13.1.15

historias de mujeres

la nación

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Basta con mencionar a Lou-Andreas Salomé. Era escritora, pero, sin embargo, es recordada como amante de Nietzsche y Paul Rée (amigo del filósofo) y musa inspiradora de la intelectualidad europea del siglo XIX. A los 17 años convenció a Hendrik Gillot, un predicador alemán 25 años mayor, que le enseñara teología, filosofía, y literatura francesa y alemana. Gillot quedó tan embrujado por sus encantos que planeó divorciarse de su esposa y casarse con ella. Algo parecido provocó en Nietzsche (que también le propuso matrimonio porque veía en ella a la única mujer capaz de entenderlo) y en Rée. La lista de aquellos con los que mantuvo correspondencia intelectual (y amorosa) es larga e incluye a personajes como el poeta Rainer Maria Rilke. Finalmente, a pesar de haberse opuesto férreamente al matrimonio, se casó con el lingüista Carl Andreas, con el que vivió hasta la muerte de éste, en 1930.

Alma Mahler, la mujer que adoró el célebre Gustav, era compositora, pero para casarse con él, 20 años mayor, se vio obligada a abandonar sus inquietudes artísticas y musicales. Al principio accedió, pero un buen día se cansó y, mientras su marido se retiraba a una residencia de verano para componer, ella se fue al balneario de Tobelad, cerca de Graz, en Austria, y allí conoció nada menos que a Walter Gropius, el fundador de la Bauhaus. La infidelidad hizo renacer el interés de Mahler por las obras de su esposa, pero ya era tarde.

El impacto de la celebridad es notable. Françoise Gilot era una niña rica que estudiaba pintura cuando conoció a Picasso. Ella tenía 21 años y él, 61. Lo cautivó y vivió con él una década. Después de abandonarlo, se casó con otro gran personaje: el descubridor de la vacuna contra la polio, Jonas Salk. Y hasta se cuenta que la española Carmen Llera, que a los 31 años se casó con Alberto Moravia, 47 años mayor, había decidido ir a Italia “para dar un golpe: hacer que se enamorara de ella un gran pintor, un gran político o un escritor”.

Pero tal vez los ejemplos más conmovedores de la dificultad de las mujeres para desarrollar una actividad intelectual se encuentran en la matemática. Los casos sobran, pero mencionemos el de Sofia Vasilyevna Kovalevskaya, que en el siglo XIX no pudo ir a la universidad porque ¡las universidades rusas y alemanas no admitían mujeres en sus aulas! Obtuvo un doctorado summa cum laude tras asistir sólo como oyente y fue la primera europea en convertirse en doctora en matemática. Al volver a Rusia, la mejor oferta que recibió fue la de dar clases de aritmética en una escuela elemental para niñas. Se disculpó con una misiva en la que observó con amarga ironía: “Por desgracia, no se me dan bien las tablas de multiplicar”.

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NORA BÄR
“La lucha de las mujeres contra un viejo maleficio”
(la nación, 09.01.15)

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