5.3.07
mentiras y falsificaciones
Hace pocos meses volvió a editarse en DVD una poco difundida película que Orson Welles realizó en 1973, F for Fake ("F de falso"), mutilada para su exhibición comercial por distribuidores iraníes y difundida en la Argentina con otro título, Verdades y mentiras. Como todas las obras de Welles, tampoco en ésta hay afanes pedagógicos o morales, sino el implacable reflejo de una época de confusión, como era la de hace tres décadas y como es la de ahora.
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…Welles explica, con su maravillosa voz de sótano, que la mentira es la finalidad de todo arte, mientras que la falsificación es sólo un medio para obtener ganancias, lo que es una cita del ensayo de Oscar Wilde La decadencia de la mentira .
Los embaucadores famosos abundan en los reinos del arte, donde han multiplicado los claroscuros de Rembrandt, los cuellos de cisne de Modigliani y los escritos póstumos del marqués de Sade. Hay ciudades y enciclopedias falsas pero verosímiles, como lo saben los lectores de Marco Polo, de Calvino y de Borges; hay santos falsos como los que imaginaba Gonzalo de Berceo a comienzos del siglo XIII cuando deseaba desviar a los peregrinos hacia su convento de San Millán y retener sus limosnas; hay fotografías de monstruos que no existen, como las que reproduce un libro magistral llamado Freaks , de Leslie Fiedler, en el que se ve un niño hindú de cuyas espaldas brota otro niño parásito, y un hombre con cuatro pies elegantemente calzados.
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Hasta el lenguaje tiene sus víctimas, y ciertas frases siguen identificándose con personajes que jamás las pronunciaron. Una de las más célebres es el "Elemental, mi querido Watson", de Sherlock Holmes, que no aparece en ninguna de las cuatro novelas y 57 narraciones breves escritas por su creador, Arthur Conan Doyle. La improvisó el actor sudafricano Basil Rathbone, mientras filmaba El sabueso de los Baskerville, en 1939, y desde entonces sigue adherida a Holmes con más énfasis que su pipa y su violín. Ni pertenece a Voltaire la famosa sentencia "No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero voy a defender con mi propia vida su derecho a decirlo". Esa frase fue incluida por primera vez en un libro de Evelyn Hall titulado Los amigos de Voltaire (1906) y, a pesar de su falsedad comprobada, se la reproduce con la firma del filósofo francés en los más serios manifiestos y proclamas sobre la libertad de pensamiento.
El purgatorio de las obras (y de las vidas) imaginarias es casi tan populoso como el de las verdaderas. El cine ha difundido más de una vez la historia de la falsaria Anna Andersson, quien murió hace tres décadas tratando de convencer al mundo de que era Anastasia, una de las hijas del zar Nicolás II. La credulidad de la gente y las ambigüedades de la historia le permitieron sostener esa mentira hasta el fin, y vivir de ella con cierta holgura.
La enumeración de mistificaciones puede resultar interminable. Algunas son tan llamativas que merecen lugar aparte. Entre las más sonoras está la del holandés Hans van Meegeren, quien estudió con tanto celo y talento las técnicas de Jan Vermeer -figura mayor de la pintura flamenca del siglo XVII- como para inventar, entre 1936 y 1942, siete obras maestras desconocidas, que los expertos atribuyeron a una etapa temprana de Vermeer. Una de ellas, Cristo en Emaús , unía con destreza algunas jarras de vino, cabezas, manos y platos de sus obras juveniles y las ordenaba de manera tan nueva que media Europa quedó sin aliento ante el hallazgo. Nadie pudo descubrir que Van Meegeren era un falsario. Irónicamente, tuvo que hacerlo él mismo. Al terminar la Segunda Guerra, la policía holandesa lo arrestó por vender al enemigo obras que pertenecían al patrimonio nacional y lo amenazó con la cárcel perpetua. Van Meegeren eligió entonces denunciarse como falsificador, delito menos ofensivo que el de colaboracionista. Para demostrar que no mentía, pintó un último Vermeer en su celda: el mejor de todos y el único que fue destruido.
Menos patética es la historia del francés Vrain-Denis Lucas, quien se hizo rico vendiendo una colección de veintisiete autógrafos de Colón, Carlos V, Dante, Carlomagno y Julio César, todos falsos, por supuesto. Tres de las joyas de aquel conjunto bastaron para asegurar la inmortalidad a Vrain Lucas, no en los anales de los coleccionistas sino en los osados dominios de la falsedad, donde todo es posible: una carta de Sócrates a sus discípulos antes de beber la cicuta; un relato de Lázaro sobre los prodigios del paraíso, después de ser resucitado; una confesión arrepentida de María Magdalena a la comunidad de Jerusalén. La Enciclopedia Británica supone que este último texto fue el que delató a Vrain Lucas porque el falsario, ya cebado, lo escribió en francés.
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Desde el principio de los tiempos, el hombre inventa fábulas para que otros las vivan y las sufran, así como la vida inventa realidades que con frecuencia terminan convirtiéndose en fábulas.
TOMÁS ELOY MARTÍNEZ
“Verdades y mentiras”
(la nación, 03.03.07)
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