3.5.16

el rey leproso

abc

Fue educado desde su infancia para ser rey y suceder a su padre como soberano de Jerusalén -la ciudad de mayor importancia para los cruzados en Tierra Santa en el siglo XII-. Sin embargo, Balduino IV no pudo poner en práctica durante mucho tiempo las lecciones que sus maestros tan sabiamente le habían impartido. Y es que, murió con apenas 24 años aquejado de lepra, una enfermedad que -por aquel entonces- era considerada una maldición divina que caía sobre los pecadores que habían ofendido a los cielos. Con todo, y a pesar de que solo pudo sentar sus reales posaderas en el trono durante 10 años, tuvo la oportunidad de librar grandes batallas en las que su mano llena de llagas empuñó la espada contra los musulmanes. La más famosa fue la de Montgisard, en la que -con apenas medio millar de jinetes y unos pocos miles de infantes- hizo huir al gigantesco ejército del sultán Saladino, formado por unos 30.000 hombres.

Esta victoria no le sirvió para librarse de la lepra ni de su apodo más conocido: el de «rey cerdo». Un mote que había sido extendido después de que su enfermedad le hiciese perder los dedos de los pies y las manos, le deformase la cara y se «comiese» su nariz. Para entonces, además, su cuerpo era incapaz de sentir el dolor provocado por un corte o el contacto con el fuego, un síntoma clásico de su particular maldición.

Con todo, fue un soberano sumamente querido por sus súbditos e, incluso, por el enemigo. Así queda claro cuando se leen los escritos árabes de la época: «A pesar de la enfermedad, los francos [los musulmanes llamaban a todos los cruzados francos] le eran fieles, le daban ánimos y contentos como estaban de tenerle como soberano trataban por todos los medios de mantenerle en el trono, sin prestar atención a su lepra».

(…)

El futuro rey leproso, o rey maldito, nació allá por 1161. Su padre fue Amalarico I de Jerusalén, más conocido por enfrentarse a sangre y fuego contra Nur al-Din -uno de los líderes musulmanes más destacados del siglo XII en Tierra Santa- por el control de Egipto. Su madre fue Inés de Courtenay, esposa y, a la vez, pariente lejana de Amalarico (un hecho que hizo que tuvieran que separarse, pues la ley de la época no permitía a un hombre ascender al trono si estaba casado con un pariente).

A pesar de que la separación de sus padres podría haberle dejado fuera de la carrera por el trono, a Balduino se le reconoció rápidamente su derecho a gobernar. Por ello, desde pequeño fue educado por Guillermo de Tiro para ser rey. Este, en sus memorias, afirmó que el pequeño sentía gran interés por la historia y por las letras.

(…)

Todo era felicidad en la vida de Balduino hasta que, con 9 años, su tutor se percató de que el futuro rey no sentía dolor, un síntoma de que podía padecer lepra. Así lo de dejó explicado en su diario (...): «Mientras jugaba con otros niños nobles, y mientras entre ellos se pellizcaban en manos y brazos como suelen hacer a menudo cuando juegan, los otros gritaban cuando eran heridos, mientras que Balduino lo soportaba con gran paciencia y sin muestras de dolor, como alguien acostumbrado a este, pese a que sus amigos no respetaban especialmente su condición principesca en juegos». En ese momento Guillermo de Tiro supo que, aunque no fuera totalmente seguro, era muy probable que el pequeño acabase siendo un leproso.

(…)

«No hay evidencia alguna de que Amalarico, Agnes o María Comnena, la segunda esposa de Amalarico, padeciesen lepra. Posiblemente Balduino contrajo la enfermedad en sus primeros años de vida de algún sirviente de la corte; en cualquier caso, ya en el siglo XXI la mitad de los pacientes de lepra no cuenta con una historia clara de exposición a la enfermedad»

(...)

Independientemente de la causa, lo cierto es que -tanto los doctores de la corte como el propio Tiro- esperaron hasta que examinaron varias veces al pequeño antes de poner sobre aviso al reino, pues sabían el estigma social que conllevaría a todo un príncipe de Jerusalén aquella maldición. Esto es lo que escribió el tutor tras una de estas exploraciones: «Percibí que la mitad de su mano y brazo estaban muertas, de forma que no podía sentir en absoluto el pinchazo, o ni siquiera si era mordido». Tras llevar hasta la corte a varios médicos musulmanes para corroborar el diagnóstico, y después de que pasaran varios años, se confirmaron los peores temores de Amalarico: el futuro rey era un leproso. La dolencia se confirmó, todavía más, cuando Balduino ascendió hasta el trono a la edad de 13 años tras la muerte de su padre.

abc

Montgisard, el comienzo

El año 1177 sería toda una prueba de valía para el rey leproso. Y es que, fue entonces cuando Saladino (el sultán de una cantidad incontable de regiones como Siria, Palestina, Yemen, Libia y otras tantas más) armó un gigantesco ejército de entre 26.000 y 30.000 musulmanes con los que invadir Jerusalén -entonces bajo dominio cruzado-. Por suerte para el «rey cerdo», los cristianos habían organizado ya un contingente que contaba con tropas de Bizancio y caballeros recién llegados de Europa con el que pensaban conquistar El Cairo.

Esto permitió al soberano reaccionar rápidamente a las amenazas de Saladino. «Balduino se enteró de los planes del musulmán y decidió ir personalmente en su búsqueda. Fue así como [...] comandó a varios miles de infantes y 375 caballeros [según otras fuentes, 500] (…) Junto a ellos partió el obispo de Belén, quien portaba consigo la Vera Cruz. Una reliquia que, según se decía, estaba elaborada con los restos de la cruz en la que pasó sus últimos momentos de vida Jesucristo.

Balduino decidió dirigir a todo este contingente hasta Ascalón -una fortaleza ubicada a 74 kilómetros de Jerusalén- para defenderse allí de Saladino. El rey partió, a pesar de su debilidad, como un caballero más, dirigiendo a sus tropas y lanzándo arengas a pesar de que la lepra le acosaba. Por su parte, los caballeros templarios de la zona decidieron tomar también las armas para unirse al contingente cruzado. No obstante, los «Pobres caballeros de Cristo» se vieron obligados finalmente a retrasar su llegada a Ascalón después de que los soldados de la media luna les sitiaron en Gaza.

Cuando el «rey cerdo» llegó hasta el castillo de Ascalón, por tanto, se encontró con que -para su desgracia- los poderosos caballeros templarios no habían acudido en su ayuda. Así pues, prefirió refigurarse tras las murallas que lanzarse de bruces contra el inmenso ejército musulmán. La situación se puso de cara para el sultán, que -con el contingente cristiano resguardado en el castillo y el paso franco hasta la ciudad santa- ordenó a sus hombres dirigirse hacia Jerusalén para conquistarla. Su última decisión fue dejar un pequeño contingente para evitar que el leproso escapase.

«Saladino creyó que Balduino estaba atrapado en Ascalón y que, incluso si los cruzados lograban huir, sus fuerzas eran demasiado reducidas como para representar una amenaza a su ejército. A consecuencia de ello, Saladino permitió a sus tropas dispersarse a medida que se dirigían lentamente hacia Jerusalén. Avanzó despreocupadamente, deteniéndose en ciertas ocasiones para saquear villas a su paso, como Ramla, Lydda y la costa en dirección sur y formando un trayecto en círculo de regreso para interceptar el paso de Saladino».

(...)

La lógica de Saladino era innegable, pero lo que el musulmán no conocía era el arrojo de Balduino. Y es que, a pesar de no poder tenerse en pie por la lepra, el rey escapó con su ejército del bloqueo musulmán de Ascalón y dirigió a sus huestes tras la retaguardia de los hombres de la media luna. Su objetivo no era otro que atacar al gigantesco contingente enemigo cuando estuviese desprevenido y causar el desconcierto entre sus combatientes.

La idea no era mala, y aún fue considerada mejor cuando un centenar de caballeros templarios se unieron al ejército de Balduino después de haber logrado burlar a los enemigos ubicados en las fuerzas de Gaza. «Este pequeño grupo de caballeros tenía un poder formidable. Iban bien acorazados y eran expertos en el uso de sus armas».

(…)


A finales de noviembre, el ejército cruzado dio alcance a las tropas de Saladino a la altura del castillo de Montgisard (cerca de Ramala). La situación no podía ser mejor para los cruzados pues, motivados por el sultán, las tropas musulmanas se habían diseminado a lo largo de kilómetros para saquear todo aquello que pudieran a los principales pueblos católicos. Cuando se percató de que Balduino estaba a su espalda, el árabe trató de reunir a sus combatientes y formar con ellos una línea de batalla aceptable. Pero ya era demasiado tarde y solo pudo lograr que sus combatientes crearan un desigual frente en el que reinaba la descoordinación.

Además, el ejército de la media luna estaba totalmente agotado por haber aprovechado hasta la última brizna de energía en robar. (…) El día 25, los cristianos formaron filas para atacar a sus enemigos de la mejor forma que sabían: lanzándose de bruces con sus caballeros totalmente acorazados (al modo europeo) contra la formación contraria hasta que esta huyera. En sus filas se sumaban entre 375 y 500 jinetes, 80 templarios y varios miles de infantes. Por su parte, Saladino tenía desperdigado a su gran ejército de entre 26.000 y 30.000 combatientes.

(…)

En las cercanías de Montgisar, y bajo el sol abrasador de Tierra Santa, Balduino hizo los preparativos para lanzarse sobre los musulmanes mientras estos todavía trataban desesperadamente de organizarse. Apenas podía tenerse en pie por lo avanzada que estaba su enfermedad, pero sabía que su mera presencia inspiraba a los cristianos. Por ello, hizo un esfuerzo para postrarse sobre la Vera Cruz y rezó para que Dios le ayudase a expulsar de aquellas tierras sagradas a los enemigos más odiados de los cruzados. Acabado el rezo y (…) con cierto temor ante la visión de un contingente tan grande como el comandado por el sultán, el rey maldito dio la orden de atacar. Así fue como el medio millar de jinetes que portaban sobre su armadura la cruz de Cristo se lanzaron a voz en grito contra los invasores.

La primera carga fue devastadora, pues las lanzas de caballería aplastaron las primeras líneas de la formación enemiga. Además, fue más efectiva todavía gracias a que Saladino no pudo recurrir a una táctica habitual entre los generales musulmanes. «Una razón por la cual los cruzados muchas veces fracasaban cuando arremetían contra las fuerzas enemigas era la inteligente forma en que maniobraban estas últimas, de modo que los cruzados se encontraban con un espacio vacío en su embestida. A continuación, cuando los caballeros salían en persecución de sus objetivos, que se batían en retirada, se acercaban otras unidades y les disparaban una lluvia de flechas para luego acabar con los agotados supervivientes en un asalto final cuerpo a cuerpo», añade el anglosajón. En este caso, sin embargo, no pudieron más que tratar de resistir la embestida de los jinetes de la cruz. Fue una masacre.

Mientras la carga se sucedía, Balduino rompió los esquemas de todos sus combatientes al no apartarse de la lucha. Por el contrario, prefirió ponerse unos gruesos guantes sobre sus manos llenas de llagas y, al poco, lanzarse también a la carga. Renovados por el ímpetu del monarca de Jerusalén, los caballeros siguieron combatiendo con gran valor hasta que, como si sus lanzas hubiesen sido bendecidas por el mismísimo Dios, atravesaron la formación enemiga. Según cuentan las crónicas, Saladino vio tan mal la situación que huyó a lomos de su camello. Al parecer estuvo a punto de ser asesinado por los cristianos, pero logró huir gracias a la intervención de su guardia personal.

(...) Solo el 10 por ciento de las fuerzas de Saladino regresó a Egipto después de la aplastante derrota. Por el lado de Balduino, los registros señalan que murieron alrededor de 1.100 hombres y 750 resultaron heridos» (...). Aquella fue la gran victoria del rey. Una de las últimas, pues la lepra terminó con su vida allá por 1185.

MANUEL P. VILLATORO
“Balduino IV, el rey «cara cerdo» y «maldito» que humilló a un ejército musulmán con 500 cruzados”
(abc, 07.04.16)

No hay comentarios.: