2.11.12

nada por aquí, nada por allá

la nación

El 8 de noviembre de 1866, Buenos Aires se dio el gustazo de recibir al mago Carl Herrmann, uno de los más grandes prestidigitadores de todos los tiempos. Fue quien popularizó el sistema de magia con las manos, sin aparatos, salvo una varita.

La primera función, en el Teatro Colón -que estaba frente a la Plaza de Mayo, donde ahora se encuentra el Banco Nación-, tuvo lugar el sábado 17 de noviembre y fue a beneficio de los heridos de la guerra con el Paraguay. A sala llena, el mago recibió una docena de ovaciones. Cada noche cambiaba los trucos: La copa misteriosa, El rosario de mi abuela y La naranja mágica fueron algunos de los más celebrados. Además se presentó en Chivilcoy, Mercedes y Chascomús. Su última actuación fue en una desbordada Plaza Lorea que lo despidió coreando su nombre. Pero también realizó trucos en privado.

(…)

Pero el truco más extraño lo hizo en la casa de la célebre Mariquita Sánchez, en Florida al 200. Mariquita, que había cumplido 80 años, organizó una comida para sus íntimos. También invitó a Carl y a su mujer, la espléndida madame Czillag, eximia cantante de ópera que solía amenizar las funciones de su marido con su voz platinada.

Esa noche, Herrmann pidió que alguien le entregara su reloj. El obispo de Buenos Aires, monseñor Mariano Antonio de Escalada (primo hermano de Remedios), extrajo de su bolsillo uno de plata labrada. El mago lo envolvió en un pañuelo con sumo cuidado, lo introdujo en un mortero y comenzó a golpearlo sin compasión ante el estupor de los presentes. Tomó un papel, hizo el clásico cucurucho. Allí lanzó todo lo que iba retirando del pañuelo: una serie de engranajes, fragmentos de vidrios, ruedas y metal aplastado. Cuando desarmó el cucurucho, su interior estaba vacío. En el mismo papel arrugado escribió una nota. Luego pidió un voluntario entre los invitados, le entregó el papel doblado y solicitó a Mariquita que un criado de la casa provisto de una lámpara acompañara al ayudante recién elegido hasta el Cabildo.

Según las instrucciones, los señores caminaron las tres cuadras que los separaban del Cabildo, golpearon la puerta y el portero los recibió. Le entregaron la nota donde solicitaban autorización para ir a la torre. Voluntario, criado y portero subieron y, junto a la campana, hallaron un estuche que llevaron de inmediato a la casa de Mariquita donde todos aguardaban expectantes. El mago Herrmann recibió el estuche y siempre a la vista de todos abrió la caja. Adentro estaba el reloj de monseñor.

En medio de los aplausos, el primo de Remedios de Escalada, emocionado, le obsequió su valiosa tabaquera de plata.

“El maravilloso truco del reloj de Escalada”
Daniel Balmaceda
(la nación, 29.10.12)


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