23.3.10

conozco la canción: Merceditas (I)

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Ésta no es una historia de amor. Todo lo contrario. Es una historia del narcisismo de una aromada florecita que se negó el don de ser aspirada.

Podemos empezar la historia en 1939, en un baile en Humboldt, un pueblo de inmigrantes de casas blancas, zona agrícola de la Provincia de Santa Fe.

O tal vez, mejor, saltar a junio de 2001, en la cama de un hospital público de Esperanza, otra localidad de la misma provincia, donde agoniza de un cáncer terminal una mujer de 84 años que rememora, entre las nubes de los calmantes, un baile en el Club Sarmiento de su juventud. Vestido blanco, rulos rubios y ojos celestes que se vuelven azules como un mar sólo para el cantor, un entrerriano de traje cruzado y pelo engominado.

Mueve el brazo crucificado a la vía de la morfina y se proyecta, en la pared en penumbras, la sonrisa blanca de Ramón, invitándola a bailar en el intervalo del espectáculo. “¿Por qué no?” musita ella, en la habitación del hospital, y baila, otra vez, el tango aquel que los unió en el primer abrazo.

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Miradas, roces, besos, las sombras de una calle y una promesa: seguir en contacto, cuando él volviera a Buenos Aires, para proseguir su carrera artìsticaista.

El cantor cumple su promesa: las cartas recorren el par de años que separan Buenos Aires de Humboldt; a veces, adjunta la presencia del cantor, en gira por la región, que aprovecha para visitar a su amada.

Ahora el dolor del cáncer se atenúa, sólo por un momento, el tiempo necesario para dejarla cabalgar entre los pastos, cortando el frío de la madrugada para ordeñar las vacas o montarse en la moto, para escándalo de las señoras del pueblo que murmuran a su paso. Mercedes, la rubia que se robó el corazón del cantor, es, vitalmente libre, anclada al mar de trigo y lino de su granja, campera de cuero y botas para sostener con sus manos los destinos de su madre y su hermana Ernestina.

Pero hubo un día de 1941 (o de 2001, quién puede saber la fecha nublada por el dolor) en que el cantor golpea a su puerta y le presenta la cajita azul con un anillo adentro.

Los ojos azules se tornan grises para rechazarlo.

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“De un momento a otro lo dejé de querer. Fue el día que vino con los anillos para comprometernos. No lo acepté. Ahí me desenamoré. Yo no quería comprometerme”.

El cantor retorna a Buenos Aires con los anillos, apostando, secretamente, vencer algún día la tozuda negativa de la muchacha. Él continuó enviándole cartas; ella espantando los pretendientes que tentaban a la suerte.

Las cartas de Ramón fluían incansables, pero sus versos eran, ahora, tristes. Muy tristes. “Porque yo lo había dejado” confiesa, en la noche solitaria del hospital.

El pecho oscila imperceptible, en los últimos momentos. Para 1945, había dejado de contestarle sus cartas. “No quería que perdiera su tiempo conmigo”. Ramón siguió escribiendo por un tiempo más, hasta que se resignó a un “no” definitivo. Había dejado su arte; ahora era un empleado bancario, un hombre serio con una profesión estable. Tal vez, pensando cerrar esa puerta entornada en Humboldt, se casó. El azar jugó sus cartas: en sólo dos años moría su esposa. Otro pudo ser su destino: comprendió que en esta mano, las barajas repartían soledad.

Lo adivinó solo, como ahora agonizaba sola en la cama de hospital. Lo sintió pensando en ella, como pensó en él, aquella tarde que en la radio escuchó el chamamé que bautizó con su nombre.



Reconoció en los versos, sus palabras y supo que no la había olvidado ni la podría olvidar nunca. A lo sumo, como hacen los artistas, había convertido ese dolor en creación.

Ni cartas, ni llamados, ni visitas. Pasaron décadas de silencio, décadas de ausencia, en los que la canción se impuso, en un paciente trabajo de zapa. Si el amor no se impuso, se impuso el arte.

Ahora, cerca del fin, la anciana da vueltas a las últimas páginas de su historia. El destino se muerde la cola: un periodista, de paso por Humboldt, se entera que la protagonista de la canción vive todavía, en la misma casa donde rechazó al cantor y guitarrista de pelo engominado. Olfateando la gran nota, el periodista le arranca un reportaje. Amanecen sus ojos azules al evocar la historia del amor no correspondido, una forma tácita de admitir que su vida se ha reducido, exclusivamente, a esa empecinada negativa.

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La revista con la nota cae, por el mismo azar que los separó, en las manos del cantor de pelo engominado, ahora un jubilado que vive en Buenos Aires, recibiendo puntualmente las regalías de derecho de autor de su canción. Corren los primeros años de la aventura menemista y su canción se encuentra, sin lugar a dudas, en el podio de los temas más populares del folklore argentino.

El cantor vuelve a escribir una carta. Y esta vez, luego de tantos años, tendrá una respuesta distinta a la indiferencia. “Esa carta se la contesté. El tiempo había pasado y yo ya había perdido a mi hermana y a mi madre”.

Ella viaja a Buenos Aires y se reencuentra con Ramón. “Vive solo en su departamento. Está guapo y se hace él mismo todos los trabajos” comenta a sus amigas de Humboldt.

A los 80 años, revive la sonrisa blanca del entrerriano cantor y la mirada de lapislázuli de la rubia de rulos. Y él, confiando en la persuasión del tiempo, presenta otra vez la cajita azul (cuidadosamente guardada todos estos años) con el anillo dentro.

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Si esta historia fuera una novela de García Márquez, la mujer diría que sí y el cantor embarcaría a su amada, en un viaje, ida y vuelta, por un río eterno. Pero las historias de la vida real terminan, casi siempre, de otro modo. “Volvió con la idea de casarnos y vivir juntos. Pero yo no quería. Vamos a quedar amigos, le dije”.

Volvieron a fluir las cartas, una por día; se encontraban, puntualmente, en cada cumpleaños del cantor. Hasta que en la Navidad del ’95, Ramón murió. En un último gesto, el cantor buen mozo le legó los derechos de su canción, vitales para sumar los estrechos $200 de su jubilación.

Los últimos años son anécdota, apuntes marginales, en las últimas hojas de una vida que se apaga alrededor de una negativa. En esos años sin Ramón, Mercedes rumia un castigo divino, una compensación cósmica por su desdén. No sabe que Dios no diseña esos castigos: apenas nos proporciona la cuerda para colgarnos. Y nos da el tiempo suficiente, para contemplar el resultado de nuestras decisiones.

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Mercedes muere sola como vivió. Cree ver la figura del cantor pintón, como en ese primer baile, esperándola guitarra en mano, recostado en el marco de la puerta.

Pero es sólo una alucinación, producto de los calmantes, del dolor o de la esperanza.

No hay más que sombras y soledad.

Y una canción que suena, todavía, cuando todo se ha apagado.

Mercedes Strickler falleció el 8 de junio de 2001, en el hospital público de Esperanza. A ella le están dedicados los versos que Ramón Sixto Ríos escribió con su nombre, “Merceditas”, una fija en el repertorio de los cantantes folclóricos argentinos.

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(¡Gracias Jorge!)


FUENTES:

Artículo en Wikipedia sobre la canción y su musa:
http://es.wikipedia.org/wiki/Merceditas

y el artículo sobre su autor Ramón Sixto Ríos:
http://es.wikipedia.org/wiki/Ramón_Sixto_Ríos

Del libro de Mario Markic, “Cuadernos del camino”, facsímil en Google Books:
http://books.google.com.ar/books?id=HX_EZBevDtsC&pg=PA59&dq=%22Pastorcita+de+las+flores%22#v=onepage&q=%22Pastorcita%20de%20las%20flores%22&f=false

En Taringa, un link con 15 versiones del tema:
http://www.taringa.net/posts/musica/1377344/Folclore-Merceditas-15-versiones.html

Un artículo de Alicia Teresa Brunas:
http://www.swisslatin.ch/reportajes-03.htm

Una nota de “El Santafesino” con la noticia de la mención de monumento histórico de la casa de Mercedes Strickler:
http://www.elsantafesino.com/2001/11/13/234

La nota necrológica de Mercedes Strickler en “La Nación”:
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=318512

Una nota del periodista Roberto “Pipy” Rivero con link al último reportaje radial a Mercedes Strickler:
http://www.pipyrivero.com.ar/robertorivero/anecdotario/anecdotariomerceditas.htm

Otro artículo en el sitio “Cardón”:
http://www.cardon.com.ar/nota.php?id=113

La tapa del vinilo original:
http://www.magicasruinas.com.ar/pieilustra035.htm

(Mañana, una selección de las versiones de “Merceditas” que se pueden encontrar en Internet)

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