19.3.06

el que no llora no mama

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LA HISTORIA DEL CAMELLO QUE LLORA

Acá hay un buen ejemplo de cómo, con recursos mínimos, se puede contar una gran historia. "La historia del camello que llora" es un hallazgo de la cartelera de estos días, una película exótica por su origen y su historia y que, sin embargo, nos termina identificando como si pasara a la vuelta de la esquina.

Mezcla de documental y ficción, "La historia del camello que llora" es la historia de un camellito albino al que su madre se niega a amamantar. Sus dueños, una familia campesina mongola que vive en el desierto de Gobbi, intentan todos los trucos heredados de generación en generación, para que la madre acepte a la cría. Pero cuando todo falla, echan mano a una tradicional ceremonia, el ritual Hoos, en el que un violinista toca una música, de manera tal emotiva que la hembra termine llorando y acepte a su cría.

Byambasuren Davaa, codirectora del film, es oriunda de Mongolia y sus propios abuelos fueron pastores nómades como los que presenta la película. Davaa estudiaba cine en Munich, en 1999, cuando propuso como tesis esta historia que codirigió con el italiano Luigi Falorni. El desafío fue encontrar y convivir con una familia nómade, compartiendo las mismas exigencias del ambiente, sin que la presencia del equipo de rodaje alterara la forma de vida habitual. La familia Amgaas que vemos en el filme, no son actores, son pastores en realidad. (La bisabuela del relato falleció después del rodaje y sus familiares pudieron verla "viva", en el celuloide, en el estreno del filme que fue, vale aclarar, un fracaso de público en Mongolia).

"La historia del camello que llora" combina la poesía simple de la propia historia del camello no aceptado por su madre, con la vida cotidiana de la familia campesina. Un interesante apunte del guión es trazar ese paralelo entre madre e hijo, espejo que se replica en los camellos y en los humanos. La madre acunando a su hijo, la hembra del camello arrimando con su trompa a su cría, para que tome la teta. Esos pequeños gestos que trascienden la condición humana y que se enlaza con otro marco más amplio, la propia naturaleza, donde seres humanos y animales son uno.

El desarrollo del ritual Hoos es paradigma de esta línea. Conmueve observar el grado de comunión entre los hombres y los animales, en ese rincón azotado por los vientos y la arena. Hay algo mágico y trascendente en ese vibrar de la cuerda del violín. Hay una conciencia cósmica en el llanto de la hembra y en el reencuentro con la cría, una catarsis colectiva y universal. "La historia del camello que llora" tiene la virtud de hacernos participar de ese momento, de convertirnos en testigos de un acto poético de una sociedad que nos parece tan ajena y extraña.

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Los rasgos de modernidad que se filtran en la vida cotidiana de los nómades mongoles (la televisión, la antena satelital, las pilas) remarcan otro apunte de la película, el mensaje ecológico, el de los hombres agotando los recursos naturales, con tanta avaricia, que los espíritus de la tierra se han alejado, asustados. La ceremonia con los lamas, devolviendo parte de lo extraído a la tierra, con la esperanza de la reconciliación, se resume en la frase de uno de los sacerdotes que expresa: "Hay que pensar que no somos la última generación sobre la tierra". Esa conciencia ecológica, de un rincón aparentemente primitivo, resuena fuerte en estos lares tecnificados y globalizados. Al fin y al cabo, todo se reduce a cómo la aldea cuida a sus crías. Y una de las formas de cuidarlas, es asegurarse que tengan alimentos cuando sean mayores.

Algunas críticas del palo del cine arte han puesto en duda el ritual Hoos filmado en "La historia del camello que llora" y en cuánto hay de edición en el llanto del animal. De verdad, frente a lo que cuenta la película y su sencilla poesía, buscarle tal afán de verosimilitud, parece una auténtica pavada. Suceda o no, haya sido filmada con cortes o en continuo, sea un documental o una ficción guionada, el mérito de "La historia del camello que llora" no está en la veracidad de lo contado, sino en lo que cuenta, precisamente. Y eso sin necesidad de recaer en esa superstición de la verdad en el cine, algo absolutamente nulo. La sola presencia de la cámara echa por tierra cualquier verdad. La mirada de la lente no es neutral, por si hace falta recordarlo.

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Escenas destacadas: el ritual Hoos; el nacimiento del camello; el viaje de los chicos por el desierto; el camello albino llorando a lo lejos la indiferencia de la madre. Frases: "El último camello no nacerá hoy", "Tal vez, mañana"; "Mamá, ¿si el bebé no toma la leche de su madre, morirá?", "No digas eso, hijo"; "Abuelo, ¡cuenta otra historia! ¡Esa ya la contaste!", "Ven a la mesa y no mires la televisión"; "Dejémoslos solos".

CONSEJO: imperdible para amantes del cine arte. El resto, esperar al video.

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