25.6.08

atenti al ladri

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EL SUEÑO DE CASSANDRA / ANICETO

Confluyen en la pantalla local, dos películas de sendos maestros que abrevan en obras propias anteriores. Nos referimos a “El sueño de Cassandra” de Woody Allen y a “Aniceto” de Leonardo Favio. La primera no hace explícito lo que cualquier espectador con dos dedos de memoria puede deducir a partir de “Match Point”: Woody Allen está contando la misma historia que en “Crímenes y pecados”, con algunas diferencias menores. En el caso de Favio, es explícito transformar en un ballet su propia película de “El romance del Aniceto y la Francisca…” (abreviación del título más largo de la historia del cine argentino). En ambos casos, los dos maestros fracasan, sin vueltas. Uno sale del cine preguntándose qué quisieron hacer y porqué empuñaron una cámara si no tenían nada más que decir. “El que rompa el silencio tendrá que hacerlo / con alguna palabra maravillosa” cita Tuñón a Rega Molina. Cabe estos versos para este pobre intento de dos artistas maravillosos. Por eso, tal vez, duele más tal pobreza.

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“El sueño de Cassandra” repite la historia del hombre ambicioso que enfrenta la posibilidad de cometer un crimen que solucionaría todos sus problemas. El peso moral de esa decisión es clave: será alguien diferente (mate o no). Bueno, si Allen contó (brillantemente) por primera vez esta historia en “Crímenes y pecados” y la retomó (con menos brillo) en “Match Point”, ¿qué necesidad tenía de contarla otra vez?.

Ahora, el personaje central se divide en dos hermanos. Uno manipula al otro, ambos pretenden ser más de lo que son. No intentan ser mejores; sólo parecerlo. Apariencias que definen un destino, azuzados por una madre que no duda en menospreciar a su esposo por sus fracasos comerciales. Los hermanos irlandeses buscan una oportunidad, una chance, para salir de su mediocridad. Las mujeres que consiguen están a su lado, si y sólo si, sustentan con dinero lo que sugieren aparentar. La aparición del tío “salvador” (en simétricas escena, al principio y al final) sugiere la proyección del futuro de los muchachos. Ian se identifica con el tío; el atormentado Ferry en su padre.

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Si esas categorías psicoanalíticas son más o menos claras, el filme transcurre muy correctamente, demasiado correctamente para ser Woody Allen. Sus diálogos han perdido gracia, fulgor, trascendencia. La insipidez de los parlamentos (estilísticamente justificado en “Match Point”) provocan fatiga. Allen parece tambalear en un agotamiento de su cine. Tal vez deberíamos ansiar en que el gran neoyorquino se tome un año sabático largo y se pregunte, desde la cumbre más alta de su carrera, qué carajo quiere contar.

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Tal vez, entonces, tengamos la gran obra de Woody Allen que estamos esperando desde hace rato. Y de no ser así, con todo lo que hizo, ya es suficiente para llamarse a silencio y cerrar con gloria un capítulo dorado.

En el caso de Leonardo Favio, arriesgó a ponerle música a la sencilla historia del Aniceto. Pero la película no es un musical. Y tampoco una representación teatral de un musical. “Aniceto” naufraga en una pobreza conceptual y hasta visual (cosa rara en su autor). El filme parece un borrador mal hecho. La yuxtaposición de Chopin con los Wawancó ni siquiera causa gracia. Es un recurso torpe que poco ayuda a la historia.

Favio no ha encontrado la música de su ballet. Y eso es una falla fundamental. Más aún: creo que Favio no encontró el género para volver a contar esta historia.

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Si hubiera querido filmar un ballet, era apropiada la elección de buenos bailarines (como lo hizo en “Aniceto”). Pero entonces el primer plano no es el aliado principal. Los intérpretes del terceto central hacen un gran esfuerzo para mostrarse como actores. Pero lo de ellos es bailar. La cámara en un largo primer plano es un enemigo en el campo de batalla. Es un síntoma de la confusión en la que cae Leonardo Favio, al punto que si no decimos que “Aniceto” es un bodriazo se debe, exclusivamente, a quién está detrás de cámara.

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Dos pasos en falso en dos artistas de mérito. No por arriesgar, sino todo lo contrario, por caer en la tentación de sacarle más jugo a una idea que ya dio todo lo que podía dar. Un ejemplo de los riesgos de no tomar riesgos en la creación artística. Pecado que podemos perdonar por todo lo que estos dos señores han dado a la cinematografía.

CONSEJO: dejar pasar.

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