10.2.15

ceremonia del té

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Hay dos conceptos muy importantes en la visión estética de Japón; dos nociones que en general suelen ir juntas, pero que significan algo diferente. Son los conceptos de wabi y de sabi. El sentido de esas palabras -como el de todas las palabras- fue cambiando con el tiempo. Sabemos que en su origen sabi aludía al frío, a la caducidad, a la decadencia y a la muerte. Por su lado, wabi, una palabra muy usada en la poesía, evocaba soledad y melancolía. Estas ideas fueron recuperadas más adelante por lo que conocemos como ceremonia del té, y el concepto que más se usó para definir la ceremonia fue justamente wabi. Aquí importa sobre todo el desarrollo histórico de la ceremonia del té, que originalmente era una situación de lujo; en el Japón anterior al 1500, la mayoría de los objetos (el instrumental, por decirlo así, los objetos de esa ceremonia) era de origen chino: el lujo de lo importado, que siempre existió, dado que lo chino era lo importado para el japonés.

Todo cambió con la llegada de Shuko, el maestro supremo de la ceremonia del té. Shuko tradujo la visión del Zen a la ceremonia. El ritual se despojó entonces de todo rasgo sobresaliente y quedó asociado a la austeridad, y esto ya empezando por el ambiente que él prefería para la realización de ese ritual: una choza, en lo posible con paredes de papel y techo de ramas. Tampoco la vajilla debía distinguirse por el lujo. Mejor un cuenco o una taza rajada que una taza nueva. El wabi adquiere ahora una coloración de modestia, resignación y contención resignada. La sensibilidad wabi está cerca de la tierra agrietada, del metal oxidado, de la tela que se gastó.

La mayoría de estos textos japoneses entraron a Occidente por Alemania. Entre varios de esos traductores y expertos alemanes, Horst Hammitzsch, teórico generoso, anotó lo siguiente en el libro Cha-Do -es decir, el camino del té- sobre la experiencia wabi: “Es la idea de un monje en una cabaña con paredes de papel sacudidas por el viento. Es una pobreza consciente que, al saberse pobreza, deja de serlo. Es la satisfacción consigo mismo que sienten el monje y el poeta en sus peregrinaciones”. La sensibilidad wabi nos enfrenta con lo mudable, lo inacabado, lo inconcluso en oposición a la idea de algo redondo, completo en sí mismo, algo redondo y de alguna manera autosuficiente. Esta visión de la belleza, que se desprende de la idea de wabi, es la idea de una belleza como proceso, no como resultado, la belleza de aquello que de ningún modo debe, ni puede, ser perfecto.

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PABLO GIANERA
“La belleza imperfecta de la ceremonia del té”
(la nación, 07.02.15)

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