4.9.12

juan gris y picasso

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La mañana convenida fui a visitar a Juan Gris; vivía en las afueras. Lo encontré muy descorazonado y no tardó en contarme el motivo: Picasso había ido a verlo el día anterior y contemplando el cuadro que tenia sobre el caballete -que, me mostró, era su mujer con una cesta en el brazo-le había dicho: “Un buen trozo de pintura para museo”.

Esto podría parecer un elogio; pero en los tiempos que estoy relatando decirle a un cuadro “pieza de museo” equivalía a decirle que era obra muerta.

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Todos los cuadros que vi de Juan Gris, en su taller y después, me dejaron la impresión de una calidad buscada y sostenida. Bajo el rigor geométrico los boletos encontraban sus contornos y una luz racional desbordante de poesía. Orden y lirismo. La suya era una obra de una cabeza pensante y de una sensibilidad refinada, me gustaron sus colores, siempre subordinados a una entonación gris de extrema delicadeza. Del característico gris de su pintura tomó el nombre con el cual se le conoce, pues su verdadero nombre era José Victoriano González.

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Me encaminaba hacia la galería con un amigo español cuando tropezamos con el malagueño; si mal no recuerdo llevaba la cabeza cubierta con un sombrero melón; me lo presentó y hubo entre ellos un cambio de expresiones amables, luego de las cuales fue Picasso quien generalizó la charla contándonos a los dos una historia bastante chusca que acababa de pasarle, y que no repito porque tratándose de una aventura privada puedo parecer indiscreto.

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De todos modos, la impresión recibida viendo su obra, luego de haber visto la de Juan Gris, fue que, contrariamente a la de éste, en ella predominaba el gusto por la aventura. Me chocaron sin remedio cierto descuido, cierta vehemencia declamatoria, cierta grosería de intención que eran lo opuesto de ese secreto equilibrio en la pintura de su compatriota.

EMILIO PETTORUTI
“Un pintor ante el espejo”

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