“Puede ser que seamos marionetas, marionetas controladas por los hilos de la sociedad. Pero al menos somos marionetas con percepción, con conciencia. Y quizás nuestra conciencia sea el primer paso de nuestra liberación”.
STANLEY MILGRAM
El señor de la foto es Adolfo Eichmann y la expresión de su rostro sugiere la convicción de un genocida que no sabe porqué lo odian tanto. “Sólo cumplía órdenes” argumentaba, sorprendido por la agresividad de los judíos a su persona. “Las órdenes eran lo más importante de mi vida y tenía que obedecerlas sin discusión” escribió en su diario, mientras esperaba en prisión su ejecución por crímenes contra la humanidad.
Eichmann era una persona corriente, sin patologías definidas para los psiquiatras que lo examinaron. ¿Qué llevó a un hombre común, incluso mediocre, a convertirse en un asesino de masas? ¿Había algo en los alemanes, alguna condicionalidad cultural que los volvía susceptibles a obedecer a la autoridad sin juzgar las órdenes recibidas?
Eso sospechaba el psicólogo social Stanley Milgram quien, en los ’60, diseñó un experimento para probar esta tesis, experiencia que planeaba realizar en Estados Unidos y Alemania para comprobar empíricamente las diferencias entre ambas sociedades.
Milgram publicó avisos en los diarios pidiendo voluntarios para un estudio sobre la memoria y el aprendizaje, personas entre 20 o 50 años del más variado nivel educativo. Se elegían dos participantes y se les sorteaba dos funciones: “maestro” o “alumno”. La consigna era que el “alumno” (atado para evitar movimientos excesivos) escucharía una lista de pares de palabras; luego se repetiría la primera palabra y él debería recordar la segunda. Ante cada error, el “maestro” debería propinar una pequeña descarga eléctrica, dolorosa, pero que no produciría efectos irreversibles. Cada error incrementaría el nivel de la descarga eléctrica, de los 45 voltios iniciales a los 300 voltios finales que llevan al interrogado al borde del coma. Si el “maestro” dudaba en aplicar el correctivo, el investigador le indicaba severamente que debía continuar. Había cuatro frases progresivas para incentivar al “maestro” a proseguir con la experiencia: “Continúe, por favor”; “El experimento requiere que usted continúe”; “Es absolutamente esencial que usted continúe”; “Usted no tiene opción alguna. Debe continuar”. Sólo después de esta última frase, si el “maestro” dudaba otra vez, se interrumpía el juego.
En realidad, sólo se estaba examinando al “maestro” que desconocía que su “alumno” era cómplice del investigador y que en realidad era un actor que simulaba su reacción ante las descargas eléctricas, desde ya totalmente inexistentes.
El experimento sólo se hizo en Estados Unidos porque los resultados sorprendieron de tal modo a Milgram que hizo innecesario testearlo en Alemania. Porque los sujetos de estudio, en el 65% de los casos, llegaron a aplicar la descarga de 450 voltios. Si bien todos pararon en algún punto del experimento, ninguno lo hizo antes de aplicar los 300 voltios, cuando el actor simulaba no dar señales de vida.
Lo notable del experimento que todos los “maestros” estaban profundamente afectados por el sufrimiento del “alumno” y eran plenamente concientes del dolor que estaban infringiendo. Sin embargo, proseguían con las órdenes de proseguir con el experimento, pese a eso.
Parecía que, pese a los previsto, lo que sucedió en la Alemania nazi bien podría suceder en una democracia liberal como la de los Estados Unidos de América. Había algo en el interior del ser humano que trascendía las fronteras y las culturas.
Milgram trabajó con dos teorías para explicar esos resultados: aquellos sujetos que no tiene habilidad ni formación para tomar decisiones delegan la toma de decisiones al grupo y su jerarquía y el sujeto se considera un instrumento de las decisiones de otra persona y no se considera responsable de sus actos.
Es interesante notar que no hubo diferencias significativas por género: tantos hombres como mujeres eran igualmente permeables a obedecer a la autoridad. Sí empezaron a notarse las diferencias cuando se cambiaban algunas variables críticas del experimento. Por ejemplo, la cercanía al “alumno” cambiaba los porcentuales de obediencia. Si el “maestro” estaba fuera de la habitación donde se ubicaba al “alumno” y escuchaba sólo sus golpes en la pared, el 65% llegaba por lo menos a 300 voltios; la proporción caía a 40% cuando el “maestro” compartía la habitación con el “alumno” y al 30% si tenía que sostenerle la mano sobre una placa para aplicarle la descarga.
Apoyos de compañeros a interrumpir la experiencia también provocan una caída en el porcentaje de obediencia; si el experimentador abandonaba la habitación y dejaba a cargo a un “igual” al “maestro” se reducía al 20% y caía al 0% si dos experimentadores se contradecían. Si en vez de la prestigiosa Yale, repetían el experimento bajo la advocación de “Research Associates of Bridgeport”, la obediencia caía al 47%.
Un corolario interesante de la experiencia es que muchos de los “maestros” que llegaban al umbral de los 450 voltios consideraban que los “alumnos” eran responsables del dolor que estaban sufriendo por su grado de estupidez para contestar correctamente las preguntas. La tensión entre el deseo de no dañar a nadie y respetar la autoridad parecía reducirse si se derivaba la responsabilidad a la víctima en vez del victimario.
El experimento fue criticado (extrañamente) no por sus fundamentos y resultados, sino por considerarlo no ético, al desconocer los sujetos de estudio el objetivo del mismo. Cabe señalar que, desde los ’60, el experimento se repitió con similares porcentajes. Cerca de dos tercios de los sujetos obedecían a la autoridad sin criticar los fundamentos éticos de las órdenes.
“I… como Ícaro”, la película francesa con Ives Montand, contiene una escena en la que el protagonista se convierte en un sujeto del experimento Milgram. Los siguientes dos videos reproducen la escena mencionada:
En 1970, Stephen Milgram recibió una carta de un ex participante: “Fui un participante en 1964, y aunque creía que estaba lastimando a otra persona, no sabía en absoluto por qué lo estaba haciendo. Pocas personas se percatan cuándo actúan de acuerdo con sus propias creencias y cuándo están sometidos a la autoridad. . . Permitir sentirme con el entendimiento de que me sujetaba a las demandas de la autoridad para hacer algo muy malo me habría asustado de mi mismo”. Eran los tiempos de Vietnam y este participante había decidido no acatar la orden de ir a la guerra y declararse objetor de conciencia, sin importar el castigo que recibiera de las autoridades.
"La cuestión surge para saber si hay conexión entre lo que hemos estudiado en el laboratorio y las formas de obediencia que hemos condenado de la época nazi" escribió Milgram en el prólogo de su libro “Obediencia a la autoridad”.
FUENTES:
Artículo en Wikipedia:
http://es.wikipedia.org/wiki/Experimento_de_Milgram
El artículo de Wikipedia en inglés:
http://en.wikipedia.org/wiki/Milgram_experiment
Un artículo del CEPVI:
http://www.cepvi.com/articulos/obediencia.htm
Un artículo de Paula Sayavera para la revista “Kindsein”:
http://kindsein.com/es/20/2/471/
El sitio de Stephen Milgram:
http://www.stanleymilgram.com
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