1.4.09
muerte de un presidente
En una recordada escena de “Nixon”, Oliver Stone detiene a Richard Nixon (Anthony Hopkins) frente al retrato de John Fitzgerald Kennedy, la noche previa a su renuncia. “Cuando los norteamericanos te ven, ven lo que quieren ser” le hace decir al protagonista “Cuando me ven a mí, ven lo que son”.
Para aquellos que fuimos adolescentes en la restauración democrática, Raúl Alfonsín será, por siempre, el tipo que nos puso la piel de gallina recitando el Preámbulo en el fragor de la primera campaña electoral tras la noche de la dictadura. Cuando el rezo laico de “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino” era, más que un calculado slogan de campaña, la promesa de lo que podíamos alcanzar como nación y como ciudadanos.
Hoy, cuando la política argentina es un guiñol patético de inmorales, ignorantes e incapaces, cuando se ha perdido la capacidad de verbalizar los grandes sueños, cuando la palabra ha dejado de tener algún significado, cuando asistimos a la manada obediente del Congreso, cuando las crisis y las traiciones le han roto el alma, el entusiasmo, las esperanzas, a todo un pueblo, la figura de ese Alfonsín se agiganta a niveles épicos.
Irónicamente, esa figura que se debatió solitario en los primeros duros años de la primavera democrática, fue el principal responsable de darle el empujón fatal a esa democracia que amaba y por la que trabajó, con la ingeniería del tristemente célebre Pacto de Olivos. Hay en esa acción un rasgo netamente argentino, esa maldición de elevarse a las máximas alturas del ideal, para derrumbarse estrepitosamente en la instancia de la ejecución.
No obstante, cabe destacar la honestidad en su creencia y la condición de que fue el único presidente de la democracia que no debió pasar por los tribunales para responder por cargos de corrupción. Que esa excepción llame nuestra atención, habla a las claras del lamentable estado en el que se encuentra nuestro sistema político.
Con Alfonsín, no enterramos a un Presidente, enterramos un sueño: el sueño de una nación que ya, nunca más, podrá ser.
Breve, pero glorioso, cuando nos miramos en Raúl Alfonsín, los argentinos nos vemos como la Nación que hubiéramos querido ser.
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