“Ñ” publicó recientemente, una nota escrita por el filósofo esloveno Slavoj Zizek con algunas reflexiones de interés sobre los movimientos de indignados que tuvieron amplia presencia en los medios del 2011. Seleccionamos para este post algunos párrafos que nos dejaron pensando.Al pensar en las protestas de Ocupemos Wall Street y manifestaciones similares en todo el mundo, recordé que hace unos años el escritor británico John Berger señaló que “las multitudes tienen respuestas a preguntas que todavía no se han planteado… “Las preguntas aún no se han formulado porque para hacerlo se necesitan palabras y conceptos que resulten verosímiles, y los que se usan actualmente para designar los acontecimientos han perdido su sentido: democracia, libertad, productividad, etcétera. Con nuevos conceptos, pronto se plantearán las preguntas porque la historia implica precisamente ese proceso de interrogación.” Que empiecen las preguntas.
Los manifestantes de Ocupemos Wall Street y sus partidarios tienen las respuestas. Los hemos bombardeado con preguntas, sólo que todavía no han sido las correctas. “¿Pero qué quieren?” preguntamos. “¿Cuáles son sus demandas concretas?” Esta es la pregunta típica que dirige el amo del hogar a una mujer histérica, una escena de tiempos pasados: “Con todos tus lloriqueos y quejas, ¿sabes realmente lo que quieres?” Este tipo de pregunta apunta a impedir la respuesta verdadera; su objetivo es: “¡Dilo en mis términos o cállate!” Es una pregunta que bloquea eficazmente el proceso de traducir una protesta incipiente a un proyecto concreto. Los manifestantes de Ocupemos Wall Street pusieron de relieve dos puntos clave. Primero, que el sistema capitalista tiene consecuencias destructivas: pensemos en los cientos de miles de millones que se perdieron debido a la especulación financiera desenfrenada. Segundo, que la globalización económica reduce gradual pero inexorablemente la legitimidad de las democracias occidentales. Las grandes transacciones económicas que dependen de agentes internacionales no pueden ser controladas por los mecanismos democráticos, que por definición se limitan a los estados-naciones. Por lo tanto, a las formas institucionales democráticas les es cada vez más difícil representar los intereses vitales de las personas.
El quid de las protestas de Wall Street y similares es este: ¿Cómo ampliar la democracia más allá de su forma política estatal multipartidista, que obviamente es impotente ante las consecuencias destructivas de la vida económica?
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Lo que por lo general no se cuestiona es el marco demócrata-liberal de lucha contra estos excesos. El objetivo explícito o implícito de tales críticas es democratizar el capitalismo, ampliar el control democrático de la economía a través de la presión de los medios, investigaciones del gobierno, leyes más duras, investigaciones policiales honestas, etcétera. Pero jamás cuestionamos el marco institucional democrático del Estado de derecho. Esta es la vaca sagrada que ni siquiera las formas más radicales de anticapitalismo ético –piensen en el foro de Porto Alegre, el movimiento de Seattle– se atreven a tocar.
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La clave de la verdadera libertad, pensaba Marx, radica en la red “apolítica” de relaciones personales, del mercado a la familia. Es ilusorio creer que podemos cambiar las cosas de manera eficaz “ampliando” la democracia. Los cambios radicales deben hacerse fuera del ámbito de los derechos legales. La aceptación de los mecanismos democráticos institucionales como única y “correcta” fuerza de cambio simplemente impiden el cambio radical.
A mediados de abril de 2011, informes periodísticos señalaban que el gobierno chino había prohibido las películas y las series de televisión sobre viajes en el tiempo y teorías alternativas de la historia, aduciendo que tratan con frivolidad asuntos históricos serios. Los chinos consideran demasiado peligrosa incluso una huida ficticia a una realidad alternativa. En el Occidente liberal, no necesitamos estas prohibiciones explícitas. Nos autocensuramos. Hay preguntas que nunca haríamos. Según un viejo chiste atribuido a la desaparecida República Democrática Alemana, un trabajador alemán consigue trabajo en Siberia. Consciente de que toda su correspondencia será leída por censores, dice a sus amigos: “Acordemos un código: si reciben una carta mía escrita con tinta común azul, lo que dice es cierto; si está escrita con tinta roja, es falso.” Un mes después, reciben la primera carta, escrita con tinta azul: “Aquí todo es maravilloso: los comercios están llenos, la comida abunda, los departamentos son amplios y están bien calefaccionados, los cines dan películas occidentales, hay muchas chicas lindas dispuestas a tener una aventura. Lo único que no se consigue es tinta roja.” ¿No es esta nuestra situación? Tenemos todas las libertades; lo único que falta es la tinta roja. Esa ausencia significa que los términos que usamos para designar los conflictos que nos rodean –“guerra contra el terrorismo”, “democracia y libertad”, “derechos humanos”– son falsos. Nublan nuestra percepción de la situación en lugar de permitirnos pensar en ella. Nos “sentimos libres” porque carecemos del lenguaje necesario para articular nuestra falta de libertad. Demos tinta roja a los manifestantes.
“Tinta roja para los manifestantes”
SLAVOJ ZIZEK
Traducción de ELISA CARNELLI
(“ñ”, 19.12.11)
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