3.3.08

capítulo 6: salvados por una guerra. El thatcherismo y sus enemigos útiles.

Otros fragmentos de “La doctrina del shock” de Naomi Klein
“Estoy segura que usted entenderá que, en Gran Bretaña, dada nuestras instituciones democráticas y la necesidad que aquí existe de alcanzar un elevado nivel de consenso, algunas de las medidas adoptadas en Chile son del todo inaceptables. Nuestra reforma debe ser conforme a nuestras tradiciones y a nuestra Constitución, aunque, a veces, el proceso pueda parecer exasperantemente lento”.
MARGARET THATCHER a FRIEDICH HAYEK
Febrero de 1982

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Pero, en 1971, la economía estadounidense entró en una depresión: el desempleo era elevado y la inflación impulsaba los precios considerablemente al alza. Nixon sabía que si seguía la línea liberalizadora que aconsejaba Friedman, millones de ciudadanas y ciudadanos enfadados lo echarían del cargo en las siguientes elecciones. Así que decidió instaurar topes a los precios de bienes de primera necesidad como los alquileres y el petróleo. Aquello indignó a Friedman: de todas las posible “distorsiones” de la intervención estatal, la de los controles de precios era, sin lugar a dudas, la peor.

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Pero la estocada más cruel que Nixon depararía a Friedman sería un afamosa proclama del presidente: “Ahora todos somos keynesianos”. Tan hondo fue el sentimiento de traición que Friedman describiría más tarde a Nixon como “el más socialista de los presidentes de Estados Unidos del siglo XX”.




Los izquierdistas de los países en vías de desarrollo sostienen desde hace tiempo que toda democracia auténtica –dotada de normas justas que impidan que las grandes empresas compren las elecciones- desemboca necesariamente en gobiernos favorables a la redistribución de la riqueza. Su lógica es muy simple: en esos países, hay mucha más personas pobres que ricas. Las políticas que interesan a esa mayoría pobres son, claramente, la de redistribución directa de tierras e incrementos de los salarios, y no de las llamada economía del goteo o de la filtración descendente (“trickle-down economics”).




A solamente un año de las siguientes elecciones generales, el thatcherismo estaba a punto de tocar a un temprano e ignominioso fin, mucho ante de que los tories, hubiesen logrado sus objetivos más ambiciosos: la privatización en masa y la quiebra de los grandes sindicatos obreros.




Desde el punto de vista militar, aquella batalla de once semanas de duración no parece haber tendido apenas relevancia histórica. Sin embargo, se ha pasado por alto el impacto de aquel conflicto bélico sobre el proyecto pro libre mercado, que fue enorme: la guerra de las Malvinas fue la que proporcionó a Thatcher la tapadera política que necesitaba para instaurar, por primera vez en la historia, un programa de transformación capitalista radical en una democracia liberal occidental.

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“Tuvimos que luchar contra el enemigo exterior en las Malvinas y ahora tenemos que luchar contra el enemigo interior, que es mucho más difícil de combatir pero que resulta igual de peligroso para la libertad”.
MARGARET THATCHER tras la Guerra de Malvinas.

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“Sólo una crisis –real o percibida como tal- produce un verdadero cambio. Cuando ocurre esa crisis, las acciones que se emprenden dependen de las ideas existentes en aquel momento. Ésa es, en mi opinión, nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes y mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se convierta en políticamente inevitable”.
MILTON FRIEDMAN
1982



... ,en circunstancias normales, las decisiones económicas se toman en medio del tira y afloja de una serie de intereses contradictorios: los trabajadores quieren empleos y aumentos salariales, los propietarios quieren impuestos más bajos y mayor desregulación, y los políticos tienen que hallar un equilibrio entre esas fuerzas en conflicto. Sin embargo, si nos sacude una crisis económica de suficiente gravedad –una rápida depreciación de la moneda, un crac de los mercados o una gran recesión-, todo lo demás queda a un lado, con lo que los dirigentes se hallan liberados para hacer lo que sea necesario (o lo que se considere como tal) en nombre de la reacción a una emergencia nacional. Las crisis son, en cierto sentido, zonas “ademocráticas”, paréntesis en la actividad política habitual dentro de los que no parece ser necesario el consentimiento ni el consenso.




El interés de Friedman por las crisis suponía también un claro intento de aprender de los triunfos de la izquierda tras la Gran Depresión: cuando el mercado quebró, Keynes y sus discípulos –que hasta entonces, habían predicado en el desierto- habían sabido aguardar su oportunidad y acudieron prestos con sus ideas y soluciones, integradas en el New Deal. En los añoss setenta, Fideman y las grandes empresas que lo patrocinaban trataron de imitar ese proceso con un singular estilo de preparación intelectual de la población para el desastre. Se dedicaron a construir concienzudamente una nueva red de think tanks derechistas, entre los que se inclueyron institutos como el Heritage y el Cato, y produjeron el vehículo más significativo de difusión de las ideas de Friedman: la miniserie televisiva de diez episodios Free to Choso emitida por la PBS y patrocinada por algunas de las mayores corporaciones empresariales del mundo, como Getty Oil, Firestone Tire % Rubber Co., Pepsi Co. , General Motors, Bechtel y General Mills.

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