Doy testimonio del Ángel Erótico que rozó con sus alas la ciudad de Buenos Aires, la tardenoche del 20 de julio de 2006.
Bruma de sol con 24 grados de invierno, se manifestó en las primeras horas vecinas al mediodía como una multitud enfervorizada, agolpada en los bares, entrechocándose en las calles, besándose festiva con la pobre excusa del Día del Amigo. Frotándose, unos contra otros, reaccionaron en una erupción voluptuosa con la caída del sol. Podía verse en las miradas perversas de las estatuas vivas, en los brillos de neón reflejados sobre las lozas fracturadas de la calle Florida o en el ligero estremecimiento de los muslos esbozados a mano alzada, bajo las minifaldas de las oficinistas, erectos ante cada mirada en cada esquina, con sus pechos de alientos entrecortados palpitando tras los ojales desabotonados de las blusas.
Hasta las atorrantas del bar Orleáns rejuvenecieron una década tras el revolotear del Ángel y aquellos señores con bisogné que las perseguían, se deslizaron entre las mesas del atardecer, con la elegancia de sendos Fred Astaire redivivos.
Bullió la ciudad, en ausencia de luna, en una noche de trampa y escalofríos y terciopelo y piel y sábanas y fluidos y roces y jadeos y susurros y lenguas ganando espacio entre los labios abiertos.
Y sólo en la madrugada, escandalizado de tanto ardor, el Ángel remontó vuelo sobre el Plata escondido tras la orilla oriental del horizonte obscuro.
21.7.06
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