Al momento de la capitulación, Beresford no prestó mayor atención al documento que ofrecieron Quintana y sus oficiales para rendir la ciudad. Sólo enfatizó la necesidad de que todos los fondos públicos que estuvieran en Buenos Aires el día 25, debían entregarse a los ingleses, en clara referencia al tesoro real sacado por Sobremonte tempranamente de la ciudad.
Esa tarde del lunes 28 de junio, poco antes de redactar el primer bando del nuevo gobierno, Beresford preguntó a los cabildantes dónde estaban los caudales del tesoro real, porque no habían sido entregados. Los cabildantes argumentaron que esos caudales salieron de la ciudad, la noche del 25 de junio, por orden del Virrey, y que por lo tanto no quedaban comprendidos en las capitulaciones propuestas por Buenos Aires y aprobadas bajo palabra por el propio Beresford. "¿Capitulaciones? Es verdad que el gobernador me remitió un papel, pero también lo es que yo no lo tomé en cuenta. Si entré en la ciudad no fue por virtud de ese papel, sino por haber hallado oposición" argumentó Beresford. "Ha habido poca formalidad, en no firmar Vuestra Excelencia, antes de entrar a la ciudad, dicho documento" contestaron socarronamente los cabildantes, con esa natural viveza criolla que nos caracteriza.
Beresford levantó la voz y lanzó una velada amenaza a la ciudad: "Cuando yo intimé al gobernador la entrega de la plaza, ofrecí respetar la religión, las personas y las propiedades; y lo he cumplido, y también exigí el tesoro real".
En ese preciso momento, llega al fuerte el brigadier de la Quintana, quien venía hacerle una visita de cortesía a Beresford. El inglés lo recibe sumamente enojado, recriminándole la falta de cumplimiento en la entrega de caudales. En lo que casi es un paso de comedia, Quintana contesta: "¿Pues qué quiere Vuestra Excelencia? ¿Qué nosotros tengamos que pelearnos entre hermanos por los caudales que reclama Vuestra Excelencia?".
Beresford fuera de sí, reiteró que él quería los caudales reales. Tras un tenso silencio, Quintana arguyó que el único recurso que se le ocurría era escribirle al Virrey para reclamar los caudales. "Pues, bien, que sea el momento" lo apuró Beresford.
No había tiempo para dilaciones. Quintana escribe a Sobremonte poniéndolo al tanto del requerimiento de Beresford y agrega "esta ciudad se ve al mismo tiempo reconvenido por lo mismo y con el sentimiento de que, por defecto de esos caudales, pueda variar el general de los sentimientos de humanidad y protección que le ha asegurado".
El mismo día llega la respuesta de Sobremonte, en manos de Arce, argumentando que no estaban comprendidos en los derechos que da la guerra, como tampoco los recursos de la Real Compañía de Filipinas que "aunque bajo la protección real, es una compañía particular de comerciantes".
Beresford despachó a Arce con el mensaje claro de que no aceptaría otra alternativa que el envío de los tesoros reales sacados por Sobremonte.
(Éste y otros posts sobre las invasiones inglesas pueden consultarse en: http://invasionesinglesas.blogspot.com)
18.7.06
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