En el verano de 1949, todos los días a las diez de la mañana, en la estación Núñez del ferrocarril Bartolomé Mitre, aguardaba el tren junto conmigo un caballero de barba, elegantemente vestido con un palm-beach impecable.
Yo acababa de leer “Persuasión de los días” y había cobrado gran admiración por su autor, Oliverio Girondo, cuya fotografía había visto varias veces y que, a mis ávidos ojos, era el señor de palm-beach. Me acercaba a él lo más posible, viajaba en el mismo vagón y tomaba como él el subterráneo hasta plaza San Martín, donde ambos descendíamos. La gente lo observaba admirada y algunas damas hasta le pedían autógrafos. A mí me asombraba la cultura de un pueblo que reconocía a un poeta tan difícil y poco difundido. Hasta que un día me enteré de que el caballero del palm-beach no era Oliverio Girondo sino el Príncipe Kalender, una especie de Chopin de tercera categoría que tocaba el piano por la radio. El verdadero Girondo estaba en su casa de Suipacha 1444 y, a esa hora, dormía a pierna suelta.
JULIO LLINAS
(la nacion, 04.11.05)
4.11.05
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