3.11.09

poner el cuerpo

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IDENTIDAD SUSTITUTA
data: http://www.imdb.com/title/tt0986263/

Por un momento imaginemos a Steven Spielberg en el lugar de Jonathan Mostow y podríamos apostar que “Identidad sustituta” sería, cuando menos, un pequeño clásico de la ciencia ficción. En su lugar, tenemos un pequeño policial del futuro, pochoclero, sólido y ameno, que no deja huella al salir del cine. Para el público promedio puede ser una película más; para los amantes de la ciencia ficción, la posibilidad de especular con los nuevos límites que la tecnología tiende a la especie humana.

“Identidad sustituta” transcurre en un futuro no muy lejano, donde se impuso la moda de los “sustitutos”. ¿Quiénes son? Robots que nos representan en el mundo exterior, manejados virtualmente por nuestros cerebros. La cosa es así: en vez de salir al mundo exterior y arriesgarse a que lo aplaste un auto, le robe un tipo y le pegue un tiro o sufra una jaqueca por estar tanto tiempo frente a la computadora en su aburrido trabajo, en este mundo del futuro, usted compra un robot perfecto que lo representa en su interacción con los demás. Desde su hogar, cómodamente sentado en su cama, lo maneja remotamente por realidad virtual. El clon posee habilidades (velocidad, fortaleza, precisión, belleza) que su cuerpo, débil y avejentado, carece y/o perdió hace mucho.

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El nudo dramático del filme lo constituye una nueva clase de homicidio: licuar el cerebro de una persona, atacando su sustituto, cosa que no debería pasar bajo ninguna circunstancia.

Por ese nodo dramático, el filme se transforma en un policial futurista.

Acá nos interesa más sondear algunos aspectos de este mundo con sustitutos, apenas esbozados en la película, como toques pintorescos a la intriga central del filme (¿quién es el asesino?). En manos de un Spielberg (como lo hizo en “Minority Report”) se hubieran convertido en los elementos centrales de la trama.

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Un primer apunte, es que los humanos han dejado de relacionarse mutuamente; en su lugar, interactúan los sustitutos, dioses perfectos, mujeres de curvas generosas, hombres de abdominales marcados. Las extensiones del sustituto permiten una nueva clase de experiencia: extremar el peligro sin poner en riesgo el cuerpo.

El filme no abunda en la nueva gama de conductas sexuales que esto podría generar (salvo los “toques eléctricos”, una mezcla de vibrador - pipas para drogarse que generan orgasmos artificiales). Tampoco en las adicciones resultantes de extremar la pulsión suicida de los sustitutos, prohijadas por la ausencia de dolor. Imaginemos que el controlador, varado grotescamente en una habitación a oscuras, estaría estimulado a buscar nuevas emociones, a doblar la apuesta, a repetir la experiencia de la muerte. (Recuerden “Crash” y las fantasías sexuales montadas en autos en colisión).

Una segunda línea argumental es la disparidad entre el mundo estético perfecto de los sustitutos y la realidad degradante de los humanos originales. El filme presenta a los originales con arrugas, desprolijos, con manchas en la piel. Uno podría imaginarse una realidad más terrible aún: dependientes de soportes vitales, cánulas insertadas, shocks de drogas para superar los estragos de la inmovilidad, miembros mutilados por falta de uso, obesidades y atrofias desbordadas.

En el filme, un 98% de la población tiene sustitutos. El 2% restante se resiste (valga la cacofonía) conviviendo en núcleos de población donde no se permite la presencia de robots. El look lumpen de los humanos contrasta con la prolijidad de los sustitutos pero es muy superior a los verdaderos monstruos degenerados tras los hilos de las marionetas cibernéticas.

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Detrás de toda esta puesta en escena, hay una pregunta filosófica: ¿hasta qué punto la práctica de la humanidad está condicionada a la presencia de un cuerpo físico? ¿En qué nivel, comprometer el cuerpo en la experiencia de vivir no nos define como seres humanos? Fragilidad, carencias, limitaciones, todas las discapacidades del cuerpo físico son, en este mundo especulativo, las trazas más fuerte de nuestra humanidad.

Siempre creímos en el dogma del pensamiento (o el alma) como el núcleo básico de nuestra identidad. ¿Y si el cuerpo, el envoltorio orgánico, fuese la clave, el elemento central? ¿Y si nada pudiera entenderse sin ponerle el cuerpo a este mundo sensorial?

Especulaciones de una simple película de ciencia ficción. Aunque tome otros caminos, “Identidad sustituta” nos regaló un buen momento de reflexión. Alcanza con eso para recomendarla.

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