22.9.14

la imaginación de Verne

el país

Julio Verne. He ahí un tipo que descubrió el siglo XX dentro del siglo XIX, lo que viene a ser como adivinar la edad de los metales en medio de la edad de piedra. Supongamos que estás cortando un pedazo de carne cruda de jabalí con una grosera hacha de sílex conociendo ya intelectualmente la posibilidad del hierro. Lo lógico es que te lleven los diablos. A mí me parece que a Julio Verne le llevaban los diablos porque el traje del XIX le venía pequeño. Podría haber acabado en el frenopático, pero canalizó a través de la escritura la mala sangre que le provocaba vivir dentro de una época con cuatro tallas mentales menos de las que le correspondían.

Aun así, y pese al éxito literario, su vida fue en muchos aspectos un desastre. No se pierdan este fragmento, tomado de la Wikipedia, de una carta en la que le habla de sí mismo a su madre: “Una vida que limita al norte con el estreñimiento, al sur con la descomposición, al este con las lavativas exageradas, al oeste con las lavativas astringentes (…). Es probable que estés enterada, mi querida madre, de que existe un hiato que separa ambas posaderas y no es sino el remate del intestino. Ahora bien, en mi caso, el recto, presa de una impaciencia muy natural, tiene tendencia a salirse y por consiguiente a no retener tan herméticamente como sería posible su gratísimo contenido (…), graves inconvenientes para un joven cuya intención es alternar en sociedad”.

Verne fue atacado también por fiebres de origen desconocido y sufrió una paralización facial de difícil diagnóstico. Somatizaciones, tal vez, de un desacuerdo emocional con el entorno, aunque él prefería atribuirlas a la deficiente alimentación provocada por sus penurias económicas, ya que su padre le había retirado el estipendio por no dedicarse a las leyes. En la nota citada más arriba trata de estimular la mala conciencia de su madre a la manera en que Van Gogh, en las célebres cartas, estimulaba las de Teo, su hermano y mecenas. En cualquier caso, llamar hiato al culo constituye un acierto literario que vale por las penalidades que describe.

De acuerdo, Verne padecía hemorroides, como indica delicadamente en su carta, pero las combatía con cocaína, una cosa por otra. Una producción literaria tan extensa como la suya se explica mal sin la ayuda de algún tipo de estimulante. La coca proporciona una excitación tranquila, o una tranquilidad excitante, que le viene muy bien a la actividad creadora. Cabe señalar, de otro lado, que esa “impaciencia muy natural” de salirse de su sitio que atribuye a su recto parece una metáfora de la que le consumía a él por salirse del siglo que le tocó vivir.

Nacido en 1828, año de la invención del hormigón, vivió hasta 1905, en que se descubrió el acero inoxidable. Tanto el primero como el segundo, debido a su potente presencia material, simbolizan el mundo del que venía, que era el de una racionalidad sin fisuras, una lógica de circuito cerrado, cuando él ya intuía que detrás de la electricidad vendría la electrónica. Eso le hacía vivir fuera de sí, obligándole a escribir como un poseso, pues en solo 13 años (de 1863 a 1876) publicaría, entre otros muchos, títulos tan definitivos como Cinco semanas en globo, Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna, Veinte mil leguas de viaje submarino, Los hijos del capitán Grant, La vuelta al mundo en 80 días y Miguel Strogoff.

En las novelas de Verne, la máquina no está al servicio del hombre como mera herramienta, sino a modo de prótesis; como si, más que un hallazgo para multiplicar sus posibilidades, se hubiera inventado para sustituir una amputación. De este modo, en su fantasía se configura ya el advenimiento del ciborg, esa criatura en la que la biología y la tecnología se confunden como los materiales en una amalgama. ¿Cómo se relacionan, si no, el Capitán Nemo y el Nautilus?

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…basta observar las coincidencias entre su vuelo imaginario a la Luna y el del Apolo 11, llevado a cabo realmente cien años más tarde, para aceptar sin reservas el adjetivo de visionario que tantas veces se le atribuye. Tanto en la novela como en la realidad, por ejemplo, la tripulación se compone de tres personas. La nave de Verne y la de la NASA tenían ambas forma cónica y medían y pesaban prácticamente igual. Lo mismo podemos decir de la velocidad alcanzada por una y por otra nave, así como de la duración del viaje. Las dos cápsulas aterrizan en el llamado Mar de la Tranquilidad y amerizan, de regreso a la Tierra, a solo cuatro kilómetros la una de la otra. Por cierto que la de los americanos despegó de Cabo Kennedy, muy cerca de la del escritor, que salió de Tampa, Florida.

Verne ejemplificó la idea de que el sueño y la vigilia forman un ‘continuum’ en el que no existe una línea de puntos donde meter la tijera
Aseguraba Verne que todo lo imaginable es realizable. Sabía, pues, que lo que llega a la vida pasa antes por la cabeza. Poseía una conciencia excepcional de que lo que llamamos realidad no es más que una pequeña parte de ella, pues también los sueños y las fantasías lo son. Más aún: no es que sean realidad, es que conforman lo que nombramos de este modo. No se puede fabricar un objeto que no haya sido antes un fantasma en la mente de alguien. No se puede llevar a cabo un viaje (como el de la Tierra a la Luna) que no se haya soñado previamente, ni escribir una novela sobre la que no se haya fantaseado, ni construir una nave de la que no existiera una visión previa.

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En 1863, y después del gran éxito de Cinco semanas en globo, escribió una novela titulada París en el siglo XX que su editor habitual, Pierre Jules Hetzel, le aconsejó guardar en el cajón, pues, además de no alcanzar el nivel de la anterior, se mostraba en ella muy pesimista respecto al futuro. La acción discurre en 1960, en un París en el que hay rascacielos de vidrio, automóviles, calculadoras y, ¡atención!, una red mundial de comunicaciones que se concreta en una especie de telégrafo global que evoca la idea de la Red. En ese París imaginado, las humanidades ya no forman parte de los planes de estudio y escritores de la talla de Victor Hugo han pasado al olvido. Las finanzas, en cambio, ocupan un espacio tal que el dinero ha dejado también de ser un instrumento del hombre para convertirse el hombre en un instrumento de él.

Bueno, profecía pesimista cumplida. La novela permaneció perdida hasta 1994, cuando el internet embrionario imaginado por Verne en esa novela ya funcionaba en la realidad. La Red, si uno lo desea, se vuelve hacia el siglo XIX y encuentra al autor de Miguel Strogoff.

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Como ya se ha dicho, murió en 1905, año de la publicación de la Teoría de la relatividad especial, de Einstein. Poco antes había aparecido la Interpretación de los sueños, de Freud. Verne rozó, pues, con la yema de los dedos, teorías científicas que modificaron la percepción de la realidad física y de la psíquica, previamente alteradas por su literatura. Pocos años después encontraríamos también sus huellas en el surrealismo. Verne no solo descubre el siglo XX, lo prologa, lo divide en capítulos, confecciona su índice…

Sus relaciones con la vida doméstica, para la que parecía poco dotado, no mejoraron con el paso del tiempo. A la mala relación de siempre con su hijo se añadió la agresión de que fue víctima por parte de un sobrino que una noche, regresando juntos a casa, le pegó dos tiros dejándolo cojo para siempre. Por cierto, que el hijo mencionado, Michel, publicó varias novelas póstumas de su padre, la mayor parte de ellas retocadas por él.

Dicen que durante sus últimos años se acentuó el pesimismo latente que algunos han visto a lo largo de su obra, y que vivió una vejez marcada por la depresión y el aislamiento. Quizá le amargaba la idea de no haber escrito todo lo que tenía en la cabeza. Aun así, su obra es oceánica. De sus novelas (más de medio centenar) se han hecho casi cien películas (solo de Miguel Strogoff se han rodado 16 versiones) y se encuentra entre los autores más traducidos de la historia.

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JUAN JOSÉ MILLÁS
“La vuelta al mundo de Julio Verne”
(el país, 18.09.14)