En ocasión de nuestra crítica a “Iluminados por el fuego”, hablamos del discurso setentista y de la respuesta de Beatriz Sarlo a la revista “Ñ” sobre esos años. La misma revista publicó, el pasado sábado, un reportaje a Héctor Jouve, ex integrante del Ejército Guerrillero del Pueblo, quien confesó a la revista “La intemperie” sentirse responsable por las muertes de dos militantes de esa organización, ejecutados en el monte salteño. Los comentarios de Jouve despertaron una serie de réplicas en la revista (de las cuales vale rescatar la carta respuesta de Oscar del Barco, disponible en el sitio de la revista: www.revistalaintemperie.com.ar).
Es interesante rescatar algunos párrafos de esta entrevista de Jouve en “Ñ” porque contiene algunas ideas que vale la pena rescatar, para empezar a dar vuelta la hoja a una época y a una generación.
“Ella (Sarlo) dice ‘todo estábamos de acuerdo… con la liquidación violenta de nuestros enemigos o no necesariamente enemigos’, y puntos, se queda ahí. Para mí ese reconocimiento no sólo es terrible sino que es actual e implica nuestro ser como ser libre y, por lo tanto, pasible de ser responsable. Además entiende este hecho, de la ‘liquidación’ del otro, recurriendo la idea de ‘universo ético’ (donde no existían los ‘valores humanos’). Para ella las cosas terminan en lo ya dado, mientras que para mí es a partir de ese punto que comienza. La posición de ella conduce a la aceptación y a tratar de explicar los sucedido, para mí se trata no sólo de explicar lo sucedido sino de reconocer la culpabilidad y de un acto de contrición que no cierran nada sino que abren a un universo de cuestionamientos”.
“El que se prepara para matar y el que mata y los que apoyan a los que matan son responsables de sus actos. Y ninguna causa justifica el acto horrendo”.
“Se podrían hacer una infinidad de cosas… sin matar. En cuanto a las revoluciones, mire en qué terminaron: en masacres, en campos de exterminio, en nuevos y feroces capitalismos… Tanta sangre, tango sufrimiento y espanto, ¡para terminar en lo mismo!”
“la dictadura llevó el terrorismo de Estado a un límite insuperable de monstruosidad. Me atrevería a hablar de una maldad absoluta. Dicho estoy hay que reconocer que en un punto la guerrilla actuó de manera semejante: por medio del asesinato de los considerados ‘enemigos’, es decir, mediante una violencia extrema”.
“Es fácil decir ‘ahora tengo otros valores’. Pero aquí están de por medio vidas concretas, muertes concretas de las que fuimos responsables. Sarlo dice que estábamos dispuestos ‘a liquidar’ (y es cierto, estábamos dispuestos a matar, no éramos niñitos inocentes) pero no saca las conclusiones, digamos lógicas, casi naturales de esa afirmación. Es como si se estuviera refiriendo a un piedra, pero si piensa que iba a matar un ser humano, es decir, un absoluto, el único absoluto posible, un ser con padres, con hijos, con novias, con cuadernos, con amores. No es que ‘íbamos a matar’ sino que íbamos a matar un hombre con nombre y apellido…”.
“-Pero ¿qué consecuencias se sacan de su planteo? ¿Cómo responderle usted a la vieja pregunta sobre qué hacer?
-No sé… en lugar de la potencia habría que sostener la fragilidad, la vacilación. Al terrible y vergonzoso deseo egolátrico de tener éxito, de triunfar, de ser reconocido, ¿por qué no oponer la reivindicación del fracaso? ¿Quiénes son los ‘bienaventurados’? Los buenos, los mansos, los sufrientes. ¿Acaso Ezra Pound no estuvo 12 años en un manicomio, acaso Vallejo no se murió de hambre y Juan L. Ortiz no fue pobre como un pajarito, acaso Mandelstam no fue asesinado por Stalin, Celan no se arrojó al Sena? ¿No son todos ellos, los débiles, como dijo Tarkovski, quienes sostienen el mundo?”.
(“ñ”, 15.10.05)
18.10.05
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