30.3.17

la belleza que nos va abandonando

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El filósofo inglés Roger Scruton tuvo la revelación de su posición política conservadora ya muy joven. En 1968, estudiaba en París y vivía en el Barrio Latino. Allí mismo lo sorprendió la revuelta de mayo. Scruton vio a los estudiantes -algunos serían probablemente compañeros suyos- arrancar adoquines, romper vidrieras, dar vuelta autos y prenderlos fuego. “Entendí de pronto que yo estaba del otro lado -contó Scruton en una entrevista que publicó hace pocos años The Guardian-. Lo que tenía adelante era una masa desbocada de barrabravas de clase media. Fue así que me convertí en conservador. Me di cuenta de que quería conservar las cosas en lugar de destruirlas.”

Scruton es un auténtico tory, pero no me propongo discutir aquí el modo en que esa posición se traduce en la acción política (para eso recomiendo buscar en la red su artículo “Why it's so much harder to think like a conservative” (Por qué es más difícil pensar como conservador). No, lo que me interesa es su libro La belleza, disponible ahora en castellano, porque esa misma matriz conservadora adopta imprevistamente un signo de auténtica resistencia estética. En 250 páginas, Scruton explica la belleza artística, la belleza humana, la belleza natural, pero se abstiene prudentemente de definirla.


Scruton no es regresivo, pero tampoco esnob ni estúpido, ni compra el último buzón del arte contemporáneo. A la vez, no se opone al cambio artístico; simplemente cree que ese cambio es orgánico, derivativo, y que sólo se explica por la tradición. En este sentido, podría decirse que es un tradicionalista, en la misma medida en que podían ser tradicionalistas sus admirados compositores Arnold Schönberg y Anton Webern, para quienes el orden tonal cayó del mismo modo en que la fruta madura cae del árbol.

Pero salgamos de la música. Veamos, por ejemplo, lo que Scruton nos dice sobre el mingitorio que Marcel Duchamp traficó en el mundo del arte hace puntuales 100 años con el pseudónimo de R. Mutt. Ese gesto bastó para producir en el arte -en nuestra idea acerca de él- una crisis permanente. “Uno de los resultados inmediatos de la broma de Duchamp fue provocar el surgimiento de una industria intelectual dedicada a responder la pregunta ¿qué es el arte? La bibliografía que produjo esa industria es tan tediosa como las imitaciones interminables del gesto de Duchamp.” Para Scruton, Duchamp hizo una broma de consecuencias interesantes, que luego se volvió, a fuerza de repeticiones, cursi y estúpida. Era lógico: la provocación, igual que el chiste, tiene gracia únicamente la primera vez.


En el terreno de la estética, Scruton está convencido, se diría, de que ser conservador (defender en este caso el gesto original y desdeñar la imitación) es el único modo de ser progresista. Ser conservador no es, desde su perspectiva, defender el statu quo, sino ser fiel a la dialéctica del cambio implícita en la tradición. Y esto vale tanto para la política como para el arte, porque Scruton es un conservador de tiempo completo. Es claro que esta formulación un poco paradójica parece más destinada a ser discutida que a suscitar adhesión. Es justamente lo que quiere Scruton, en guardia contra quienes pretenden hacer del relativismo un absoluto.

(…)

“Incluso para los no creyentes la «presencia real» de lo sagrado es uno de los más altos dones del arte”. Y más adelante también: “La belleza está desapareciendo de nuestro mundo porque vivimos como si no fuera importante”. La provocación suprema de Scruton consiste en que nos preguntemos a nosotros mismos: ¿cuánta belleza, cuánta verdad, estamos dispuestos a aceptar?

PABLO GIANERA
“¿Cuánta belleza podemos soportar?”
(la nación, 23.03.17)

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