calculador de todas las alternativas, un evaluador profesional, angustiado por el peso de la decisión. En el rostro de Ricardo Darín (en una labor excepcional) se garabatea el peso de esa angustia, la terrible presión que le significa sopesar cada posibilidad y decidir.

Hay un diálogo entre Ricardo Darín y Dolores Fonzi que es la tesis de la película. Es la única ocasión en la que alguien le pregunta que siente durante sus crisis epilépticas, cuando pierde la conciencia por unos minutos. Y Darín / Espinosa describe el aura (término clínico), ese instante previo al ataque, en el que cae en cuenta de que va a perder el control (control que se ha empeñado, con tanto esfuerzo, de retener en la vigilia), ventana zen en la que todas las percepciones se agudizan, el tiempo se ralentiza y la conciencia alcanza su grado superlativo. En ese instante clave, surge la epifanía. No tiene que decidir. No hay contradicción entre la acción y la decisión. Es la epifanía. El mundo se aparta y la acción se libera del pensamiento.

Esa es la película. Espinosa busca ese momento, esa luz que se abre un paso antes de perder la lucidez. Una vez, sólo una vez, que el pensamiento no entorpezca la acción; que no haya alternativas que evaluar; que fluya naturalmente. Y ese momento se da cerca del final del filme. No hay otra cosa para Espinosa que ese instante que lo defina ante el Universo, un solo momento, en que pueda actuar libre de pensamiento, sin la excusa de la epilepsia. Lograda la epifanía, volverá a lo de siempre. No tiene otro motivo que alcanzar ese estado superior de la conciencia.

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“El aura” cuenta, secundariamente, una historia policial casi sin palabras. Un collage de hechos aislados que la mente brillante de Espinosa conecta con una simple mirada: línea de puntos trazada con la inteligencia. Ese segmento central, tras la presentación del personaje (que empieza cuando Sontag lo deja en la cabaña y los hombres misteriosos vienen a buscar a Dietrich), está notablemente contada porque Bielinsky se vale, artesanalmente, sólo de imágenes. Seguimos a Espinosa en la recolección de los trozos sueltos que ha dejado Dietrich, sin que una sola línea de diálogo nos ayude. Cuando Espinosa debe contar la historia, a los cómplices de Dietrich, cuando finalmente los puntos se unen en voz alta, esa escena nos parece que sobra, que repite, que está de más. Pero es ahí, por primera vez, que se explícita, en palabras, la deducción de Espinosa. Si nos parece superflua, es porque el guión y la cámara de Fabián Bielinsky nos ha llevado de la nariz, mostrándonos imágenes para contarnos lo que pasa dentro de la cabeza de su personaje, sin recurrir a la palabra. Eso es cine. Tan sencillo como eso. Y encontrar algo así en el cine actual y, especialmente, en el cine argentino, no es para pasar de largo. (Un ejemplo: la secuencia, en tres imágenes, cuando Espinosa descubre que su esposa lo ha dejado; sentado en la cama, sentado en el avión, sentado en el jeep; tres imágenes superpuestas, un par de segundos, que nos habla de la inmovilidad contenida de ese personaje, más que cualquier parlamento).

El nivel de realización de “El aura”, en sus rubros técnicos, es de tan alto como el trabajo de Ricardo Darín. También hay que señalar que ese nivel de factura en fotografía, sonido, dirección de arte, no es común localmente. Hay que valorarlo, porque nos enseña que nuestro cine puede ponerse los pantalones largos cuando es necesario. No es sólo una cuestión de fondos, si no de actitud, de voluntad de contar una historia.

Escenas a destacar: Espinosa siguiendo a uno de los cómplices de Dietrich, agachándose para verlo agonizar; la escena final del “aura”, cuando Espinosa es perseguido. Un pálpito: “El aura” entre las cinco mejores películas extranjeras para el Oscar; un deseo: una nominación como mejor actor para Ricardo Darín.

CONSEJO: imperdible. Pochocleros abstenerse.

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