14.8.06

nosotros teníamos caras

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A propósito de la visión actual de aquellas sombras que debían gesticular tanto para suplir la carencia de voz, recordé la conmovedora secuencia de "El ocaso de una vida" ("Sunset Boulevard"), el film de Billy Wilder de 1950, cuando Norma Desmond - o sea, Gloria Swanson-, diva del mudo, reunida con sus viejos colegas de entonces, hace proyectar en su salón fragmentos de películas de la época y al verlas exclama: "¡Nosotros teníamos caras!". Pensé entonces: "¿Qué valor tiene la cara en un actor de teatro?". No es lo mismo que en el cine, con sus primeros planos que magnifican un rostro hasta dimensiones colosales (siempre me ha asombrado la facilidad con que el público acepta esa convención, en tanto suele rechazar a la ópera por no encontrarla "natural").

Rostros de poderosa atracción visual en la pantalla -esa misteriosa alquimia de la piel y la luz, llamada fotogenia-, a menudo la pierden por completo en el escenario. La admirable estructura ósea de la cara de Katharine Hepburn se imponía en ambos medios con la misma fuerza, y lo mismo cabe decir de Dolores del Río; Alec Guinness resultaba tan convincente en el cine como en el teatro porque nunca tuvo una cara propia, sino que la modificaba según el personaje. A cara limpia, era el hombre más anónimo y vulgar del mundo.

ERNESTO SCHOO
“Máscaras y rostros”
(la nación, 12.08.06)

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