25.2.15

buscando agua

El origen de las bombas para elevar agua de los pozos se remonta a tiempo antiquísimos. En el 222 a.C. ya se empleaban en Egipto. Ctesibio, físico y matemático que vivió en Alejandría, figura como perfeccionador de ellas. El genio universal, Leonardo da Vinci, alrededor del 1500 también intervino para mejorarlas.

Frente a una extensión de tierra como un campo, una chacra, la incógnita siempre fue dónde cavar el pozo para obtener agua. Vitruvio Polión, Marco (siglo I a.C.), arquitecto y escritor romano, en su famosa obra De Arquitectura, en el libro VIII trta el tema. Decía que se debía buscar donde nacía espontáneamente “el junco menudo, sauce silvestre.... cañas, hiedras y otras cosas no nacen sin humedad”. A falta de esas señales, proponía excavar un pzoo de 90 cm de ancho por 1,50 de profundidad. Al ponerese el sol, colocar un cuenco de cobre o de plomo, boca abajo y untado con aceite. Cubrir la cboca con cañas o ramas y tierra. Descubierto al día siguiente, si en el cuenco se hallaban algunas gotas y sudores, Vitruvio decía “hay agua en el sitio”. Otra forma que proponía era poner un vellón de lana en el hoyo, si al día siguiente se exprimía agua, era indicio “de que allí había mucha”.

Al gaucho le bastaba probar el sabor de los pastos para detectarla. Martín Fierro lo cuenta así:

“Tampoco a la sed le temo, / Yo la aguanto muy contento; /Busco agua olfateando el viento, / Y dende que no soy manco, /Donde hay duraznillo blanco /Cavo y la saco en el momento”.

La sabiduría popular indicaba cómo detectar agua: era buena la señal cuando las hormigas extraían de la profundidad de la tierra arena blanca y fínisima. Nunca debía cavarse en un monte espeso. El cauce principal de una corriente subterránea se hallaba en terrenos altos. Convenía elegir el lugar donde abundaban las jarillas, totoras bola, grandes matas de paja “cortaderas”, el cardo criollo o la zarzaparrilla blanca (indicaciones similares a las de Vitruvio 2000 años antes). Se aconsejaba perforar donde crecía el ceibo de flor granate, el sauce, el timbó, el palo bolilla, el canelón, el ombú, árboles de madera blanda y de crecimiento rápido.

Otro buen indicio era donde crecían los algarrobos. Sus raíces suelen descender hasta 30 metros en busca de agua. Aconsejaban cortar el árbol y abrir un pozo en ese lugar. Cuando el viento derribaba un árbol frondoso, señalaba que pasaba una corriente subterránea, porque sus raíces no se habían podido aferrar a la tierra por exceso de humedad.

La revista Caras y Caretas del 8/8/1914 anunciaba a toda página: “Pozos Surgentes”, promoviendo la venta de un aparato llamado Bathidroscopio (bathi: profundo; hidro: agua; scopio: visor). La firma aseguraba “que entre 210 y 220 metros de profundidad se hallaría una fuerte corriente de agua surgente (…) solicite hoy mismo precios y condiciones (…) diríjase a A. Corcín, Bolivar 321 (…).

Hay personas dotadas de una sensibilidad especial, que les permite “marcar” con exactitud donde hallar agua. Leonardo Knut cuenta que cuando vivía en el campo en Rincón de Pando, Uruguay, “el buen vecino, Silfredo Reyes vino a “marcar el agua”.... Silfredo traía una varilla de mimbre o de durazno en forma de horqueta, la tomaba fuertemente en sus manos y cuando la varilla restante bajaba, decía “aquí está el agua” hasta nos decía: a tantos metros y no fallaba. A esta gente se la llama rabdomantes. Es una palabra compuesta: rabdo, vara de madera, y mantis, adivino. Hoy a esta ciencia se la denomina radiestesia (radicación y ser sensible).

SUSANA BORAGNO
“El agua no tuvo secretos para la gente de campo”
(la nación, 21.02.15)

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