8.7.06

domingo, 27.06.1806 – el cruce del riachuelo

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De un lado, los 1600 ingleses, esperando las luces del alba para forzar el cruce del Riachuelo; del otro, los 500 defensores de la ciudad, mal armados, guarecidos tras los cercos de tunas. Beresford encomendó la tarea de reconocimiento al capitán Kennet de ingenieros. “Luego que amaneció, mandé recorrer las riberas del río, y hallé que por nuestra banda teníamos poco o ningún resguardado, mientras los enemigos estaban apostados detrás de árboles, cercos, y entre las embarcaciones de la orilla opuesta. Como nuestra situación y circunstancias no podían admitir la menor demora, determiné forzar el paso” .

Beresford acercó las 11 piezas de batería cerca de la orilla, escoltados por la compañía de Cazadores del 71, con la infantería detrás, a cubierto de las casas que no se habían destruido en la quema apresurada del puente. “El enemigo comenzó un nutrido fuego desde sus refugios en zanjas, cercos y casa a unas cien yardas del Riachuelo” recuerda Alexander Gillespie. “El enemigo rompió un fuego muy mal dirigido de cañones gruesos, y de mosquetería; aquéllos cesaron luego que se rompió nuestro fuego, y ésta prosiguió por más de media hora, pero aunque tan inmediato a nosotros apenas nos hicieron daño, tal mal dirigido era” crítica Beresford.

El intercambio del fuego fue nutrido de ambos lados. Los ingleses tenían una ventaja, un nuevo tipo de granada, la Shrapnel (en honor a su creador, el coronel Henry Shrapnel) de gran eficacia y poder destructivo. Era un proyectil de forma esférica con un interior hueco relleno de balines de plomo, con una carga de pólvora que estallaba en el aire, aumentando el área de dispersión de los fragmentos liberados. Dado el alto efecto que produjo en el bombardeo en el Puente de Gálvez, Shrapnel fue felicitado oficialmente por el capitán Ogilvy, jefe de artillería, en carta al General Mc Leod, Director de Artillería en Inglaterra.

Sin embargo, pese a la opinión de Beresford, los ingleses no salieron ilesos del fuego: un marinero murió, contaron con 11 soldados heridos y el capitán Le Blanc vio como una bala de cañón le volaba una pierna. Además, el que sería un protagonista importante en los días por venir, Dennis Pack perdió su caballo, por el fuego enemigo.

Un grupo de marineros ingleses cruzó a nado el río, en medio del fuego cruzado, volviendo con botes y lanchas; los primeros fueron usados para el paso de la infantería y los segundos para, amarrados, armar un puente para el paso de la artillería y los caballos. Cuando los primeros botes ingleses llegaron a la otra orilla, las fuerzas defensoras de la ciudad se desbandaron, dejando la ciudad a merced de las fuerzas invasoras.

La defensa de la ciudad presentó notorios errores tácticos, al no hacerse trincheras ni barricadas para resistir el avance inglés. Más aún, los defensores contaban con pocas municiones. El coronel Giannini tuvo que emprender la retirada cuando su reiterado pedido de municiones fue desoído, tras agotarse los diez tiros por hombre que disponía. Los mismos hombres que luchaban debieron desplazar a la Fortaleza dos piezas de artillería, por carecer de armamento.

Se desoyó otras ideas, como la de atacar por la retaguardia al ejército inglés, cuando pasaran el río, pedido hecho por 500 marinos mercantes que solicitaron fusiles para la acción. Tampoco se dio permiso al capitán mercante Francisco Guas para colocar piezas de artillería en la subida a la ciudad, en las tres calles que venían de Barraca (las actuales Defensa, Montes de Oca y Salta).

El héroe de la jornada fue el sexagenario teniente coronel Juan Antonio Olondriz, con casi medio siglo de servicios, que al frente de 50 granaderos del Regimiento Fijo resistió la embestida inglesa, sin ceder un palmo de terreno, hasta que se le dio la orden de retirarse.

¿Qué era del comandante en jefe en ese momento? Sobremonte marchó con unos 600 hombres, la tropa de caballería que había pernoctado en Barracas, más otros voluntarios de Olivos, San Isidro y las Conchas, con rumbo oeste. Muchos supusieron que intentaría atacar a los ingleses por la retaguardia, cruzando el Riachuelo por el Paso de Burgos, mientras las fuerzas defensoras cerraban el avance inglés por el Paso de Gálvez. Pero cuando desde la Convalescencia vio a las fuerzas defensoras retroceder ante el avance inglés, viró hacia el oeste y al llegar a la calle de las Torres (Rivadavia), abandonó la ciudad por los corrales de Miserere, junto a sus jefes militares, “cabalgando como lo persiguieran de cerca” como anotara Vicente Fidel López.

Sobremonte almorzó en la quinta de Liniers (luego sería la de White) y posteriormente marchó hacia Córdoba, para reunir voluntarios para intentar la reconquista de la ciudad. Previamente, se reunió con su familia en la chacra de Monte Castro, donde pernoctó.

Las tierras de Monte Castro (en el actual barrio homónimo) estaban ubicadas en uno de los puntos más altos de la ciudad, una chacra cubierta de sauces, ombúes y durazneros, perteneciente a Pedro Fernández de Castro quien las vendió en 1781, aunque dejaría su nombre ligado a la región hasta el día de hoy. En esos terrenos, en 1806, tenía una quinta el virrey, alrededor del área que hoy limitan las calles Moliere entre San Blas y Camarones. El posterior lote de la zona, daría origen, ya en 1860 a tres barrios: Liniers, Villa Luro y Versalles.


Antes de la huída, Sobremonte tuvo tiempo para nombrar a su tío político, el brigadier José Ignacio de la Quintana, como jefe militar de la ciudad, con órdenes de defenderla y, si la suerte fuera adversa, negociar con el enemigo una capitulación honrosa.

Quintana ordena a las pocas fuerzas no dispersas, regresar al Fuerte. Los hombres “todos disgustados tomaron por la calle del Bajo (Defensa) dirigiéndose a la Real Fortaleza, confusos y llenos de vergüenza, sin osar levantar la vista y muchos llorando de pena, dejando de esta forma el paso franco a un enemigo débil”1 como recuerda José Fernández de Castro, testigo de esos días.

Cuando Quintana comunicó a los jefes militares la decisión del virrey de replegarse al Fuerte, sus hombres protestaron violentamente, escenas que se repitieron en la Plaza Mayor. “¿Cómo se entiende aquello de retirarse, cuando no se sabe de qué color es el uniforme del enemigo?” preguntaron. Quintana contestaba con “¡Nadie levante la voz: pena de la vida al que no obedezca al señor Virrey!” pero siguieron las protestas y algunos, incluso, rompieron sus armas, antes de entregarlas.

A propósito, es interesante rescatar una anécdota citada por Paul Groussac, para notar el respeto que el virrey tenía en la población. Un voluntario llevó, conduciendo sus bueyes entre pantanos, dos cañones desde el Retiro al Puente de Gálvez; cuando llegó, el virrey ordenó regresarlos porque “no hacían falta”. “Ya me dio rabia también” confiesa el paisano y le arroja a Sobremonte, en presencia de su Estado Mayor, un “Pues, señor, si ya no se necesitan cuando está el enemigo al frente, será porque estamos perdidos o porque S.E. nos habrá vendido a todos”. Sobremonte cayó al suelo y, tras levantarlo tres de sus oficiales, grita: “¡Tírenle, mátenlo!”; el criollo replica: “Que lo hagan: prefiero morir en este sitio a que me maten los enemigos sin hacer resistencia”. Un oficial, poniéndole la espada sobre el sombrero, sin darle el golpe, le dice: “Cállese, paisanito, que esto ya no tiene remedio”. Finalmente es detenido por orden del virrey.

“A las once de la mañana” escribe Beresford “tenía algunos cañones y la mayor parte de nuestras tropas del otro lado del río”. En los hechos, la ciudad de Buenos Aires ya había caído en poder de los ingleses.

(Éste y otros posts sobre las invasiones inglesas pude consultarse en:
http://invasionesinglesas.blogspot.com)

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