25.11.14

volver a Keynes

clarín

Los macroeconomistas han fracasado en la explicación y recomendación de políticas desde la crisis financiera mundial de 2008. Hoy, cuando se piensa en política fiscal, citan la equivalencia ricardiana para negar la eficacia del análisis keynesiano (abandonado en los turbulentos años 70 con el fin del crecimiento rápido). No parecen darse cuenta de que están reviviendo lo que decía Montagu Norman, gobernador del Banco de Inglaterra, en 1930.


La equivalencia ricardiana es una teoría según la cual toda expansión del gasto público se verá compensada por una disminución igual y opuesta del gasto privado. La teoría supone consumidores previsores que ajustan su gasto anticipándose a impuestos a pagar por el gasto en el futuro. En esas condiciones, cualquier aumento del gasto corriente lleva a los consumidores a prever una futura suba de impuestos y a bajar su gasto corriente para ahorrar para eso.


Esta teoría domina la discusión macroeconómica actual. Se la adapta a la macroeconomía actual asumiendo no sólo consumidores previsores, sino también precios flexibles. Y si un keynesiano sugiere la política fiscal en las actuales condiciones, un economista moderno probablemente invocará la equivalencia ricardiana. Keynes se enfrentó justamente con esta oposición en 1930. Fue miembro de la Comisión Macmillan convocada por el gobierno británico para analizar el empeoramiento de las condiciones económicas. Su recomendación de aumento del gasto público –lo que hoy llamamos política fiscal expansiva– se opuso a Norman y otros representantes del Banco de Inglaterra. Ellos no invocaban la equivalencia ricardiana, ya que aún no se había formulado; sino que simplemente negaban que el aumento del gasto público fuera a tener ningún efecto beneficioso.

Keynes se oponía a esa opinión, pero no tenía una teoría alternativa con que refutarla. Tuvieron que pasar cinco años para que Keynes formulara lo que llamamos la economía keynesiana y la publicara en su Teoría General.

Basó su nueva teoría en varios supuestos, dos de los cuales son relevantes aquí. Se supone que los consumidores sólo son previsores parte de las veces, y que en otras ocasiones los limita la falta de ingresos; y que muchos precios no son flexibles en el corto plazo: los salarios, en particular, son resistentes. Estos supuestos dan lugar a desempleo involuntario (keynesiano) que la política fiscal expansiva puede disminuir.

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Sabemos que los salarios son rígidos: los países del sur de Europa han encontrado que es imposible poner en práctica el reclamo de de sus acreedores de una rápida baja de salarios. Y sabemos que no todos los actores privados de la economía son previsores. Antes de la crisis, el endeudamiento y el gasto aumentaron de formas que no podrían durar; ahora los consumidores no están gastando y las empresas no están invirtiendo pese a que las tasas de interés están cerca de cero.


Esas son las condiciones descritas por Keynes en las que la política fiscal expansiva funciona. También son las condiciones en las que la política monetaria no, pese a que los dirigentes modernos de la macroeconomía han llegado a depender totalmente de la política monetaria para estabilizar. Hay una desconexión entre las necesidades de las economías y las teorías de los macroeconomistas actuales.

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En muchas disciplinas aplicadas, como la medicina, los practicantes vuelven a lo básico cuando los hechos cambian. Si lo que están haciendo no da resultado, buscan otra cosa en su arsenal. Pero los macroeconomistas modernos no; dicen simplemente que debemos soportar lo que ellos llaman el estancamiento secular.


Es una predicción desdichada. La política monetaria no está funcionando; en cambio, este es el momento perfecto para la política fiscal. Hay necesidad inmediata de reparar carreteras y puentes, reconstruir las redes eléctricas y modernizar el transporte. La política fiscal keynesiana expansiva beneficiará a la economía, tanto a corto como a largo plazo.


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(clarín, 24.11.14)

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