20.6.07

bandera deshilachada

Ya supo decir Sarmiento que “argentino” es anagrama de “ignorante” y, más acá, Andrés Rivera puso en labios de un Rosas de ficción que si con algo podrá contarse siempre es con la cobardía de los argentinos. En estos tiempos de estertores de esa utopía que se llamó Argentina, figuras como Manuel Belgrano resplandecen desde el fondo de la historia. Extraña maldición la de este país que ha tenido que soportar el peso muerto de una dirigencia hija bastarda de la ineptitud y la corrupción en dosis iguales. ¿Qué futuro podía esperar una nación en la que sus dirigentes ordenaban a sus patriotas arriar el pabellón recién creado?

Los pormenores en este muy buen artículo de Pacho O’Donell de “La Nación” de hoy que extractamos a continuación:
Cuando Belgrano izó por primera vez la insignia azul y blanca (cosida por una olvidada de nuestra historia, doña María Echeverría) a orillas del río que después sería llamado, en conmemoración, Juramento (en el actual departamento de General Güemes, provincia de Salta), fue severamente reprendido por las autoridades porteñas, quienes le ordenaron deshacerse de ella y volver a enarbolar la roja y gualda de la corona española.

No le fue mejor más tarde cuando, en camino hacia el Alto Perú, festejando el segundo aniversario de la proclama de Mayo, volvió a reemplazar el estandarte real por la bandera celeste y blanca, que hizo presentar por el coronel Díaz Vélez, bendecir por el cura Gorriti, jurar por soldados y oficiales y pasear por las calles de Jujuy. Enarbolada en el Cabildo y saludada por salvas de los cañones, Belgrano hizo formar las tropas ante ella, arengándolas con lo que para muchos fue una verdadera declaración de independencia, alejada de las especulaciones de Buenos Aires. Aquí sostenían lo que se dio en llamar "la máscara de Fernando VII": el ocultamiento de los propósitos independentistas. Se consideraba que no estaban dadas las circunstancias internacionales y se trataba de prolongar la alianza estratégica consagrada en la Junta de Mayo con comerciantes españoles, cuya única intención era romper con la obligación de negociar exclusivamente con la metrópoli, una España ocupada por Napoleón y en gravísima crisis económica y social.

(…)

Su comunicación al Triunvirato le fue respondida por un indignado Rivadavia: "El gobierno deja a la prudencia de V. S. mismo la reparación de tamaño desorden [la jura de la Bandera], pero debo prevenirle que ésta será la última vez que sacrificará hasta tan alto punto los respetos de su autoridad y los intereses de la nación que preside y forma, los que jamás podrán estar en oposición a la uniformidad y orden. V. S. a vuelta de correo dará cuenta exacta de lo que haya hecho en cumplimiento de esta superior resolución".

Para Buenos Aires era más importante el temor a desagradar al embajador lord Strangford. Se sometía a la estrategia inglesa de sostener hipócritas buenas relaciones con España, su aliada contra Napoleón, que excluían inoportunos arrestos independentistas de sus colonias a cambio de arrancarle las mayores concesiones comerciales.

Furioso y despechado, don Manuel responde el 18 de julio de 1812, sincerándose respecto de que en las dos oportunidades había izado la bandera "para exigir a V. E. la declaración respectiva en mi deseo de que estas provincias se cuenten como una de las naciones del globo". Pero ya que el gobierno no dictaba la independencia -recién se haría en 1816, y Belgrano sería uno de sus principales impulsores- no le cabía otra conducta que recoger la bandera. "Y la desharé para que no haya ni memoria de ella -escribe, con conmovedor despecho-. Si acaso me preguntan, responderé que se reserva para el día de una gran victoria, y como ésta está muy lejos, todos la habrán olvidado."

Razones tenía Belgrano para estar sorprendido, puesto que, imbuido de la decisión política de no precipitar la autonomía de España, aunque no la compartiera, había elegido para la bandera los colores borbónicos de la casa del rey Fernando VII: tres franjas, dos azul celeste, exteriores, y una blanca, interior. Los colores que ya lucían en la escarapela nacional de las Provincias del Río de la Plata, creada por decreto del 18 de febrero de 1812.

Fue Sarmiento quien, años más tarde, confirmaría que las fajas celestes y blancas "son el símbolo de la soberanía de los reyes españoles sobre los dominios, no de España, sino de la Corona, que se extendían a Flandes, a Nápoles, a las Indias, y de esa banda real hicieron nuestros padres divisa y escarapela, el 25 de Mayo, para mostrar que del pecho de un rey cautivo tomábamos nuestra soberanía como pueblo, que no dependió del Consejo de Castilla ni de ahí en adelante dependería del disuelto Consejo de Indias".

La bandera celeste y blanca se izó en la fortaleza de Buenos Aires sólo tres años más tarde, luego de la caída del anglófilo Alvear a raíz de su fracasada intentona de defenestrar a San Martín como gobernador de Mendoza, sustituyéndolo por el coronel Perdriel.

PACHO O´DONNELL
“La osadía de Belgrano”
(la nación, 20.06.07)

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