17.5.05

la diversidad

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KINSEY, EL PROFESOR DEL SEXO

Pasará desapercibida por las pantallas locales. Con mala distribución, escasos horarios, sin el run-run entusiasta de la crítica (que no obstante la elogió debidamente). “Kinsey, el profesor del sexo” es una notable película, con dos excelentes actores y un tema central: la conducta sexual del animal humano. Muchas interpretaciones, ideas, bajadas de líneas, en el guión del director Bill Condon sobre Albert Kinsey, el primer científico que tabuló la actividad sexual como otra estadística del mundo natural. Anótenla. Sería una pena que pasara de largo.

Albert Kinsey era un oscuro académico norteamericano. Casado, padre de tres hijos, hijo, a su vez, de un puritano pastor protestante, entomólogo. Su minucioso estudio de la avispa agalla (con un millón de ejemplares recolectados) hablaba de su seriedad como investigador, pese que a su obra vegetaría en los anaqueles de la biblioteca, leída por no más de media docena de académicos.

Cuando se vida se encaminaba a un discreto anonimato, con un feliz matrimonio y un sereno cargo universitario, el destino le juega una feliz trampa. Sus alumnos se acercan a pedirle consejos sexuales. Kinsey desempolva los mitos de la moralina de la época y barre con algunas leyendas urbanas. Más alumnos se acercan y Kinsey encabeza un curso de educación sexual en la universidad. Él sabe que no es una tarea inútil. Su matrimonio casi fue al fracaso, de no haber mediado el consejo acertado de un médico.

Lentamente, Kinsey comprende que la tarea lo excede. Que las preguntas de los alumnos no tienen respuesta, sencillamente porque nadie se tomó el trabajo de investigar el tema. Entonces, como científico que es, Albert Kinsey se pone a recolectar información, con el afán exhaustivo del entomólogo. Acopio de datos estadísticos, a través de detalladas encuestas personales, para revelar los patrones de la conducta sexual de la población. “Si no se puede medir no es científico” dice en algún momento. Su trabajo será el primer estudio serio sobre la sexualidad del hombre y la mujer estadounidense.

“Kinsey” es más que una historia científica. Es un alegato sobre la tolerancia sexual, sobre la diversidad y especificidad de los individuos, en la más instintiva y más importante faceta de los seres humanos. Y es un tiro por elevación al fundamentalismo moralista que campea por los Estados Unidos de hoy, el modelo de la casta águila guerrera que encarna George W.

Varias ideas campean por el muy buen guión de Bill Condon. El primero, en la sexualidad, la norma es la diversidad. Así como cada avispa agalla era diferente de otra, a la hora de ir a la cama, cada humano es diferente. No existe “lo correcto”. La cultura impuso sus restricciones sobre la biología. Y la necesidad del individuo de pertenecer a su grupo, lo lleva a contrariar sus impulsos naturales, en busca de una inexistente normalidad. “¿Soy normal?” es la pregunta más frecuente que recibe Kinsey de sus entrevistados.

Otra idea es la banalización del periodismo, trivializando los resultados de la ciencia, en el juego bastardo del escándalo vendedor. Una idea más: la hipocresía y machismo de la sociedad tradicional. Cuando Kinsey revela los patrones de la sexualidad masculina, es recibido con aceptación. Cuando repite el examen para las mujeres americanas, suena el escarmienta. “Les estás hablando de la sexualidad de sus madres y sus abuelas. ¿Qué reacción esperabas?” le responde su gran amor, Clara McMillen, su esposa.

“Kinsey” juega con otra idea, el desarrollo dramático de su protagonista, que se atreve a explorar otras facetas de su propia sexualidad (la homosexualidad; el intercambio de pareja), poniéndole el cuerpo a su tesis teórica.

En la escena del bosque, que cierra las dos horas de película, trasciende una sensación de paz, de admiración muda ante la naturaleza, de la fortaleza de la vida en su estado más puro. Así, con esa sorpresa de la primera mirada, como ese bicho extasiado que pasea por el bosque, ha pasado Kinsey por la vida. Así se ha asomado a la orilla oscura y atormentada del sexo, para descubrir que, cuando caen los preconceptos y los lugares comunes lo que queda es el verdor de la foresta, el olor a tierra húmeda, el crujir de las hojas doradas del otoño sobre los pies descalzos.

El sexo sería mucho más fácil de lo que es, si dejáramos de juzgar al otro, si no cayéramos en la torpeza de postular la existencia de una conducta sexual correcta y única. ¿Cuál es el límite? Lo fija el propio Kinsey, cuando debe entrevistar a un pedófilo: aquello que no sea consentido, aquello que implique lastimar a otro. Ese es el único límite moral.

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“Kinsey” cuenta con dos protagonistas de lujo, dos de esos actores que rara vez pedalean en el aire: Liam Nelson y Laura Linney. Son responsables de gran parte de la eficacia de un filme que hubiera podido caer en la aridez o frialdad. Un destacado especial para John Lithgow, para el patético padre de Kinsey, el pastor mojigato y atormentado.

Escenas a destacar: el diálogo final de Kinsey y su padre; el primer encuentro de Clara y Kinsey en el parque; la mencionada escena del bosque; la clase de educación sexual en la universidad.

Frases: “El sexo es un juego riesgoso. Si no tienes cuidado te corta al medio”; “¿Quién puede decirme que parte del cuerpo humano crece cien veces? Señorita…”, “No estoy segura de saberlo. Y no es correcto que me pregunte eso en una clase con hombres”, “Me estaba refiriendo a la pupila del ojo, joven dama… Y creo que debería decirle que sufrirá una gran desilusión”; “¿Cuándo fue su primera masturbación?”, “Yo inventé la masturbación”; “¿Soy normal?”; “El amor no se puede medir. Y lo que no se puede medir, no es científico…”.

CONSEJO: Se puede esperar al video, pero da para ir a verla.

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