El rabí Tarfón decía:
El día es breve y el trabajo es grande, y los peones son perezosos, y los salarios
son abundantes, y el dueño de casa es exigente.
El rabí Tarfón también solía decir:
No es necesario que acabéis el trabajo, pero ninguno de vosotros es libre de abandonarlo.
Leí por primera vez Las sentencias de los Padres (Pirke Abot) cuando era chico y, si bien me impresionaron ciertos aforismos de Hillel y Akiba, las marcas más duraderas me las dejaron los apotegmas del menos celebrado rabí Tarfón. Las sentencias de los Padres constituyen un epílogo añadido para "amansar" la Mishná. Este gran código de ley oral fue editado por rabí Judá el Patriarca hacia el año 200 de la Era Común; unos cincuenta años después se adjuntó el tratado de máximas sapienciales de los Padres, que desde entonces ha sido la única parte popular del gran código legal rabínico.
(…)
El judaísmo rabínico, cuya normativa se aplica desde hace más de mil novecientos años, es una religión ni más ni menos tardía que el cristianismo. Ambas resultaron de la terrible catástrofe del año 70 de la Era Común, cuando las legiones romanas saquearon Jerusalén y destruyeron el Segundo Templo, el templo de Heredes el Grande. Adonde fue Yahveh cuando lo expulsaron del Santuario de los Santuarios es cosa que nadie sabe, como se desconoce el arco completo de versiones de la religión de Judá que existían antes de la caída del Templo. Fueron los sabios que (con la indulgencia romana) escaparon a la ciudad de Yavné quienes fundaron lo que hoy conocemos como judaísmo. Yavné ardió en llamas en 132 de la Era Común, cuando el rabí Akiba - heroico, anciano y tal vez sublimemente loco - cometió el terrible error de unirse a la rebelión de Bar Kochba contra los romanos. Akiba, cuya religión aún puede considerarse la expresión definitiva del judaísmo normativo, proclamó a Bar Kochba el Mesías. El desastre engendró un Holocausto de judíos cuya magnitud sólo sería superada por el terror nazi, y concluyó con el martirio del propio Akiba.
Unos ciento veinte años después de esta catástrofe, las Sentencias de los Padres la pasan por alto tranquilamente, y de hecho desprecian toda historia como irrelevante frente a la cadena de la tradición, en la que un sabio sigue a otro y la sabiduría perdura. El Segundo Templo había desaparecido, también la academia de Yavné, pero la genealogía de la tradición normativa se mantenía serena.
(…)
En términos históricos sabemos muy poco de Tarfón, sobre todo en comparación con su contemporáneo Akiba. Éste era una personalidad tan central y fuerte que nos da la impresión de conocerlo; en cambio Tarfón está subsumido en los textos rabínicos, y hay que escuchar sus sentencias con gran cuidado para hacerse alguna idea del hombre interior, que en asuntos de controversia rara vez coincidía con Akiba. Dado que la única e invariable fuente en torno a estas disputas son los discípulos de Akiba, cabe dudar de las historias en las que Tarfón siempre es superado. Al contrario que Akiba, que provenía del pueblo ordinario, Tarfón era sacerdote, especie de vestigio arcaico de las primeras épocas del Segundo Templo. Por eso una de sus preocupaciones fundamentales era la función y los privilegios de los sacerdotes, materia que a Akiba no le interesaba nada. Donde chocaban ambos sabios era en la oposición entre asunciones subjetivas y hechos supuestamente objetivos. De un modo que me recuerda a Sigmund Freud, Tarfón argumentaba a favor del Principio de Realidad. Su idea dominante es la primacía del hecho sobre la intención. Hayamos querido o no causarlos, los hechos son lo único que importa. En cambio Akiba decía que al juzgar nuestras acciones debe tenerse en cuenta qué pensamos y qué queremos. Las sentencias de los padres adjudican a Akiba esta formulación elocuente:
El silencio es el cerco que defiende la sabiduría. Todo está previsto, y el mundo es juzgado por la bondad, y todo es según la cantidad de trabajo.
Uno percibe aquí cierto aire de familia con las palabras de Tarfón; ninguno de los dos rabinos habría concordado con Jesús en que quien mire a una mujer con lujuria en el corazón ya ha cometido adulterio. Pero los matices que diferencian a Akiba de Tarfón son sutiles e importantes. Mientras que en Tarfón el rabino nunca reemplazó del todo al sacerdote, en Akiba la nostalgia del Templo se ha rendido a la Mishná o Ley Oral. Por lo tanto Akiba invoca la primacía de la voluntad e insiste en que somos lo que queremos ser. Tarfón, que nunca olvida la disciplina del Segundo Templo, da la voluntad por sentada. Se nos juzga por la suma de bondad que hemos practicado, dice Akiba, e inventivamente añade que "todo es según la cantidad de trabajo". Para Tarfón, con todo, el día es breve, el trabajo interminable y nosotros tendemos a ser peones lerdos. El Yahveh del Templo es exigente, porque los salarios de su Alianza son altos: la bendición de más vida en un tiempo sin límites. Si Tarfón fuera siempre tan feroz, yo también preferiría a Akiba, pero Tarfón también dice:
No es necesario que acabéis el trabajo, pero ninguno de vosotros es libre de abandonarlo.
Sea uno normativo o herético, judío o cristiano, secularista o escéptico, la sabiduría de Tarfón nunca pierde su utilidad. Continúo enseñando, como llevo haciendo desde hace cuarenta y cinco años, y no dejo de volver a la máxima de Tarfón. Si fuera necesario que cada cual acabara el trabajo muchos nos hundiríamos en la desesperación, porque el trabajo no puede acabarse nunca. Es imposible redimir el Templo y las pruebas de la realidad no pueden sino terminar con la primacía absoluta del hecho, que es la muerte de cada individuo. Pero si no se puede acabar el trabajo, ¿por qué no somos libres de abandonarlo?
HAROLD BLOOM
“Cómo leer y por qué”
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