“El 13 de junio, ya reunida toda la expedición, se convocó un consejo de guerra”” nos cuenta el capitán Alexander Gillespie. En el consejo de guerra, a bordo de la Narcissus, se trataría (en palabras de Beresford) “si podía ser mejor atacar primero a la ciudad de San Felipe de Montevideo o a Buenos Aires, capital de las provincias”.
En el consejo se enfrentaron dos posturas, la de Home Popham que proponía atacar Buenos Aires y la del general William Carr Beresford que estaba a favor de atacar a Montevideo, hacer fuerte la plaza en la Banda Oriental y desde allí, forzar el bloqueo a la capital del virreinato. “lo que por último me determinó a aceptar el plan de sir Home Popham(…)” declara Beresford “fue que la flota carecía de todo. La tropa había quedado absolutamente sin pan y muy poco existía en los buques de guerra y realmente habían sido consumidos en los transportes las provisiones de toda especie”.
“En el consejo de guerra que decidió cuál sería el teatro de nuestra campaña” buchonea Gillespie “el general Beresford fue dominado en su opinión de ir contra Montevideo, por su colega naval y una gran mayoría”. Popham expuso intereses políticos (un fácil triunfo vencería las dudas del gobierno británico que, vale recordar, no había autorizado expresamente la operación) pero, principalmente, monetarios: el testimonio de Russel sobre la indefensión porteña y la existencia de los tesoros reales en la ciudad. Tal vez la mejor definición, lo que no pudo poner por escrito Beresford, lo hiciera el capitán Gillespie, al comentar la elección de Buenos Aires sobre Montevideo para iniciar el ataque: “…un gran sacrificio de objetivos nacionales se hizo con la elección de proceder contra el último. No es agradable echarlo en cara, pero la sinceridad exige una crítica sobre el valor relativo de las dos ciudades”.
Seguramente, Beresford hubiera suscripto totalmente el análisis militar que el capitán Gillespie hiciera en su libro de memorias: “Si aquella fortaleza hubiera sido atacada y tomada, en vez de la capital, no hay duda de que con nuestra pequeña fuerza, ayudada por la cooperación de nuestra escuadra, nos hubiéramos mantenido independientes de la provisiones locales y contra cualquier enemigo que se hubiera traído en contra nuestra. Nuestros barcos habían transportado, en breve tiempo, provisiones de Santa Catalina de los Brasiles, y como Montevideo ésta en la extremidad de una península angosta, que toca en el mar y es navegable para cañoneras en ambos lados ella, cualquier ejército atacante desde el continente debía estar expuesto al fuego cruzado de esas embarcaciones pequeña cuando se aproximase a la guarnición. Desde esta posición, se habría mantenido trato con los nativos que nos fuesen favorables, nos hubieran servido como depósito seguro para nuestra manufactura que, siendo muy necesitadas, hubieran sido ansiosamente adquiridas a todo riesgo por aventureros contrabandista del interior; y Buenos Aires, abandonada a sí misma y con su comercio así bloqueado, habría deplorado su pérdida, y bajo un impulso conjunto de necesidad e interés propio, habría accedido a un compromiso moderado, en aquellos sacrificios que no quiso rendir después a siete mil bayonetas” para finalizar con una clara confesión de parte “La alternativa capotada por nosotros irritó a sus nativos, y el resultado calamitoso adecuadamente recuerda el disparate sin mayor explicación”.
(Éste y otros posts sobre las invasiones inglesas pueden consultarse en:
http://invasionesinglesas.blogspot.com)
16.6.06
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