15.11.10

sobre muros y negociaciones

ñ

Entrevista a Tzvetan Todorov, lingüista, filósofo, escritor, historiador y crítico literario, búlgaro residente en Francia. Seleccionamos algunas definiciones interesantes del reportaje de HÉCTOR PAVÓN para “Ñ”.

El Muro de Berlín cayó y todo el mundo está muy contento pero en realidad se construyen muros todo el tiempo. Hay algunos muy célebres, otros que lo son menos pero los muros tienen funciones diferentes. Hace 40 años el conflicto estaba ocupado por el enfrentamiento ideológico entre Oriente y Occidente. Y ahora ese conflicto es entre “nosotros” y los extranjeros. Nosotros y los que vienen de afuera. En Europa, ese muro no necesita existir físicamente porque está rodeada por el Mediterráneo y el océano Atlántico…

(…)

Esos muros son de una fortaleza, mientras que el Muro de Berlín era un muro de prisión porque impedía salir a quienes vivían en el Este, en Alemania, Bulgaria, Checoslovaquia, en todos los países. El muro mexicano en la frontera sur de Estados Unidos es de fortaleza, no impide salir a los norteamericanos sino que no deja entrar a los mexicanos, los ecuatorianos, los guatemaltecos. Y después hay un muro muy particular que es el que separa a Israel de Palestina y que en realidad cumple funciones múltiples. Por un lado es un muro-fortaleza: impide a los kamikaze entrar en el territorio israelí pero también es de ocupación porque está construido dentro de los territorios palestinos, o sea que representa de facto una anexión de territorio. Y además ese muro, con la red de caminos que la acompaña, de rutas protegidas, hace que sea imposible la construcción de un Estado palestino viable, o sea que cumple también una función política. Son expresiones de la violencia de las relaciones entre comunidades.

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…en oposición al siglo XVIII que es el Siglo de las Luces, quizás a nuestro siglo lo llamarían el Siglo de las Tinieblas. Cuando hablamos del siglo XX, estamos hablando de un período que va de 1914 a 1990-1991, una era de extremos y también de religiones seculares, políticas como el comunismo. Este siglo vio el avance de otras formas de violencia: dictaduras anticomunistas en Argentina, en Chile pero también en Indonesia donde la dictadura de Suharto causó numerosas víctimas y pudo ser instaurada como muralla, como defensa contra la amenaza comunista. Y luego, por supuesto, en medio de todo eso estuvieron el fascismo y el nazismo que en un primer momento se presentaron como escudos contra la amenaza comunista pero que se transformaron a su vez en ideologías integrales, enteras, en una nueva forma de totalitarismo. En particular, el nazismo alcanzó un grado tal de intensidad como no se ha conocido en ninguna otra parte con el intento de exterminio de una población entera, judía, pero también gitana, de los homosexuales, los enfermos mentales, en suma una especie de proyecto demiúrgico de creación de un mundo nuevo y de un hombre nuevo por medios biológicos. Para mí, ese siglo corto XX permanecerá como el siglo del conflicto entre democracia y totalitarismo. Felizmente con la victoria de la democracia.

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Pero nosotros, es decir, nuestra comunidad, los que hablamos la misma lengua, que tenemos las mismas costumbres, percibimos, reaccionamos de modo especial ante los que no se parecen a nosotros, los que tienen un color de piel diferente, una religión diferente. Otro tema es el otro individual, cómo me relaciono con individuos diferentes de mí, cómo los pienso y los comprendo. Sobre eso escribí el libro La vida en común, que es un análisis de esa relación. Pero siempre puramente relativo. No hay una sustancia propia de los otros. Por eso pienso que la xenofobia es algo lamentable pero la xenofilia no es mejor. El amor incondicional por los extranjeros es tan estúpido como el odio incondicional por los extranjeros.

(..)

Soy totalmente hostil a esa visión de la política que existe y divide todo en amigos y enemigos: hay terceras posiciones. Y la política es más bien el arte del compromiso, de la negociación. Esto quiere decir que se está dispuesto a negociar en algunos puntos, otros no, y se llega a encontrar una fórmula que, sin ser perfecta, satisface al máximo de afectados de una parte y la otra.

(…)

Bulgaria para mí es una gran parte de mí mismo, es mi infancia y mi adolescencia: tenía 24 años cuando me fui. Todo lo que me recuerda ese período es una ráfaga de nostalgia, de calidez, que me conmueve. Me gustan las canciones búlgaras, la comida familiar y yo trato de transmitir algo de esa herencia a mis hijos, que son franceses pero que tienen algunas costumbres búlgaras. Algo se perpetúa.

(…)

Estuve a comienzos de 1989 y el ambiente ya era distinto. Porque el gran cambio fue la libertad de expresión: la gente hablaba libremente, ya no tenía miedo. Y es algo enorme cuando se acaba el miedo. Recuerdo un hecho particular simbólico de esa liberación: desaparecido el comercio estatal la gente empezó a vender cosas. Se podía encontrar en la calle a un hombre o una mujer sentados en el borde de la vereda vendiendo un par de zapatos. Era el símbolo de un gran cambio.

(“ñ”, 15/11/10)

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