20.4.06

las razones de Judas

-Sólo pude ver a Caifás y a alguno de los saduceos, escribas y fariseos, sentados en sus bancas de madera. Cuando el Iscariote avanzó hasta las gradas, los jueces enmudecieron En sus rostros habla sorpresa. Por lo visto no esperaban al traidor. Y Judas, jadeando y en un tono que casi me dio lástima, les dijo:

»-He pecado en el sentido de haber traicionado una sangre inocente... Me ofrecisteis dinero por este servicio -el precio de un esclavo- y, con ello, me habéis insultado...

»Los sanedritas, atónitos, parecían no dar crédito a lo que estaban viendo. Y Judas concluyó así:

»-... Me arrepiento de mi acto. He aquí vuestro dinero.

»Entonces sacó una bolsa de su faja y la mostró al Consejo. Por último, exclamó con voz imperiosa:

»-¡Quiero liberarme de esta culpa!

»Las carcajadas no tardaron en llenar la gran sala. Aquellos hipócritas, dando fuertes palmadas sobre los asientos, se mofaron y le ridiculizaron cruelmente. Uno de los que ocupaba un puesto cercano a Judas se levantó y acercándose a él le invitó con la mano a que se retirara.

Pero antes manifestó en alta voz:

»-TU Maestro ha sido condenado por los romanos. En cuanto a tu culpabilidad, ¿en qué nos concierne? ¡Ocúpate tú de ello y vete!

»El Iscariote dio media vuelta y con la cabeza baja se alejó del Tribunal, mientras las risotadas e insultos arreciaban de nuevo.

(…)

Estimo que esta aparentemente insólita acción de Judas Iscariote, desembarazándose de las 30 monedas de plata, merece un comentario. Las palabras del traidor ante el Tribunal -«he aquí vuestro dinero» y «quiero liberarme de esta culpa»- no fueron una simple y humana reacción de arrepentimiento. Judas sabía, como todos los judíos, que la Ley protegía a los «vendedores» de algo o de alguien. La Misná, en su Orden Quinto: «Votos de Evaluación» (arajin), establece en un total de nueve capítulos las disposiciones en torno a los llamados votos de evaluación; es decir, aquellos por los que una persona se compromete a entregar al Templo el valor de una determinada persona, tal y como viene determinado en el Levítico (27, 1-8) en relación con la edad y sexo. Además abarca una minuciosa normativa sobre la compra y dedicación de tierras heredadas y de casas como, asimismo, sobre su rescate y los votos de «exterminio». Pues bien, en vista de la actuación del Iscariote, entiendo que éste consideró -o trató de considerar ante los sanedritas- que la entrega de su Maestro encajaba de lleno en lo que podríamos denominar una «venta» o «transacción comercio» por la que, incluso, había percibido una compensación económica. En este sentido, al menos en lo que concierne a bienes puramente materiales casas, campos, etc.-, si el vendedor, una vez efectuada la operación, no la consideraba justa o, sencillamente, decidía echarse atrás, podía recurrir dentro de un plazo de 12 meses, a contar a partir del día de la venta. La mencionada Misná, en el capítulo IX (4) del citado apartado sobre «Votos de Evaluación» reza textualmente en este sentido:

«Si llegó el último día de los doce meses y no ha sido redimida (la casa, por ejemplo), se hace definitivamente suya (es decir, del comprador), indiferentemente que la hubiera comprado o que la hubiera recibido en regalo, puesto que está escrito en el Levítico (25,30): "a perpetuidad". Antiguamente (el comprador) se escondía cuando llegaba el último día de los doce meses a fin de que se hiciera definitivamente suya (la casa). Pero Hilel, «el viejo», dispuso que (el vendedor) pudiera echar el dinero en la cámara del Templo, pudiera romper la puerta y entrar (en la casa) y que el otro pudiera venir cuando quisiera y recoger su dinero. »

Judas, en consecuencia, había obrado de acuerdo con la Ley. No estaba conforme con la «venta» de Jesús de Nazaret e hizo uso de su derecho, en el mismo día del pago de dicha «transacción». Y aunque el Iscariote debía saber también que en el capítulo primero (apartado 3) del referido asunto de los Votos se aclara que «el moribundo y el que es conducido a la muerte (por veredicto de un tribunal judío que no admite gracia) no pueden ser objeto de voto ni pueden ser evaluados», forzó sus derechos al máximo, creyendo ingenuamente que aquel gesto anularía dicha «venta». Hay que reconocer, en descargo de la culpabilidad del Iscariote, que, por lo menos, apuró todas las posibilidades jurídicas, en beneficio del Maestro. De poco sirvió, por supuesto, pero creo que es de justicia esclarecer este hecho, tan parcamente contado por el escritor sagrado. Muchas personas podrán preguntarse -yo también lo hice- por qué Judas accedió a esta «venta», si sabía que su traición desembocaría en el ajusticiamiento del Nazareno. Personalmente, a la vista del mencionado comportamiento del Iscariote en la sala del Sanedrín y, posteriormente, en la del tesoro, creo que Judas jamás llegó a pensar que su Maestro sería condenado a muerte. Él lo había entregado a los dignatarios de las castas sacerdotales, convencido de que éstos se limitarían a «custodiarle» e interrogarle y, a lo sumo, encarcelarle o desterrarle. No trato de hacer una defensa extrema del traidor, pero su fría venganza contra el Galileo y su movimiento se hubiera visto sobradamente colmada con la vergonzosa captura y el posible desmembramiento de los discípulos. Pero los acontecimientos, como sabemos, tomaron otros derroteros.

(…)

Es curioso pero, si Jesús no hubiera sido condenado a muerte, quizá Judas hubiera tenido éxito en su intento de anulación de la «venta». La Ley, al menos, preveía un plazo de un año para que el «comprador» -en este caso los sanedritas- se retractaran y devolvieran la mercancía».

JUAN JOSÉ BENÍTEZ
“Caballo de Troya”

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