
En el segundo tiempo, el que levantó el pie del acelerador fue el Flakelf, pegando mucho menos que en la primera mitad. La presión del público ucraniano empezó a sentirse. Cuatro goles más se marcaron en la segunda mitad, dos por bando, para redondear un 5 a 3 histórico a favor del FC Start.
Pero el broche de esa tarde gloriosa, fue para Aleksei Klimenko quien, a poco de terminar el match, enfrentó al arquero alemán en un cara a cara con todas a favor. Eludido el guardavalla, Klimenko encaró hacia el arco, pero no marcó. Detuvo la pelota sobre la línea, sobradoramente, para patear la pelota hacia el círculo central, ante el delirio de su hinchada, que veía como once ucranianos, mal alimentados y entrenados, humillaban a los mejores representantes de la fuerza de ocupación.
La multitud enloqueció. Los perros de los guardias se perdieron en la multitud y los soldados fueron empujados por la enloquecida turba. No sólo los ucranianos se habían enfrentado al invasor, demostrando su desprecio. Si no que los soldados húngaros y rumanos, sus supuestos aliados en la invasión, habían tomado posición para sus enemigos. La humillación sufrida por los nazis era completa, pero no podían tomar represalias inmediatamente, ante el miedo de que la furia popular estallara en sus caras.
Hubo tiempo para un partido más para el FC Start, otro triunfo ante el Rukh, 8 a 0, el 16 de agosto. Tras el partido, la Gestapo allanó la panadería Número 3 y detuvo a los jugadores, acusándolos de saboteadores y criminales. Pero todos sabían cuáles eran los crímenes que habían cometido los once futbolistas ucranianos.
(continuará)
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