TRANSAMERICA/ EL CAMINO DE SAN DIEGO
Las road movies (literalmente "películas de ruta", en inglés) son un género cinematográfico cuyo argumento se desarrolla a lo largo de un viaje. Herederas de la tradición literaria del viaje iniciático, que se remonta a la Odisea homérica, las road movies combinan la metáfora del viaje como desarrollo con la cultura de la movilidad individual de los Estados Unidos y el Occidente opulento después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la posesión de un automóvil se vuelve uno de los signos de la identidad adulta.
wikipedia.org
La figura del viaje como metáfora del camino del héroe es un tema recurrente en la cinematografía, en especial en el cine independiente. No es de extrañar que se haya convertido en un tópico de la ficción. En nuestro inconsciente colectivo, el viaje nos remite a aquella otra travesía que une los puntos entre nacimiento y muerte. Y en términos técnicos, su formato goza de cierta ductilidad que lo hace merecedor de las preferencias de los guionistas.
Desde la construcción dramática, la (buena) road movie exige algunas premisas básicas. Hay un héroe que emprende un viaje (preferiblemente, con cierta renuencia de su parte: la negación del llamado a la aventura). En el camino, el héroe superará pruebas, etapas que sorteará a partir del conocimiento que otros personajes le han proporcionado en el camino. No importa si, al final, el héroe ha cumplido o no con su propósito: el viaje es lo que lo cambia, no la llegada. Sea para felicidad, sea para tristeza, el héroe jamás será el mismo. En más de un caso, ha ascendido a tal nivel de sabiduría que se le hace imposible el regreso. Ha cruzado más allá de la línea de no retorno.
Cuando escribimos una road movie, la primera tentación es dejar fluir el guión, para convertirlo en un diario de viaje. Se cae en el pecado de atiborrar la ruta de personajes pintorescos que se crucen con el protagonista en forma más o menos aleatoria. Hay que resistirse a esa natural (aunque maligna) tentación. Nunca hay que perder el objetivo que una buena road movie nos cuenta un viaje interior, la modificación personal del héroe. No interesan tanto los accidentes geográficos que ha recorrido ni las personas con las que se ha cruzado, sino, fundamentalmente, como influyeron en el protagonista.
El problema técnico siempre es el medio. Para superarlo, debemos saber hacia dónde se dirige el héroe, en que se convertirá. Y cada personaje que se cruce en su camino no será (como lo es en la vida) azaroso. En absoluto: cada uno encierra una lección para el protagonista. Como primer test para el guionista novel: si el personaje que aparece en una road movie, no aporta nada a la sabiduría del héroe, debe ser eliminado sin duda ni pena.
Estos consejos sobre el género sobrevuelan en dos películas que comparten la pantalla local en estos días. Hablamos de “Transamérica” (la historia de un transexual que, en la semana previa a la intervención quirúrgica que cambiará su género, descubre que tiene un hijo adolescente que lo busca) y de “El camino de San Diego” (la historia de un hachero misionero que se cruza a pie, medio país, para llevarle a Diego Maradona, una talla de madera artesanal). Ambas películas son road movie; ambas parten de un muy buen planteo inicial; ambas tienen ciertas deficiencias de guión que empobrecen el resultado final.
“Transamérica” es la que sale mejor parada en la comparación, en especial por el descomunal trabajo realizado por Felicity Huffman (una de las “amas de casa desesperadas”) que logra hacernos creer que es un hombre que quiere convertirse en mujer.
El viaje del protagonista es la jornada que lo lleva de Stanley a Bree, esto es, del hombre que fue a la mujer que desea ser. Es un viaje de una costa a la otra de los Estados Unidos, una jornada del pasado al futuro.
Duncan Tucker, guionista y director de “Transamerica”, tuvo un especial cuidado en no caer en excesos dramáticos, contando la historia con cierto toque de humor. Lo que pudo ser un acierto, termina jugándole en contra, porque en esas escenas que exigen un mayor compromiso dramático, Tucker las corta antes de tiempo. Logra evitar caer en el melodrama o la tragedia, pero le resta tensión dramática a su historia. Por eso, “Transamerica” no parece haber alcanzado todo su potencial.
Hay una escena paradigmática, el esperado momento en que Toby, el hijo de Bree (ignorante que viaja con su padre), descubre que está en compañía de un transexual. Tras el descubrimiento, Toby aguijonea a Bree, sin ocultar su enojo. En un momento, explota la discusión y Toby le echa en cara que no le haya dicho que es un transexual. El diálogo de esa escena avanza hacia otro descubrimiento: ¿quién es esa mujer / hombre que se ha hecho pasar por misionera cristiana? La lógica de la trama exigía que, en ese momento, Toby dedujera que esa mujer era el padre que había mandado a llamar desde la prisión neoyorquina. Pero en ese momento, en el que el personaje pregunta “¿quién eres tú?”, Tucker introduce otro personaje (sin utilidad dramática, más que servir de factor aleatorio para que Bree visite a su familia) que corta el momento. ¿Por qué no confiar en la fuerza dramática del diálogo? ¿Por qué no dejar que prosiguiera el viaje, pero no el físico (por las rutas americanas) sino el dramático, el que convertía a Stanley en Bree?
Esa es la principal falla de “Transamerica” que, no obstante, logra ser una buena película y nos plantea más de un planteo ético, con un personaje antológico, desde la actuación y el desarrollo psicológico.
En “El camino de San Diego”, en cambio, las fallas de guión son fatales. Carlos Sorín descubrió su voz, con sus últimas dos películas, “Historias mínimas” y “El perro”. Acá amaga con la obra maestra, con un comienzo espectacular, muy bien desarrollado para contarnos los tics del personaje, Tati Benítez, un fanático de Diego Maradona que sabe vida y obra del 10. Pequeños detalles, como los loros que corean “¡Maradoooo! ¡Maradoooo!” o el gag del nombre de la primera hija, en el registro civil, nos ilusionan con una película memorable.
Pero Sorín se pierde en el camino. El viaje de Tati Benítez, desde Misiones a Buenos Aires, para llevarle una talla de madera a su ídolo, que se debate entre la vida y la muerte en el 2004, termina siendo un diario de viaje soso. Paró allí, lo llevó éste, lo alcanzó el otro, se cruzó con tal. Pero detrás, no hay nada que hable de la evolución interior del personaje. Tati vuelve tal como salió. El manotón de ahogado de la última escena, es un deus ex machina. Sorín no nos responde qué lo llevó a Tati Benítez emprender el viaje, qué espera al final, cuál es la lección que ha aprendido.
Cabe reconocerle un gran mérito a Carlos Sorín: quiere a sus personajes. “Meteme un aborigen” bromeaba Daniel Burdman sobre esos productores europeos festivaleros que te piden un poco de color local al cine del subdesarrollo; Sorín nos muestra ese otro país sumergido, el del tipo del bosque misionero, los camioneros que deambulan en las rutas solitarias, las atorrantas de los garitos baratos, los barras bravas con las neuronas quemadas por el pegamento. En ningún caso hay una mirada desde la superioridad de clase ni con la visión del entomólogo; la cámara desprende ternura y amor por sus personajes, la pureza de esa mirada y sonrisa transparente del protagonista, Ignacio Benítez, ideal para ese rol. No es poco entre tanto novel director que cree cool mostrar a unos cuantos pobres reventados, como un certificado de cine con preocupación social.
Por eso da más pena que Sorín haya tropezado en esta ocasión, con una historia que cae en el vicio argentino de no prestarle la debida atención al guión. Rara vez es bueno inventar la rueda cuando ya está inventada.
Escenas destacadas: de “Transamerica”, la escena en la que Toby descubre que Bree es un hombre, el encuentro de Bree con su madre; la escena en la que Bree se confiesa como padre de Toby; de “El camino de San Diego”: el encuentro de la rama con la cara de Maradona; la escena en el registro civil, cuando Tati quiere ponerle de nombre, a su primera hija, “Diega Armanda”; los loros volando por la selva misionera al grito de “Maradooo".
Frases de “Transamérica”: “No te hagas esa horrible cosa. Perderé a mi hijo”, “Ma, nunca tuviste un hijo”; “Hormonas son hormonas. Sólo que las tuyas y las mías vienen en pequeñas pastillas violetas”; “Mi cuerpo puede estar en ‘work-in-progress’, pero no hay nada malo en mi alma”; “La casa de tus padres es más linda”, “La casa de mis padres viene con mis padres”; “Duele”, “¡Oh, querida! Eso es lo que hace un corazón”; “¿Visitaremos Texas?”, “Sí… parece que, en estos días, es imposible dejar de lado ese Estado”.
Frases de “El camino de San Diego”: “¿Y Diega?”, “No, Diega no existe. Me lo van a rechazar”, “Bueno… ponele Dalma”; “Y… ¿esto es seguro?”, “¿Qué? ¿El péndulo? ¿Me estás diciendo si el péndulo es seguro? ¡Por favor!”; “Si lo ves a Maradona, decile que…”.
CONSEJO: ambas para video, ubicando primera en el ranking a “Transamérica”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario