26.7.05

Si el Cristianismo es el vino y el Islam café, el Budismo es ciertamente té. Sus efectos sedantes, su eficacia para despejar la mente y su sabor ligeramente amargo, le confieren cualidades parecidas a las del despertar, aunque la amargura corresponde a la agradable aspereza de la "textura natural" y el "camino intermedio" entre lo dulce y lo agrio. Mucho antes de que se desarrollara el cha-noyu los monjes zen usaban el té como estimulante de la meditación, y en esa circunstancia se lo bebía con ánimo de consciente falta de precipitación, lo cual naturalmente dio lugar a una acción de tipo ritual. En verano refrescaba y en invierno infundía calor a los errabundos monjes ermitaños a quienes les gustaba construir chozas de pasto y bambú en los bosques de la montaña, o al lado de arroyos llenos de piedra en el fondo de un barranco. La vaciedad y sencillez de la ermita taoísta o zen, donde nada tiende a distraer la mente, ha dado el ejemplo del estilo a seguir no sólo para el tipo especial de casa destinada al cha-no-yu sino para arquitectura doméstica japonesa en general.

La ceremonia monástica del té fue introducida en el Japón por Eisai y aunque su forma difería del actual cha-no-yu, ése fue su origen. Parece haber sido adoptada para usos seculares durante el siglo XV. Luego el cha-no-yu propiamente dicho fue perfeccionado por Sen-no Rikyu (1518-1595), de quien proceden las tres principales escuelas de té que hoy florecen. El té ceremonial no es el té corriente que viene en hojas y que se vierte en agua caliente; es un té verde finamente pulverizado, que se mezcla con agua caliente mediante un batidor de bambú hasta que se convierte en lo que un autor chino llamaba "la escarcha del jade líquido".

Cha-no-yu es apreciado sobre todo cuando se limita a un grupo pequeño o a sólo dos compañeros, y era especialmente estimado por los antiguos samurai —como hoy lo es por parte de los fatigados hombres de negocios— como franco escape del alboroto mundano.

ALAN WATTS
El camino del Zen

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