Cuando Eva Duarte se encontró por primera vez con Juan Domingo Perón en el Luna Park, la noche del 22 de enero de 1944, en que se daba una función artística de beneficencia por los damnificados del terremoto de San Juan, ella le dijo: "Gracias por existir". O no se lo dijo nunca, para los términos de la historia mezquina que resiente de imaginaciones, porque la frase la inventó Tomás Eloy Martínez, que acaba de morir en Buenos Aires, en su novela Santa Evita. Pero se lo dijo. La historia fue modificada a partir de la novela. Perón y Eva Duarte ya no serían nunca más los mismos desde que pasaron por las manos de su novelista inevitable. Su creador, su inventor, su falsario.
Tomás contaba historias en sus novelas y las contaba para sus amigos con la misma calidad seductora. Una de las que más me seguirán cautivando siempre, entre los recuerdos hondos que quedan de nuestras pláticas, tiene que ver precisamente con esa frase maestra del arte de la seducción, que años después pasó a ser el texto de un cartel en una manifestación peronista: "General Perón, gracias por existir". Tomás protestó que se trataba de una frase suya escrita en una novela suya y puesta en boca de un personaje suyo, pero su intento resultó tan ingenuo como vano.
La historia se apropió no sólo de la frase, sino de toda la novela, y la hizo suya. El novelista dejó de ser el inventor y pasó a ser el cronista, y a lo mejor ni siquiera eso, porque para negar que la Eva Perón que conocemos, tal como la conocemos, sea la invención de una persona, y para negar que las frases célebres que dijo sean también la invención de esa persona, hay que empezar por negar al novelista y negar su novela. La criatura sacrifica al creador; pero allí está precisamente su victoria. El personaje sale de las páginas de la novela y se queda en el mundo real.
(…)
En Santa Evita todo es verdad; nadie pone en duda los hechos. Tomás pasó años investigando la vida de Perón y de su esposa. Aprendió todo lo que había que saber de ellos, pero a la hora de construir la verdad de la novela no aprovechó esos materiales ordenándolos, dándoles una tesitura didáctica, sino que los transformó, los falseó, usó lo que le convenía, y lo demás fue a dar a la papelera; y de lo que le convenía, todo quedó irreconocible entre el esplendor de la mentira que ahora llena todo el campo de visión y se transforma en lo que verdaderamente ocurrió. Porque la historia es menos atractiva, la pobre, y la novela, que actúa con mayor eficacia, no admite desafíos en su altivez.
Recordaré a Tomás como el novelista que desafió a la historia y la venció, al crear su propia versión triunfante de la Argentina contemporánea, y es así como quisiera que fuera recordado. Hombre de varios oficios, entre ellos el del periodista colocado del lado del rigor de los hechos, como en La pasión según Trelew. ¡Qué paradoja! El que reclamó la verdad como consigna a la hora de contar la historia como periodista, niega la verdad y crea la suya propia a la hora de contar la historia como novelista.
Pero el periodista, en la vida de Tomás como novelista, no es sino el que proporciona instrumentos a la narración, técnicas, maneras de contar. Como periodista, jamás habría podido contar la historia de Eva Perón tal como lo hizo como novelista en Santa Evita, ni la historia del general Perón tal como lo hizo en La novela de Perón. No hubiera sido creíble.
“El inventor de mundos reales”
SERGIO RAMÍREZ
(la nación, 13.02.10)
18.2.10
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