TRANSFORMERS 3: EL LADO OSCURO DE LA LUNA
data: http://www.imdb.com/title/tt1399103
Monumento al pochoclo, “Transformers 3” es un auténtico fresco americano. Desmesurado, imbécil, patriotero, tecnológicamente descomunal, de plástico, manipulador, hábil, autorreferencial. Elija los adjetivos que quiera. Detrás de este producto de alta gama comercial, hay un análisis fractal de la sociedad norteamericana y del momento que atraviesa. Miremos a esta película con un poco más de atención. Tiene algunas cosas para analizar. Y si no quiere tomarse el trabajo de examinar esa segunda capa que hay en toda obra, la va a disfrutar igual porque garantiza el entretenimiento puro sin pretensión alguna.
Tomemos los primeros cinco minutos de película. Empezamos con una relectura de la carrera espacial norteamericana, como “la respuesta de un evento”: la colisión en el lado oscuro de la luna, en 1961, de una nave extraterrestre. En una secuencia que intercala recreaciones con material de archivo y los discursos de Kennedy y la voz de Walter Cronkite, descubrimos que el silencio de radio de la Apolo 11 tenía un objetivo: investigar la nave que se estrelló en la luna.
Esos minutos son gloriosos. Y para verlo en 3D. El espacio, la epopeya del viaje lunar, la teoría de la conspiración, la verdad que sabe el gobierno y ha ocultado a todos los votantes, todo compactado en un puñado de minutos.
¿Cómo seguir a partir de allí?
Se lo habrá preguntado Michael Bay. Porque apuesta a explotar al máximo las posibilidades del 3D, yendo más allá con la siguiente escena: primer plano del culo de Rosie Huntington-Whiteley en bombacha, despertando a nuestro protagonista. Profundidad de campo para aprovechar la tecnología: el orto de una rubia tuneada como un non plus ultra del arte cinematográfico.
Es un buen testimonio de lo que vamos a ver con los anteojos tridimensionales: exceso. Exceso de millones de dólares gastados, de tecnología, de efectos especiales, de curvas. Festival de recursos en exceso. Una metáfora de los Estados Unidos. Metáfora resumida en pocos minutos, en dos símbolos capitales: cuando el Gran País del Norte afrontó su más grande aventura, explorando la frontera más lejana; el minón que todo hombre sueña levantarse. Un nuevo mundo, una nueva vagina.
Indisimulable, el mensaje belicista, el destino manifiesto americano, en el explícito oxímoron de “luchar por la libertad”. El puñado de hombres probos, héroes que dan su vida por la bandera, por los indefensos ciudadanos. Un WASP, un negro, un rubio, un morocho. El crisol de razas para levantarse, sin miedo, ante una manga de robots de cien metros de alto que te hacen mierda cuando quieras. Pero los tipos van y les apuntan con los fusiles sin que se les mueva un pelo.
Pero hay algunas grietas en el modelo, algunos signos que vale la pena destacar, porque reflejan las dudas que aquejan a la sociedad norteamericana tras la crisis financiera.
En primer lugar, la sensación de que Estados Unidos ha dejado de ser una meritocracia. El drama cotidiano de Sam Witwicky, nuestro protagonista, es encontrar empleo. Tiene un título universitario, ha salvado al mundo dos veces, pero encuentra trabajo de cadete. Las entrevistas de trabajo son refinadas sesiones de humillación sistemática; el ambiente laboral, un club de desquiciados. Sus padres llegan a la ciudad para verduguearlo por no tener laburo. Su obsesión: que la rubia tuneada se le piante con el jefe heredero de una fortuna. Si algo lo salva a Witwicky es que el mundo esté por llegar a su fin.
En paralelo, vemos el grado de estupidez de sus líderes sociales. Las campañas de Fox News, la burócrata estúpidamente eficiente de la defensa nacional, la falta de integridad al echar a los Autobots cuando la cosa se pone espesa. Las carencias de ese colectivo contrasta con el arrojo de los soldados en las calles destrozadas de Chicago. Crítica visión de quiénes son los que dirigen los destinos de la Patria: un conjunto de imbéciles sin noción de la palabra dignidad.
El villano de turno, es un colaboracionista, un empresario exitoso que cree capaz de negociar con los conquistadores y que vende a la Humanidad para que sobrevivan unos pocos (él y la rubia tuneada, para empezar). Los tipos de lógica glacial que entregan a sus madres al matadero. Un auténtico ejemplo del líder de empresa norteamericano, del millonario promedio. Las escenas finales del tipo corriendo bajo las balas para activar el portal que traerá a los Decepticons a la Tierra, es patético. Puede destruirlos y no recibir órdenes. Pero su coloniaje mental está tan arraigado que intenta boicotear la única posibilidad de su pueblo.
En el epílogo, otra vez, el cuento de los Estados Unidos derrumbándose delante de los ojos y, aún así, resistiéndose. Ecos del 9-11, Chicago destruida, edificios colapsando, gentes cayendo de las alturas. Y aún así, aunque el final parezca cierto (al punto de ver el monumento a Lincoln destruido con un robot dictador sentado sobre sus restos), mantenerse de pie y sobrevivir.
Entre líneas, detrás de la historia pochoclo, está la evidencia de que el mundo se está colapsando para los norteamericanos y que sus principales líderes (políticos, sociales, empresariales, militares) les están fallando. Sólo tienen su pueblo luchando en las calles. Corregimos: sólo tiene a su pueblo luchando, solos, en las calles.
¿Podemos especular que es consciente esta paralectura de “Transformers 3” en el guión de Ehren Kruger, filmado por Michael Bay? ¿Hay un guiño deliberado de autor y director? Posiblemente no. Es muy probable que esta figura emerja, espontánea, del subconsciente atormentado de Hollywood.
Pero las señales están allí, entre las curvas de la rubia, las toneladas de metal, el hormigón astillado y las bombas que explotan en un día cualquiera de sol en Chicago.
Menciones de lujo para Frances McDormand, John Malkovich y John Turturro que se roban la película con su puñado de parlamentos. Mañana, las mejores frases.
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