29.12.09

matriarca siniestra

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AGOSTO
data: http://www.criticateatral.com.ar/index.php?ver=ver_critica.php&ids=1&idn=1778

El pasado 20 de diciembre terminó la temporada de “Agosto. Condado de Osage”, la obra teatral de Tracy Letts, actor y dramaturgo norteamericano, merecedora de un Tony y un Pulitzer. La obra tuvo el privilegio de, desde Chicago, conquistar Nueva York, una pequeña proeza en el teatro estadounidense. La versión de Buenos Aires (respetando los detalles de la puesta “llave en mano”) contó con un elenco privilegiado, encabezado por Norma Aleandro y Mercedes Morán, esta última responsable de adaptar la obra.

“Agosto” es una obra despareja: hay mucho para podar en las casi tres horas de duración. Hay diálogos que sobran, chistes que no aportan dramáticamente nada, desniveles de un libro que hubiera ganado apelando a la concisión. Pero, más allá de esos picos y simas, “Agosto” logra cachetearnos, mantenernos en un puño y sufrir o gozar con los dilemas de los personajes. Esto es, nos hace participar de la magia del teatro. Con recursos clásicos, nada menos que la palabra, desgrana el drama de una familia perversa que opera como símbolo de la sociedad norteamericana.

En una casona familiar, impera la lógica enferma de la dueña de casa, Violeta, fantoche empastillado que danza al borde de la locura. Ramón, el padre, compensa el delirio de su esposa con el alcohol. Escritor fracasado, gris profesor, el hombre se refugia en sus libros y en su botella de whisky. A partir de su desaparición, retornan al hogar las tres hijas: Bárbara, Eli y Carolina. Cada una con su problema y su personalidad, cada una participando, aún sin querer, del juego perverso de la madre.

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Entre frases ingeniosas y gags eficaces, la obra provoca la carcajada; pero el humor es el contraste para la pesada carga dramática que se asiste en escena. Cuando las piezas se reúnan, en el final, veremos cuál es el motor dramático de Violeta: ser la más fuerte. “Yo fui más fuerte que él. No pudo conmigo” expresa el personaje antes del final.

En esa frase, el personaje desnuda la mecánica del drama: todos los personajes se relacionan a través de la agresividad, de demostrar cuán fuerte se es sobre el otro, aunque eso implique su destrucción. En esa dinámica se refleja que esa casa y esa familia no sólo es un drama particular, aislado, sino una proyección del sueño americano. No por casualidad la obra empieza y cierra con el personaje de la nativa americana, la representante de los auténticos pobladores del Condado Osage. Los valores familiares de una y otra cultura son opuestos; la lógica de la imposición sólo puede terminar de un modo: solo.

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La escenografía, la gran casa en el centro del escenario, permite operar a los personajes en varios niveles; las luces parcelan los centros de interés del relato. La casa luce como espacio común, pero también como cárcel. Los personajes quieren escapar de la casona familiar pero siempre vuelven, como los hilos de una telaraña.

Los desniveles que señalamos en el libro, se repiten en el elenco. Mercedes Morán se destaca sobre todos; sus líneas (aún las más flojas dramáticamente) exhiben una convicción que se despega del resto. Se da, además, un fenómeno interesante: la actuación de Morán crece cuando interactúa con Norma Aleandro; en esa sociedad, crece la tensión dramática de la obra, alcanzando el punto máximo en la escena previa al intervalo, cuando su personaje, Bárbara, pasa a tomar el mando del hogar, siguiendo los pasos de Violeta.

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Norma Aleandro está bastante contenida en su habitual desborde y vuelve creíble a ese personaje en el borde. Otros puntos fuertes: Antonio Ugo (el tío); Fabián Arenillas (Marcelo, el novio de Carolina); Vanesa González (la hija de Bárbara).

Es interesante notar cómo el intervalo hace decaer la pieza. La obra tarda en meterse en la acción nuevamente. Este fenómeno es notorio en la actuación de Mercedes Morán que cae ostensiblemente. En la comentada poda del libro, hasta podríamos pensar que el intervalo “casi” termina con el drama. Que la hija más rebelde tome el mando de la casa (y con el cetro, su carga de soledad y resentimiento que lleva implícito) podría haber sido un final digno para la obra.

En suma, aún con sus baches, “Agosto” es una propuesta importante en la cartelera teatral local.

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