23.4.15

pérez-reverte en buenos aires

la nación
Otro reportaje más del escritor Arturo Pérez-Reverte que tiene su espacio en este rincón chatarra. Tijeretazos de una reportaje que recomendamos leer en su totalidad, en el link al pie.
Nunca ha sido posible entender el presente sin el pasado. Justamente en esta biblioteca que ves, más de la mitad son libros de historia, porque la historia es la memoria y lo que nos permite comprender. Sin memoria, somos analfabetos a merced del primero que llega y nos manipula. Muchas de mis novelas son históricas, no todas, pero buena parte de ellas, y la historia es un elemento para comentar el presente. Siempre estoy hablando de ahora, aunque hable del siglo XVII, XVIII o XIX. Es una forma de iluminar el presente.

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Como ocurrió en España, estas ideas [del Iluminismo] no cambiaron para bien. Lo que tendría que haber sido una revolución para liberar de verdad a los pueblos americanos no sirvió más que para que una clase se hiciera con el poder y lo mantuviera sobre América. Nunca ha habido allí una revolución sino un cambio de poder, de los españoles a los criollos, y de los criollos a los que fueron sucediendo. La historia de América, como la de España, es una triste historia de posibilidades frustradas. Y también son historias de incultura. Antes teníamos excusa, antes el pueblo era inculto porque no tenía más remedio ni medios para ser culto. Entre el trono, el altar y los poderes nos mantenían analfabetos, esclavizados y sin criterio político. Ahora hay Internet, hay periódicos, la educación es obligatoria. Ahora, el que se pone a ver la televisión y ve un culebrón o el que coge un diario deportivo y no un libro es porque quiere. Hoy el analfabeto es quien quiere serlo. Cuando ves eso, pierdes la compasión.

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Primero, es un siglo de fanatismos y radicalismos que están viéndose en todo el mundo. Segundo, el ser humano suele ser radical. A menudo cuando hablamos con otros no estamos escuchando, sino esperando que termine para colocar nuestro argumento sin esperar a que termine de formular el suyo. Es algo muy español y muy latino, e incluyo a la Argentina en la franja esa. Somos muy malos discutiendo, razonando, dialogando, somos más bien de etiqueta fácil: si no eres mi amigo, eres mi enemigo; si estás de acuerdo con mi enemigo, eres mi enemigo. Esa falta de diálogo, esos dos monólogos superpuestos uno al otro, nos ha llevado a lugares muy oscuros, callejones, tanto en España como en la Argentina.

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Cuando espíritus nobles hacen un recorrido juntos a lo largo de un territorio hostil, los percances los hacen comprenderse y conocerse. Este libro (Hombres buenos) es sobre todo un manual para encontrar la bondad en los otros. Soy muy pesimista por razones históricas y personales. He vivido en países en guerra y he leído libros, veo y tengo ya una edad para ver las cosas? No tengo un buen concepto del ser humano, pero esta novela me ha obligado a un ejercicio de buena voluntad, a buscar aquellas cosas que unen más a los hombres que aquellas que los separan. En esa indagación me he sorprendido de ver las cosas buenas, la parte luminosa del hombre, que uno encuentra cuando uno busca. Fue un ejercicio de iluminación personal, con esta novela me he sentido mejor, la he terminado sonriendo. Ha sido terapéuticamente útil, analgésico y estimulante.

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Alatriste es un lugar sin esperanza. Es un buen contraste. Es un mercenario al que la vida lo ha despojado de todas las letras mayúsculas de las palabras importantes, a las que escribe con minúscula, excepto Dignidad y Lealtad para los amigos.

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Hay algo que es evidente: los radicalismos siempre se complementan uno a otro. El radical de izquierda y el de derecha se necesitan, porque cada uno necesita agitar el fantasma, la amenaza del otro. Hay una escena donde están caminando y por el suelo van sus sombras enemigas y cómplices, al mismo tiempo. Me interesaba mucho señalar que frente a la parte luminosa de los hombres buenos, capaces de dialogar, comprenderse, amarse y serse leales en esa aventura común que es la de los libros y la cultura, también hay complicidades en el otro extremo del arco y ésas son las peores.

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El libro a veces hace de aspirina, y otras, de veneno. Hay libros que te dan una lucidez que no querrías tener. No siempre es bueno saber las cosas que uno sabe. Es como la guerra: aprendí cosas que preferiría no saber. Quizá amaría más al género humano, si no hubiese vivido veintiún años en países en guerra. Con los libros pasa igual. A veces es mejor ser inocente y no conocer algunos de los secretos que tiene el corazón. El libro es un arma de doble filo: puede salvarte y condenarte, puede llevarte a la esperanza o la desesperanza. Ésa es la magia del libro. Por eso es tan importante que el lector esté preparado para leer. No cualquiera puede leer cualquier libro, asombrosamente, aunque la gente cree que sí. Hay un proceso lector. Y un lector debe formarse desde niño, por eso hacen falta buenos maestros que vayan enseñando a leer en cada momento, para que cuando el lector llegue a los libros que te cambian la vida y la cabeza (aquellos que te pueden demoler certezas, amores, lealtades, tronos, religiones, dioses, héroes), esté lo bastante “vitaminado” para poderlo encajar sin que eso lo destruya o lo perturbe.

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Le pones una película pornográfica a un chico de dieciséis años y cree que el sexo es eso e intentará hacer eso con su novia y será un desastre, porque eso no es el sexo. Si ya es adulto, ya entiende que eso es una visión determinada, comercial y estimulante del sexo. Con los libros pasa lo mismo. A menudo es necesario conocer las instrucciones de uso y para eso hace falta toda una vida.

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Es un tipo de mujer la que me interesa particularmente para las novelas: esa mujer que tiene una lucidez especial. Es algo muy de mujer, hasta las tontas la tienen, lo que pasa es que no lo saben, y las listas, sí. La mujer tiene una mirada, por razones de tipo genético, biológico, histórico, social y una perspicacia de la que el hombre carece. El hombre tiene que hacerse una biografía; la mujer viene con la biografía ya hecha.

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Mis editores tienen instrucciones de respetar la ortografía antigua clásica.

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En la Academia hay dos grandes sectores. Los teóricos de la lengua, aquéllos para quienes un folleto farmacéutico tiene tanto peso lingüístico como las obras de García Márquez, y luego aquellos que creemos que la teoría de la lengua está muy bien, pero que hay un aspecto práctico que no tiene que ver con la teoría. “Sólo me siento solo cuando estoy solo y tomo café sólo” [ejemplifica marcando con su índice las tildes mientras pronuncia los adverbios y adjetivos]. Entiendo todo el planteamiento teórico, pero si quiero que un lector me lea en el subte, quiero que me entienda. Como mi misión es que mis ideas queden claras, necesito la tilde. Tenemos discusiones muy divertidas, pero entre caballeros y con educación.

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El folletín antiguo se lo lleva el culebrón, más que la serie. El heredero directo de los autores populares, como Balzac, Dumas o Dickens, es la telenovela de capítulo, ésa de la huerfanita que queda embarazada. Y después están las series de televisión que ya tienen un corte más elitista, el folletón culto, para un público más especializado, más exigente, con más paladar, con argumentos, personajes y tramas como True Detective, The Bridge, Roma, Los Soprano o Mad Men.

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Antes veías en el subte, el autobús o en la cola del médico gente leyendo, pero ahora no, están todos mandando mails, wasaps, mensajes. Esa hora y media de ocio que el usuario razonablemente culto dedicaba a leer para entretenerse, ahora la usa para responder correos. Hasta los que somos lectores habituales leemos menos tiempo. Sospecho que a medida que pase el tiempo, esto irá a más. No es que se lea por otros medios, sino que se está dejando de leer.

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Me ha ocurrido hablar con escritores jóvenes y al conversar con ellos les recomendaba leer El buen soldado, o El americano impasible, o Crimen y castigo, o La Regenta, o El gatopardo, o Los idus de marzo, o El sueño de los héroes y no los conocían. Te das cuenta de que existe un distanciamiento de las herramientas básicas. Nadie que sea escritor occidental puede ser escritor si no ha pasado una serie de exámenes, no académicos sino personales, y eso significa Conrad, Dostoievski, Tolstoi, Galdós, Borges, Bioy Casares, Rulfo, García Márquez, Stendhal, Balzac, Dickens...

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Todavía sueño con la guerra. Me despierto y estoy ahí, en Beirut o Sarajevo, en Eritrea o en la guerra de las Malvinas, porque estuve seis meses en la Argentina. De lo que tengo nostalgia es de mi juventud. Era un reportero y vivía esa vida con veintipocos años y era apasionante? Te meneas en los bares, los burdeles, conoces amigos, chicas guapas, te emborrachas, la adrenalina. Tengo 63 años y envejezco. Me siento muy lejos del reportero que fui. Qué lejos estoy de aquel chico, pero tengo el mar.

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El mar es todavía un sitio que te exige muchas cosas. Ahí recupero de nuevo las cosas que a veces pienso que pude haber perdido. Soy capitán de yate y estoy más orgulloso de ese título que de el de académico, me costó mucho obtenerlo, porque soy de Letras, pero lo conseguí. El mar es el lugar del que vengo, nací junto al Mediterráneo, al que regreso, y donde me gustaría acabar.

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La dignidad no se puede comprar, por eso es la virtud que más defiendo. Y si hay algo mejor que eso, la mejor combinación que puede existir, es la de un hombre digno con un perro leal.

Reportaje de LAURA VENTURA a ARTURO PÉREZ-REVERTE
“Somos más bien de etiqueta fácil: si no eres mi amigo, eres mi enemigo”
(la nación, 17.04.15)

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