16.11.07

mal cogidos

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SHORTBUS
¿Por qué no se puede explorar el sexo en una película estadounidense en un contexto divertido y reflexivo a la vez? ¿Por qué asusta tanto? Entiendo que nos asustemos a nivel personal, pero como dijo Dan Savage, un amigo mío: “Uno puede tener miedo al sexo, pero el sexo es inevitable”. También soy consciente de que en la cultura estadounidense, el miedo al sexo o, mejor dicho, el miedo a cualquier relación sustancial, lleva a la infelicidad, a la violencia y al conflicto. La mojigatería crece en este país (y en su gobierno) y me apetecía meterme con eso. Semejante mojigatería acaba desahogándose en una pornografía triste y repetitiva que es quizá la principal educación sexual de los jóvenes estadounidenses.
JOHN CAMERON MITCHELL
Cada tanto aparece alguna película que patea el tablero y nos hace reconsiderar lo visto y discutir y analizar y polemizar, mucho tiempo después de que salimos del cine. “Shortbus” tiene esa virtud no muy común en las películas vistas. Esta sensación de que se rompió el silencio porque hay intención de decir algo. Y su mensaje tiene tanta vitalidad que impone analizarla desde varios ángulos, desde distintas veredas. Por eso sólo, “Shortbus” es una película que no puede dejarnos indiferentes a los cinéfilos. Y no es poca cosa, en estos tiempos de carencias argumentales y temáticas.

“Shortbus” es la historia sexual de un grupo de neoyorquinos. Varios personajes que coinciden en un garito que se llama Shortbus (que le da título con doble sentido al filme) donde se permite sexo libre, de cualquier modo y ocasión. Todo es posible ahí: mirar, masturbarse, orgías, sado, anal, clásico, beso negro y sigue el catálogo. En ese campo se cruzan los personajes con sus dramas sexuales: una pareja gay que quiere abrir su relación a un tercero; una sexóloga que desconoce lo que es tener un orgasmo; una dominatrix que no siente; un ex alcalde de Nueva York que salió del placard; un voyeur que acecha con su cámara fotográfica desde lejos.

John Cameron Mitchell (director y guionista) trabaja con los recursos mínimos de cine independiente (en serio) y con el aporte sustancial de su elenco que le ha puesto el cuerpo (literalmente) a la historia. Las escenas de sexo que vemos en “Shortbus” son reales y los orgasmos no son fingidos. Lo que vemos en pantalla no es una representación: son actores teniendo sexo.

La pregunta es si esto reduce a “Shortbus” a un filme porno. No, en absoluto. No hay confusión posible. La pornografía tiene un propósito directo, tal vez poco sutil, pero muy claro: excitar al espectador. Si no hay excitación, no logró su propósito. “Shortbus” no tiene (ni remotamente) tal intención. “Shortbus” nos habla de una ciudad cosmopolita que ha convivido con dos oleadas de muerte: el SIDA y el 9/11. Y sus habitantes abiertos y tolerantes se encuentran, retraídos, en una ciudad a oscuras, conviviendo con el miedo, miedo a morir, sí, pero especialmente miedo a la soledad.

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Cuando las peripecias sexuales pasan a un segundo plano, cuando la fisiología del acto cede por fatiga, quedan seres humanos que se toman la mano y se miran, buscando y buscándose en el otro. Esos instantes de ternura que se desencadenan después de un polvo no tradicional, son los mejores momentos del filme. Allí está la clave de la historia, lo complicado que es, en estos años de muerte e intolerancia, de mezclarse y experimentar con otros, en busca de esa conexión que nos haga sentir vivos.

Debería analizarse más cómo la muerte se ha deslizado en un área tan vital como el sexo. Debería plantearse hasta qué punto, tras la libertad experimentada en los ’60, la convivencia con la muerte y la peligrosidad de los fluidos no ha llevado a aislar al individuo, a restringir la espontaneidad, a reprimir los deseos. Y nos preguntamos hasta qué punto, esta energía sexual restringida no busca escape por canales violentos. Arriesgamos una hipótesis: las sociedades mal cogidas son sumamente violentas. Esperamos que algún sociólogo nos auxilie en esta teoría caprichosa e intuitiva.

La tesis de “Shortbus” está en esa escena final con Justin Bond cantando al son de trombones y trompetas, con un ritmo de circo y bacanal festiva que enardece a los parroquianos, casi como un bastonero gritando “¡A coger que se acaba el mundo!”. Recuperar el clima de fiesta que el sexo perdió a partir del SIDA y del 9/11. Volver a cantarle a la vida, frotándose, acariciándose, empapándose contra el otro y los otros.



Casi tan fundamental como esa escena, es el monólogo del ex alcalde de Nueva York el que advierte que Nueva York es una ciudad permeable y que por eso recibirán el ataque de lo impenetrable y lo insano. Una ciudad que está a oscuras y que necesita ser iluminada con la energía liberada en cada orgasmo, en cada casa y en cada rincón de la ciudad.

Aún con desniveles, con mayor o menor fortuna, ese es el propósito de “Shortbus” y los diálogos de los personajes, buscándose en su soledad, nos emociona y nos conecta con sus miedos y debilidades. Ese es otro hallazgo temático del filme: la capacidad del director para juntar una osada escena sexual (digamos, un tipo autoabasteciéndose u otro eyaculando sobre un Pollock) con un diálogo fuertemente emotivo íntimo. Una y otra vez, el filme de John Cameron Mitchell cruza esa línea y regresa, mostrándonos que no importa cuán excéntrica (para la media) sea su conducta sexual, los personajes son humanos y tienen similares necesidades y falencias.

“Shortbus” es notable como organización cinematográfica, por la tarea previa de elegir y mezclar a los actores de una propuesta tan osada. Vale la pena leer el reportaje al director que citamos más abajo, porque hay muy buena información sobre cómo fue organizada esta película.

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La repercusión que ha tenido “Shortbus” en la mediocre crítica cinematográfica argentina también debe señalarse. En los links al pie se han citado tres críticas, la de Diego Brodersen en “El amante”, la de Diego Lerer en “Clarín” y la insólita crítica de Claudio Minghetti en “La Nación”. Esta última es un canto a la censura, proponiendo marginar a “Shortbus” al limbo del cine condicionado, con una pasión descalificadora que cuesta entender para el amante del cine, más allá del derrumbe que muestra en los últimos tiempos esta sección del diario fundado por Mitre. Y coincidimos con Lerer en un concepto: parece que no escandaliza ni molesta que un tipo se corte un pie en pantalla, para liberarse de la prisión de un sádico o que otro tipo le arranque un ojo a otro en escena. Eso está bien y no molesta. Pero vemos a unos cuantos ñatos dándole a la matraca, con ganas y sin vergüenza y salimos corriendo a rasgarnos las vestiduras. ¿Qué le pasa a una sociedad que tiene esos valores? ¿Hasta qué punto es un indicador de enfermedad social?

Tal vez (sólo tal vez, pregunto) sea necesario acostumbrar a la gente a desensibilizarse del dolor, el sadismo y el sufrimiento y hacerle olvidar, lo más rápido posible, todo lo que tiene de placentero y hermoso la vida. Seguramente es una forma de facilitar el control social de la población para que vaya a matarse a cualquier campo de batalla o corra desesperada por un puesto de trabajo en condiciones infrahumanas.

Destacamos de “Shortbus” la banda de sonido, de colección, para seguirla atentamente. Es fundamental también a la hora de contar esta historia.

Escenas destacadas: la escena final con ritmo de fiesta; el diálogo del ex alcalde; el diálogo de la terapista con la dominatrix en la cápsula de aislamiento; una de las charlas finales entre James y Jamie en Shortbus; la charla entre James y su vecino voyeur.

Mañana publicaremos las mejores escenas del filme.

A continuación, una serie de links útiles para los interesados en el filme, con varios trailers. Si no le produce ningún eczema lo que vea en estos adelantos, podrá tranquilo a ir a ver “Shortbus”. Si vomita, se estremece o (¡peor!) se eyacula sin tocarse, no le recomiendo que vaya a verla porque lo echan del cine. Pero no es una película para dejarla pasar.

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LINKS ÚTILES

Un reportaje de Tony Rayns a John Cameron Mitchell donde cuenta cómo se preparó la película:
http://es.wikipedia.org/wiki/Shortbus

La crítica de Diego Brodersen en “El amante”:
http://www.elamante.com/index.php?option=content&task=view&id=1260

La crítica de Claudio Minghetti en “La Nación”:
http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/espectaculos/nota.asp?nota_id=958185#lectores

La crítica de Diego Lerer en “Clarín”:
http://www.clarin.com/diario/2007/11/01/espectaculos/c-01001.htm

El trailer del film (en inglés):



Otro trailer más corto:



Una edición con la historia de amor de James y Jamie:



La escena en que el ex Alcalde de Nueva York cuenta cómo la ciudad está bajo el ataque de lo insano y cómo se lo acusa de no haber hecho lo suficiente cuando se desató la epidemia del SIDA (en inglés). La traducción abajo del trailer:



-¿Pero sabes qué es lo mejor de Nueva York?
-¿Qué?
-Es donde todos vienen a coger.
-En serio. Es uno de los últimos lugares donde la gente desea agacharse para dejar entrar lo nuevo. Y lo viejo. Los neoyorquinos son muy permeables. ¿Sabes a qué me refiero?
-Sí.
-¿Seguro?
-Sí... Por ello, estamos sanos. Consecuentemente, somos el objetivo de lo impermeable y de lo insano. Y claro, Nueva York es donde todos vienen a ser perdonados.

-Dime, ¿cómo has pecado? Estoy seguro que no es nada serio.
-¿Cómo lo sabes?
-Bueno... estoy seguro que hiciste lo mejor. Pero imagina que creciste
aquí... como yo. Tu hogar puede perdonar muy poco.

La gente dijo que no hice lo suficiente para prevenir la crisis del SIDA porque estaba en el placard. No es cierto. Hice lo mejor que pude. Tenía... tenía miedo. Y era impenetrable. Todos sabían muy poco entonces. Y ahora sé todavía menos.

El trailer sin censura:

Shortbus - Uncensored Trailer



CONSEJO: no es de recomendación amplia, pero si es cinéfilo, no la deje pasar.

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