19.1.15

carta de Atahualpa Yupanqui

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Sentado a la mesa de un bar notable del barrio de San Cristóbal, el actor, cantante, bailarín y coreógrafo Marcelo Keller testea la curiosidad de su interlocutor. Sobre la curtida mesa de madera apoya un papel amarillento, escrito a máquina, fechado el 6 de noviembre de 1953, en Agua Escondida, Cerro Colorado. Es una carta que eligió entre varias de la correspondencia que mantuvo su tío abuelo Juan Manuel Narvarte con su amigo Atahualpa Yupanqui. Sí: al final del texto extenso, reflexivo y poético al mismo tiempo aparece la firma manuscrita del músico.

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“Anduve en gira, con mucho éxito, felizmente. Hice veintiséis conciertos en la provincia [de Córdoba] y ahora, en un breve descanso, antes de partir para Tucumán, estoy en este pago de piedras, chañares y quebrachales sedientos. Me cansé un poco en la gira -escribe Yupanqui, que era un hombre de 45 años-; ya no estaba muy acostumbrado a esto de abrir y cerrar valijas cada 24 horas. La vida me había dado un ritmo pacífico o, por lo menos, ordenado; y estos trajines me han tenido apurao; y como debe ser, dejé en los hoteles, como trofeos olvidados, medias, camisetas, corbatas y otras prendas más o menos verijeras.”

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“Estos recitales me han dado algo de la tónica general de los pueblos del interior. En general, he sacado en conclusión que nuestras gentes de provincias están inclinadas a gustar mucho más de las danzas que de las canciones. Una chacarera es aceptada enseguida; un estilo tiene que hacer mucha fuercita para no llegar cola. Esto no pasa por casualidad. La cosa es simple: el pueblo no quiere ocuparse de pensar. Ésta es tarea que cansa y enerva. Por mi parte, registro estos estados del alma colectiva, pero no me amargo. Sé dónde nacen y qué cosa los alimenta. Pero como vivo en un clima interior, el de la infinita esperanza, sigo trabajando y cantando como si tuviera un público de adivinos, hechiceros y videntes. El pueblo nuestro tiene un alma de niño, a veces travieso y a veces equivocadamente malo. Pero es fundamentalmente generoso, de esencia limpia dentro de climas equívocos. Es como un gigante inocente y poderoso, que por besar una flor pisotea todo un prado de aromas y colores. Nuestra tarea, como artistas, es grande y seria. Debemos enseñar al pueblo; somos los arquitectos de su espíritu. [...] Sería una pretensión la de decir que a veces, en esta misión, me encuentro un poco solo. Pero por momentos es la verdad. Los rumbos que elijo para facilitar el reencuentro del pueblo con su propia profunda raíz son un cuesta arriba fatigoso. [...] Pero por algo tenemos en las venas un gaucho escondido y un vasco que lo empuja de atrás; y seguimos, con versos y puteadas, este camino hermoso de argentinizar nuestra Argentina.”

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“No es contra molinos de viento nuestra embestida. En esto tocamos tierra, como Sancho, aunque parecemos quiméricos, como Quijote. Nuestra lucha es contra corrientes ya muy ahondadas en el gusto popular; corrientes que han ido creciendo y ensuciando el verdadero sentido de la estética, en el arte y en la apreciación sencilla y valedera de la vida. La pintura decorativa nos obliga a pensar en cubano o esquimal; o en South Carolina. Usted entra a un bar, o a una boite criolla, el ambiente, las luces, la música, el mozo, las bebidas y la cara de extranjeros de los argentinos lo ubican lejos de esto que está en nuestros caracuses. Mire usted, por ahí, a lo largo y ancho de Buenos Aires, los nombres de peluquerías y mercerías, y verá que todo es yanqui, falso francés u oriental. Nada nos recuerda al abuelo, ni la tradición del suelo nativo; y eso que Buenos Aires, como capital de la Nación, tiene la obligación, aunque moderna y ultracivilizada, de ser la representación del poderío y de la cultura de los argentinos, con sello propio, con idioma propio, con características definidas. Ésta es una independencia que debemos realizar: la de adquirir la soberanía del aire argentino, para que los muchachos de mañana miren en el simple letrero de un negocio, como en los monumentos, como en las leyes y en los libros, el rostro de la Patria. Roma es internacional, pero es netamente italiana; lo mismo París. Usted sabe que no soy nacionalista de partidos ni de sectas. Soy argentino, nada más, y nada menos.”

“En el terreno del arte, me preocupa mucho nuestro futuro. Cada valle de nuestra tierra tiene su tono en el viento, tiene su musicalidad especial, que configura el acento de las gentes, la forma de mirar y respirar. El músico de oído alerta y espíritu hondo puede aprender allí las lecciones de armonía que en vano buscará en los tratados de Schönberg o de Kórsakov; las leyes de la técnica deben aprenderse, sin duda, pero sólo para aplicarlas en el asunto creador. Y de nada valdrán las leyes, la ciencia, sin el aliento espiritual que es lo que da calidad y perdurabilidad a las cosas que el hombre es capaz de construir. Al fin y al cabo, los artistas sólo somos unos obreros especializados que hacemos cosas para ayudar, poco o mucho, a que la humanidad sea un poco feliz.”

MAURO APICELLA
“Yupanqui y sus ideas para el futuro”
(la nación, 18.01.15)


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