Lo acepto. El caso Martel ya se transformó en un enigma para mí. Tanto su ópera prima “La ciénaga” como esta nueva película “La niña santa” (incluyendo la producción de Almodóvar y su designación en la competencia oficial del Festival de Cannes) ha recibido los unánimes elogios de la crítica nacional, comparando a la directora al nivel de los genios excelsos de la cinematografía mundial. Particularmente me parecieron películas pasadas de hora, filmadas como en los ‘60, con la sintaxis y la morosidad del cine de esa época, lo que entonces era toda una novedad pero hoy, sinceramente, creo que ya ha sido superado. La puesta en escena es fría, los actores pasan letras, los diálogos son repetitivos y huecos, el argumento es casi una excusa. Reconozco que Martel describe un ambiente provinciano ahogado por la represión sexual, el misticismo, la falta de horizontes, el patriarcado. La metáfora de la siesta (imagen que se repite hasta el hartazgo en ambos filmes) es una buena proyección de una comunidad encerrada en sí misma, muy tradicional, sin perspectivas. Es más: acepto que esa ha sido una decisión artística de Martel que ha elegido contar sus historias de este modo y de esta forma. Pero apunto: ¿es tal la novedad de esta clase de cine para bautizar a Martel como “una mente brillante”, como se atrevió a definirla Diego Battle en “La Nación”? ¿Puede ser tan descomunal un final abierto que suena más a fatiga para definirse por un desenlace que otra cosa? Entiéndase que lo digo medio con la tristeza de asistir al contraste entre la idolatría de la prensa local y los resoplidos del público, huyendo presuroso antes que terminaran de pasar los títulos. Un misterio. En mi opinión: esperar al video.
14.5.04
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario